En la publicación anterior, John MacArthur preguntó si las políticas y la legislación pueden dar la respuesta a la decadencia moral de los Estados Unidos. Su conclusión fue que "la decadencia moral de los Estados Unidos es un problema espiritual, no político; y que su solución es el Evangelio, no la política partidista". El artículo de hoy explaya ese pensamiento, mirando a través de la historia para ver si la participación política ha provisto alguna vez una transformación duradera.
LECCIONES DE HISTORIA
Esta es una lección de la historia de la iglesia que los evangélicos deben conocer. Cada vez que la Iglesia se ha centrado en la evangelización y la predicación del Evangelio, su influencia ha aumentado. Cuando ha buscado poder por medio del activismo político, cultural o militar, ha dañado o arruinado su testimonio.
Las Cruzadas en la Edad Media fueron emprendidas con el fin de recuperar el control cristiano de la Tierra Santa. Hoy en día, pocos creyentes dirían que esos esfuerzos fueron fructíferos. Incluso cuando los cruzados disfrutaron de éxito militar, la iglesia se debilitó espiritualmente y fue más mundana. Otras guerras religiosas y campañas teñidas con motivación política (como la Guerra de los Treinta Años en Europa, la revolución de Cromwell en Inglaterra y otras batallas durante la época de la Reforma) hoy son vistas por los cristianos con desaprobación, o en el mejor de los casos con curiosidad. Y con razón. Las ambiciones militares y políticas de algunos de los reformadores resultaron ser una debilidad, y en última instancia, un impedimento para la Reforma. Por otro lado, la fuerza de la Reforma y su legado perdurable, se derivan del hecho de que la teología de la Reforma brilló una luz resplandeciente en el camino a la salvación y trajo claridad al Evangelio.
A lo largo de la historia protestante, aquellos segmentos de la iglesia visible que han vuelto su atención a los temas sociales y políticos, también han puesto en peligro la sana doctrina; y han disminuido rápidamente en influencia. Los primeros modernistas, por ejemplo, sostuvieron explícitamente que el trabajo social y la reforma moral eran más importantes que la precisión doctrinal; y su movimiento pronto abandonó cualquier apariencia de cristianismo.
Los activistas políticos evangélicos de hoy parecen no ser conscientes de lo mucho que su metodología es paralela a la de los cristianos liberales en el inicio del siglo XX. Al igual que esos idealistas equivocados, los evangélicos contemporáneos se han enamorado de problemas temporales en detrimento de los valores eternos. Los activistas evangélicos están en esencia simplemente predicando una versión políticamente conservadora del viejo Evangelio social, haciendo hincapié en las preocupaciones sociales y culturales por encima de las espirituales.
Ese tipo de pensamiento promueve la idea de que el gobierno es ya sea nuestro aliado (si apoya nuestro programa especial) o nuestro enemigo (si sigue oponiéndose o no responde a nuestra voz). La estrategia política se convierte en el centro de todo, como si el destino espiritual del pueblo de Dios subiera o bajara dependiendo de quién esté en el poder. Pero la verdad es que ningún gobierno humano puede hacer en última instancia algo para avanzar o para frustrar el reino de Dios. Y el peor gobierno mundano, el más déspota, no puede detener el poder del Espíritu Santo o la difusión de la Palabra de Dios.
Para obtener una perspectiva completamente bíblica y cristiana de la participación política, debemos tomar en serio las palabras del teólogo británico Robert L. Ottley, pronunciadas en la Universidad de Oxford hace más de cien años:
El Antiguo Testamento se puede estudiar… como instructor en la justicia social. Exhibe el gobierno moral de Dios, como lo demuestra en Sus relaciones con las naciones más que con individuos; y fue su conciencia de la acción y la presencia de Dios en la historia que hizo que los profetas fueran predicadores, no sólo a sus compatriotas, sino al mundo en general… De hecho, hay significado en el hecho de que a pesar de su ardiente celo por la reforma social no tenían como norma participar en la vida política o reclamar reformas políticas. Ellos deseaban. . . no mejores instituciones, sino mejores hombres. (Aspectos del Antiguo Testamento Las Conferencias Bampton, 1897 [London: Longmans, 1898], 430-31.)
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