John MacArthur
Parte 2: Reprima presunciones impías
El exceso mundano y la superficialidad espiritual de los predicadores de la prosperidad y los sanadores religiosos carismáticos son fáciles de detectar. Es una teología hecha por el hombre, centrada en el hombre, impulsada por la codicia extrema -una que anima a los seguidores a hacer demandas indignantes de prosperidad y beneficio personal, reduciendo a Dios Todopoderoso a poco más que una máquina expendedora.
Viéndolo por televisión, se ve espiritualmente extraño y malo; porque lo es.
Pero, ¿somos tan rápidos para detectar las mismas tendencias que surgen en nuestra propia vida de oración? ¿Nos damos cuenta que nuestras oraciones son más y más como listas de compras que muestran poco cuidado o preocupación por la gloria de Dios o Su voluntad? ¿O estamos olvidando el modelo de la oración que Cristo dio a sus discípulos y en su lugar reflejamos esta era de religión egocéntrica, subjetiva, orientada a las necesidades que sentimos?
Hoy en día, multitudes piensan en la oración nada más que como una manera de conseguir lo que quieren de Dios. La oración se reduce a un medio supersticioso de ganancia -y algunos le dirán que Dios está obligado a suplirlas. La televisión religiosa está llena de charlatanes que insisten en que Dios debe conceder todo lo que usted pida si usted puede acumular suficiente "fe" y si se niega a aceptar la "duda." La fe en su léxico es una especie de creencia ciega, por lo general impulsada por algún tipo de "confesión positiva". La duda, como ellos pueden describir, es cualquier reparo, incluso si es racional y bíblico, acerca de si lo que usted desea está de acuerdo con la voluntad de Dios. Esas, por supuesto, no son definiciones bíblicas de la fe y la duda. Tampoco puede la oración de alguien legítimamente llamarse una "oración de fe" (Santiago 5:15) si es contraria a la voluntad de Dios.
Los carismáticos no son los únicos que ven a la oración como nada más que una especie de lista de deseos utilitaria. Muchos evangélicos tradicionales y fundamentalistas de la vieja escuela también parecen estar confundidos acerca del propósito de la oración. John R. Rice, un pastor fundamentalista influyente, escribió un libro de éxito en 1942 titulado La oración: pedir y recibir. Él escribió: "La oración no es alabanza, adoración, meditación, humillación ni confesión, sino pedir… La alabanza no es oración y la oración no es alabanza. La oración es pedir…La adoración no es la oración y la oración no es la adoración. La oración es siempre pedir. No es otra cosa que pedir.”
Hay varios problemas con esa perspectiva. En primer lugar, la oración modelo de Jesús es más que meramente "pedir". Incluye eso, hay peticiones del pan de cada día (la necesidad más básica) y el perdón (la más urgente de las necesidades espirituales). Pero la oración modelo que Jesús dio a Sus discípulos también incluye al menos cuatro de los cinco elementos que el doctor Rice quiso eliminar de su definición de la oración: alabanza, adoración, humillación y confesión.
Descarte la alabanza y la penitencia de la Oración del Señor y la habrá destrozado. Insista en que la oración correcta "no es otra cosa que pedir" y degradará a una de las lecciones centrales que aprendemos del ejemplo de Jesús: que la oración es ante todo un acto de adoración. Peor aún, este tipo de enseñanza establece un tipo de cambio de roles entre quien ora y el Dios al que ora.
La Biblia enseña que Dios es soberano y nosotros somos sus esclavos. La teología de “nombrar y reclamar” enseña que el hombre es soberano y Dios es su siervo. El orante cree que está en la posición de solicitar y mandar, con Dios en el papel del siervo que tiene la obligación de dar lo que pedimos. Como he señalado, eso tiene más en común con los cultos paganos que con el cristianismo bíblico.
La oración es mucho más que simplemente pedir y recibir. De hecho, es un gran privilegio acercarse confiadamente al trono de la gracia y hacer conocidas nuestras peticiones a Dios (Hebreos 4:16; Filipenses 4:6). La Escritura repetidamente promete que si pedimos algo con fe, Dios responderá -es decir, si pedimos de acuerdo con la voluntad de Dios, instruidos por Su Espíritu, Él siempre responderá con gracia y generosamente (Mateo 7:7-11; 17:20; 21:22, Marcos 11:24, Santiago 1:6, 1 Juan 3:22). Él concede a menudo nuestras peticiones "mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos" (Efesios 3:20).
