John MacArthur
Compasión
El amor de Dios a toda la humanidad es un amor de compasión. Para decirlo de otro modo, es un amor de lástima. Es un amor con el corazón roto. Él es “bueno y perdonador, y grande en misericordia para con todos los que [le] invocan” (Sal. 86:5). “De Jehová nuestro Dios es el tener misericordia y el perdonar, aunque contra Él nos hemos rebelado” (Dan. 9:9). Él es “misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad” (Éxodo 34:6).
De nuevo, debemos entender que no hay nada en ningún pecador que induzca el amor de Dios. Él no nos ama porque somos encantadores. No es misericordioso con nosotros porque de alguna manera meremos Su misericordia. Somos pecadores viles y despreciables, quienes si no fuéramos salvos por la gracia de Dios, seríamos tirados a la gran pila de basura de la eternidad, que es el infierno. No tenemos valor intrínseco – no hay nada en nosotros para amar.
Recientemente, escuché en la radio un programa de un psicólogo intentando levantar el ego del oyente: “Dios te ama por lo que eres. Debes verte como alguien especial. Después de todo, tú eres especial para Dios”.
Está equivocado. Dios no nos ama “por lo que somos”. Él nos ama a pesar de lo que somos. No nos ama porque somos especiales. Es solo Su amor y gracia que dan significado a nuestras vidas. Parece ser una perspectiva triste para aquellos criados en una cultura en donde la auto-estima es elevada a una virtud suprema. Pero es, después de todo, precisamente lo que la Escritura enseña: “Pecamos nosotros, como nuestros padres; Hicimos iniquidad, hicimos impiedad” (Salmo 106:6). “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento” (Isa. 64:6).
Dios ama porque Él es amor; el amor es esencial a lo que Él es. En vez de ver Su amor como prueba de algo digno en nosotros, debemos ser humillados por él.
El amor de Dios por los condenados no es el amor de valor; es el amor de misericordia por aquello que pudo haber tenido valor y no lo tiene. Es un amor de compasión. Es un amor de pesar. Es un amor de ternura. Es el mismo sentimiento profundo de compasión y piedad que tenemos cuando vemos a alguien abandonado tendido sobre la alcantarilla. No es un amor que es incompatible con la repulsión, pero no obstante es un amor genuino, bien intencionado, compasivo y piadoso.
Frecuentemente, los profetas del Antiguo Testamento describen las lágrimas de Dios por los perdidos:
“Por tanto, Mis entrañas vibrarán como arpa por Moab, y Mi corazón por Kir-hareset. Y cuando apareciere Moab cansado sobre los lugares altos, cuando venga a su santuario a orar, no le valdrá. Esta es la palabra que pronunció Jehová sobre Moab desde aquel tiempo” (Isaías 16:11-13).
“Y exterminaré de Moab”, dice Jehová, “a quien sacrifique sobre lugares altos, y a quien ofrezca incienso a sus dioses. Por tanto, Mi corazón resonará como flautas por causa de Moab, asimismo resonará Mi corazón a modo de flautas por los hombres de Kir-hares; porque perecieron las riquezas que habían hecho. Porque toda cabeza será rapada, y toda barba raída; sobre toda mano habrá rasguños, y cilicio sobre todo lomo” (Je. 48:35-37).
Similarmente, el Nuevo Testamento nos da una imagen de Cristo, clamando sobre la ciudad de Jerusalén: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Ma. 23:37). Lucas 19:41-44 da una representación aun más detallada del dolor de Cristo por la ciudad:
“Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación.”
Esas son palabras de condenación, pero son dichas con gran dolor. Es dolor genuino, del corazón de un Salvador divino quien quiso “como la gallina [juntar] Sus polluelos debajo de Sus alas”; pero no quisieron.
Aquellos que niegan el amor de Dios por los condenados sugieren usualmente que lo que aquí vemos es el lado humano de Jesús, no Su divinidad. Ellos dicen que si esto fuera una expresión de un deseo sincero de un Dios omnipotente, seguramente hubiera intervenido por ellos y los hubiera salvado. Un deseo incumplido como Jesús lo expresa aquí es simplemente incompatible con un Dios soberano, dicen.
Pero considere los problemas de esa perspectiva. ¿Es Cristo, en Su humanidad, más amoroso o más compasivo que Dios? ¿Se perfecciona la compasión en la humanidad de Cristo, pero de alguna manera falta en Su deidad? ¿Cuándo Cristo habla de juntar a la gente de Jerusalén como una gallina junta a sus pollitos, no es la deidad hablando, en vez de la humanidad? ¿Estas declaraciones de condena proceden necesariamente también de Su deidad? ¿Y si las palabras son palabras de deidad, cómo puede alguien afirmar que el dolor que lo acompaña es producto de la naturaleza humana de Cristo solamente y no divina? ¿No nos dicen nuestros corazones que si Dios es amor – si Sus misericordias son sobre todas Sus obras – entonces, lo que escuchamos en las palabras de Jesús deben ser un eco de lo divino?
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