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Cuando algunos fariseos pusieron a prueba a Jesús con respecto al más grande de los mandamientos de Dios, Él contestó con una cita de Deuteronomio 6:5: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza.”

“Este es el primer y gran mandamiento,” Él les dijo. “Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:38-39).

¿Qué quiso decir Él cuando dijo que ambos mandamientos son semejantes? Bueno, obviamente, ambos tratan acerca del amor. El primero llama a un amor total por Dios – un amor que consume cada facultad humana. El segundo llama a un amor benévolo por nuestro prójimo – un amor humilde, sacrificial, de servicio. Jesús dijo que toda la ley y los profetas dependen de esos dos mandamientos, por lo que toda la ley se resume en el principio del amor. “El amor es el cumplimiento de la ley” (Romanos 13:10). Ambos mandamientos lo enfatizan.

Pero existe otro sentido en el cual el segundo gran mandamiento es tal como el primero. Amar al prójimo es, simplemente, la natural y necesaria extensión del verdadero amor total a Dios, ya que su prójimo está hecho a imagen y semejanza de Dios.

Hecho a la imagen de Dios

La imagen de Dios en cada persona es el fundamento moral y ético para cada mandamiento que gobierna cómo deberíamos tratar a nuestros prójimos. Reiteradamente, la Escritura deja esto en claro. ¿Por qué el asesinato se considera un pecado tan atroz? Porque asesinar a un ser humano es la máxima profanación de la imagen de Dios (Génesis 9:6).

En el Nuevo Testamento, Santiago señala la imagen de Dios en hombres y mujeres como un argumento para permitir que aún nuestro hablar esté matizado con gracia y amabilidad. Es completamente irracional, él dice, bendecir a Dios mientras maldecimos a personas que han sido creadas a la semejanza de Dios (Santiago 3:9-12).

Ese mismo principio es un efectivo argumento contra cualquier falta de respeto o de falta de amabilidad que una persona puede mostrar a otra. Por ejemplo, ignorar las necesidades de la gente que sufre, es tratar la imagen de Dios en ellos con rotundo desprecio. Proverbios 17:5 dice: “El que escarnece al pobre afrenta a su Hacedor”. Descuidar las necesidades de una persona que está “hambrienta o sedienta o un desconocido o desnudo o enfermo o en prisión” equivale a desdeñar al Señor mismo. Eso es lo que exactamente dijo Jesús en Mateo 25:44-45: “De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a Mí lo hicisteis.”

¿Prójimo? ¿Quién es?

¿Quién es nuestro prójimo? Esa es la pregunta que un abogado le realizó a Jesús cuando Él afirmó la prioridad del primer y segundo mandamiento (Lucas 10:29). Como respuesta, Jesús contó la parábola del Buen Samaritano, señalando conmovedoramente que cualquiera y todos los que se nos cruzan son nuestro prójimo – y amarlos verdaderamente como a nosotros mismos significa tratar de suplir cualquier necesidad que puedan tener.

Uno de los principales puntos de Jesús en la parábola era este: no debemos amar a nuestros hermanos y compañeros en la fe con exclusión de los desconocidos e incrédulos. La imagen de Dios fue colocada en la humanidad en la creación, no la redención. Aunque la imagen de Dios ha sido degradada seriamente por la caída de Adán, no fue totalmente destruida. La semejanza divina sigue siendo parte de la humanidad caída; de hecho, es esencial a la definición misma de la humanidad. Por lo tanto, todo ser humano, ya sea esté abandonado en una alcantarilla o sea un diácono en la iglesia, debería ser tratado con dignidad y amor compasivo, por respeto a la imagen de Dios en él.

La imagen restaurada

Por supuesto, la restauración de la imagen de Dios en la humanidad caída es uno de los máximos objetivos de la redención. El primordial propósito de Dios para cada cristiano incluye perfecta semejanza a la imagen de Cristo (Romanos 8:29; 1 Juan 3:2). Eso consumará la restauración completa y la perfección total de la imagen de Dios en todos los creyentes, ya que Cristo mismo es la suprema imagen en carne y hueso de Dios (Colosenses 1:15).

Pero si usted es un creyente, su conformación a la imagen de Cristo está siendo lograda gradualmente, aún ahora, por el proceso de su santificación (2 Corintios 3:18). Mientras tanto, Jesús enseñó que una de las mejores maneras de ser como Dios es amando inclusive a sus enemigos. No sólo ellos llevan la imagen de Dios, pero (más para el punto de Jesús) amarlos es la mejor manera para nosotros de ser como Dios, ya que Dios mismo ama inclusive a aquellos que le odian.

Amar inclusive a nuestros enemigos

Por supuesto, la tradición rabínica prevaleciente en los días de Jesús alegaba que “los enemigos” no eran en realidad “los prójimos”. En efecto, eso anulaba el segundo gran mandamiento. Era como decir que usted realmente no tiene que amar a nadie a quien odie. Todo tipo de falta de respeto y falta de amabilidad se tornaron impermeables a la corrección de la ley.

Jesús confrontó el error frontalmente:

Oísteis que fue dicho: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo.” Pero Yo os digo, amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos; ya que Él hace salir Su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.”

Su enemigo está hecho a la imagen de Dios; y por lo tanto merece su respeto y amabilidad. Más importante, Jesús dijo, si quiere ser más como Dios – si quiere que la imagen de Dios brille más visiblemente en su vida y en su conducta – aquí está la manera de hacerlo: ame inclusive a sus enemigos.

Recuerde: “Dios es amor, y el que permanece en amor permanece en Dios y Dios permanece en él” (1 Juan 4:16). Dicho amor – expresado aún hacia nuestros enemigos – es la marca de un verdadero cristiano, porque es la más vívida expresión de la imagen de Dios en Su propia gente. “Como Él es, así somos también nosotros en este mundo” (v. 17).

© 2008 by Phil Johnson

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