Pero la naturaleza de una oración verdaderamente fiel se expresa claramente en 1 Juan 5:14: "Esta es la confianza que tenemos en Él, que si pedimos alguna cosa conforme a Su voluntad, Él nos oye" (énfasis añadido). En otras palabras, la promesa de respuesta a la oración no es un cheque en blanco sin reservas. La promesa está hecha sólo para los cristianos fieles, obedientes, sobrios, bíblicamente informados cuyas oraciones están en armonía con la voluntad de Dios. No es una garantía de la mercadería para todos los entusiastas religiosos crédulos o supersticiosos que utilizan el nombre de Jesús como si se tratara de una palabra mágica. Jesús dijo: "Si permanecéis en mí, y Mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho" (Juan 15:7, énfasis añadido).
Eso es porque lejos de ser meramente una lista de deseos, la oración piadosa es fundamentalmente un acto de adoración. Es una expresión de nuestra alabanza, nuestra indignidad, nuestro deseo de ver cumplida la voluntad de Dios; y nuestra total dependencia de Él para todas nuestras necesidades. Así, cada aspecto de la oración es un acto de adoración. Eso incluye a las peticiones que hacemos, porque cuando damos a conocer nuestras peticiones a Dios adecuadamente, sin ansiedad, a través de la oración y la súplica y con acción de gracias (Filipenses 4:6), estamos reconociendo Su soberanía, confesando nuestra propia dependencia total de Su gracia y poder, y viéndole a Él como Señor y Proveedor y Rey del universo; no como una especie de Papá Noel celestial. La oración correcta es adoración pura, incluso cuando estamos haciendo peticiones.
Es imposible no ver al enfoque hacia Dios en la oración modelo de Jesús. La oración comienza con la alabanza del nombre de Dios. Expresa la voluntad por la venida de Su reino y que se haga Su voluntad. La adoración pura es entonces lo que precede y establece el contexto para la súplica. Estas primeras líneas establecen el punto de atención de la oración: la gloria de Dios y Su reino. En otras palabras, el suplicante se refiere en primer lugar, no a su lista de deseos personales, sino al honor de Dios y la extensión de Su reino. Todo lo demás se inscribe en ese contexto, de modo que toda la agenda de la oración está determinada por el reino y la gloria de Dios. Ese es quizás el punto de vista más importante a tener en cuenta en todas nuestras oraciones.
Jesús dijo: "todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo" (Juan 14:13). El propósito de toda oración legítima no es cumplir con las necesidades o los deseos materiales que tiene la persona que ora; sino reconocer la soberanía de Dios y magnificar Su gloria. La oración no se trata de obtener lo que yo quiero, sino de cumplir la voluntad de Dios. El objetivo correcto de la oración no es ampliar mis fronteras, construir mi imperio o ampliar mi cartera, sino promover el reino de Dios. El fin no es elevar mi nombre, sino santificar el nombre de Dios. Todo en la oración gira en torno a quién Dios es, lo que Dios quiere y cómo Dios debe ser glorificado. Eso es lo más importante de la oración correcta.
Las oraciones que son egocéntricas, auto-indulgentes, para el auto-engrandecimiento, las oraciones que buscan lo que yo quiero, sin importar lo que Dios quiere, las oraciones que sugieren que Dios debe conceder porque yo le he pedido -esas son las oraciones que toman Su nombre en vano. Tal oración es un pecado atroz en contra de la naturaleza de Dios, contra la voluntad de Dios y en contra de la Palabra de Dios.
Las oraciones “nombre y reclame”, la idea de que Dios quiere que usted siempre sea saludable, próspero, rico y exitoso y las listas de peticiones egoístas están en desacuerdo con el espíritu de la oración modelo de Jesús. Dichas solicitudes están expresamente excluidas de las muchas promesas que Dios oye y contesta de nuestras oraciones (Santiago 4:3). La creencia errónea que es la base de dicha oración no es un error pequeño. Tiene sus raíces en una seria confusión de la naturaleza de Dios.
Dado que la oración es un acto de adoración, ofrecer una oración basada en tal perversión atroz del carácter de Dios es equivalente a la adoración de un dios falso. Para decirlo sin rodeos, cuando alguien se presenta ante Dios con una lista de deseos enraizada en la codicia, el materialismo u otras expresiones de puro interés propio, luego exige que Dios conceda los bienes como si fuera un genio, eso no es en absoluto oración. Es un acto de blasfemia. Es tan abominable como la forma más supina de culto pagano.
En cambio, debemos acercarnos al Señor con humildad como fieles adoradores, en busca de Su voluntad y no la nuestra. El éxito de la oración no se trata de conseguir lo que usted quiere de Dios; se trata de cimentar Su gloria y honor en su lugar adecuado, principal y entregar sus deseos y afectos a Él. Esto comienza con la alabanza, pero no termina ahí. En los próximos días, vamos a ver más de cerca el modelo de la Oración del Señor, obteniendo algunos pasos básicos y prácticos que usted puede aplicar para tener una vida de oración disciplinada, bíblica.
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