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El pecado dominante de los evangélicos pragmáticos y preocupados por el estilo siempre ha sido que, sin pudor, toman prestadas las modas y temas de conversación del mundo incrédulo. Los evangélicos de hoy evidentemente no creen que la sabiduría del mundo es insensatez para con Dios (1 Corintios 3:19). Prácticamente cualquier teoría, ideología o diversión que capture la fantasía de la cultura secular popular será adoptada, ligeramente adaptada, quizás disfrazada con un lenguaje que suene espiritual, defendida con textos de prueba engañosos y ofrecida como un asunto que es de vital importancia que los evangélicos acepten -si es que no quieren volverse completamente irrelevantes.

Así fue precisamente como los evangélicos a mitad del siglo XX se obsesionaron durante muchas décadas con el pensamiento positivo, la autoestima y la “psicología cristiana”. Después de eso, fue el uso del marketing y las estrategias promocionales. A principios del siglo XXI fue el postmodernismo, reempaquetado y que agresivamente se promocionó a sí mismo como el movimiento de la Iglesia Emergente.

Hoy, la teoría critica de la raza, el feminismo, la teoría interseccional, el apoyo al movimiento LGBT, las políticas inmigratorias progresivas, los derechos de los animales y otras causas políticas de izquierda, están todas activamente compitiendo por la aceptación evangélica bajo la rúbrica de la “justicia social”.

Por supuesto, no todos los lideres evangélicos que actualmente están hablando de la justicia social, apoyan el espectro completo de las causas radicales. La mayoría de ellos (al menos, por el momento) no lo hacen. Pero están usando la misma retórica y razonamiento de victimismo y opresión que está siendo usado incansablemente por los secularistas quienes están agresivamente abogando por todo tipo de estilos de vida e ideologías pervertidas. Cualquier persona que afirme la condición de víctima puede fácil y efectivamente aprovecharse de la súplica por “justicia social” tanto como para ganar apoyo, como para silenciar la oposición. 

Sin lugar a dudas, a medida que la retórica de la justicia social ha ganado popularidad entre los evangélicos, casi todas las causas que son estimadas como políticamente correctas en el mundo secular están sostenidamente ganando impulso entre los evangélicos. Sería una necedad pretender que el movimiento de justicia social no representa ninguna amenaza en absoluto a la convicción evangélica. 

Los evangélicos, rara vez definen de forma explícita a qué se refieren ellos por “justicia social,” posiblemente debido a que, si daban una definición precisa de dónde vino ese término y lo que significa en la academia secular, perderían mucho apoyo evangélico.  Un sinnúmero de críticos ha señalado que la retórica de la “justicia social” está profundamente arraigada en el Marxismo Gramsciano. Por muchas décadas, la “justicia social” ha sido empleada como una simplificación política por radicales de izquierda, como una forma de exigir la distribución de la riqueza, ventajas, privilegios y beneficios - incluido el socialismo Marxista puro. 

La retórica ha sido efectiva, y hoy en día el típico guerrero de la justicia social está convencido de que la igualdad de oportunidades y la igualdad de trato bajo la ley no son lo suficientemente justos; no habremos alcanzado la verdadera justicia social hasta que tengamos igualdad de resultados, estatus y riqueza. Es por eso que escuchamos tanto acerca de las comparaciones de ingresos, cuotas raciales y otras estadísticas sugiriendo, por ejemplo, que la opresión sistemática de la oligarquía masculina es probada contundentemente por la escasez de mujeres que persiguen una carrera en el campo de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas. 

Marxistas, socialistas, anarquistas y otros radicales usan esos argumentos a propósito, para fomentar resentimiento, lucha de clases, disputas étnicas, tensión entre los sexos y otros conflictos entre varios grupos de personas, porque para reestructurar la sociedad de acuerdo con sus ideologías, primero deben romper las normas sociales existentes.   

Todo eso es verdad, y la conexión entre el marxismo y la retórica de la justicia social postmoderna, seguramente es un punto válido e importante. Pero es aún más vital que nosotros, como cristianos, empleemos la luz de la Escritura para escudriñar y evaluar las ideas promovidas actualmente en el nombre de la justicia social. 

No existe la justicia excepto la justicia de Dios

La Biblia tiene mucho que decir acerca de la justicia. En la Versión Estándar Inglesa de la Biblia, la palabra es usada más de 130 veces. Nunca está precedida por un adjetivo, excepto en Ezequiel 18:8, que habla de “verdadera justicia”. Está ocasionalmente acompañada con pronombres posesivos. Dios mismo habla dos veces de “mi justicia” en la Escritura. Dos veces en oraciones dirigidas a Dios, leemos la expresión “tu justicia”. 

¿Cuál es el punto? No hay diferentes tipos de justicia. Solo existe la justicia verdadera, definida por Dios mismo y siempre de acuerdo con Su carácter. 

Es un hecho que la Biblia pone un enorme énfasis en los aspectos caritativos de la justicia -buena voluntad hacia todos; compasión por el desamparado; asistencia para el huérfano y la viuda; amor por los extranjeros; y cuidado por los pobres, especialmente proveer a la gente necesitada con las necesidades de la vida (Deuteronomio 10:18; Salmos 140:12; Ezequiel 22:29). 

Pero la justicia bíblica no es un asunto unilateral, que muestra parcialidad hacia el pobre o el privado de derechos en un esfuerzo por igualar las escalas de privilegio. De hecho, la Escritura expresamente condena esa mentalidad como injusta (Éxodo 23:3; Levítico 19:15). 

La justicia en la Escritura está a menudo vinculada con las palabras equidad y justicia. Equidad expresa trato igualitario para todos bajo la ley. Justicia significa eso que es consistente con las demandas de la ley de Dios, incluido el castigo de los malvados (Jeremías 5:26-29); obediencia a las autoridades gubernamentales (Romanos 13:1-7); penalidades que se ajustan al crimen y son aplicadas sin parcialidad (Levíticos 24:17-22); y una firme ética de trabajo, impuesto por el principio de que gente sin discapacidad que se rehúsa a trabajar no se debe beneficiar de la caridad pública (1 Tesalonicenses 4:11; 2 Tesalonicenses 3:10). 

Esos aspectos de verdadera justicia están visiblemente ausentes del reciente diálogo evangélico que promociona la “justicia social”. En su lugar, lo que escuchamos es un eco de la misma retórica acusatoria y slogans políticos gritados por guerreros seculares de la justicia social. Ese hecho, debería despertar el instinto Bereano en cada cristiano. 

Ampliando el Evangelio 

Aún más preocupantes son las declaraciones que han hecho ciertos líderes del pensamiento evangélico que afirman que cualquiera que no defienda la justicia social está predicando un evangelio limitado. Algunos dicen que los que rechazan la ideología de justicia social de ellos no tienen ningún Evangelio en absoluto. Anthony Bradley, Presidente de Estudios Religiosos y Teológicos del King’s College, recientemente publicó este comentario en línea

Aquí está el problema (y esto va a ser duro): desde la perspectiva de una iglesia negra, los evangélicos nunca han tenido el evangelio. Jamás. Lea el libro Doctrina y Raza. Aquí está entonces la pregunta real: ¿Cuándo aceptarán los evangélicos el Evangelio por primera vez? 

Aquellos que dicen tales cosas, típicamente se molestan cuando los críticos comparan sus opiniones con las de Walter Rauschenbusch y el evangelio social. Pero el argumento y la mayor parte de la retórica son idénticas. Rauschenbusch fue un teólogo liberal de principios del siglo XXI y el autor de un libro llamado Una Teología para el Evangelio Social. Él enseñó que los cristianos necesitaban arrepentirse, no solamente de sus transgresiones personales, sino también de sus “pecados sociales”. Como la mayoría de los defensores de la justicia social evangélica de hoy, Rauschenbusch insistió (al principio) que él no tenía intenciones de deshacerse de ninguna verdad vital del Evangelio; él solo quería ampliar el foco del Evangelio para que también abarcara los males sociales, así como también el tema del pecado individual y la redención. Pero pronto Rauschenbusch estaba diciendo cosas como estas: 

Los males públicos impregnan de tal manera la vida social de la humanidad en todos los tiempos y en todos los lugares que nadie puede compartir la vida común de nuestra raza sin caer bajo los efectos de esos pecados colectivos. Él va pecar al consentirlos o va a sufrir al resistirlos. Jesús en ningún sentido real cargó los pecados de algún británico de la antigüedad que golpeó a su esposa en el año 56 A. C., o de algún montañista en Tennessee que se emborrachó en el año 1917, pero en un sentido muy real cargó el peso de los pecados públicos de la sociedad organizada y estos a su vez están casualmente conectados con todos los pecados privados.[1] 

Varias de las denominaciones protestantes convencionales más grandes de Estados Unidos adquirieron ansiosamente las ideas de Rauschenbusch. Todas las que lo hicieron, rápidamente flotaron cada vez más lejos a la deriva, hacia el liberalismo, hasta que abandonaron cualquier compromiso que pudieron haber tenido con la autoridad de la Escritura. Para ese entonces, hacía tiempo que habían perdido por completo el Evangelio. 

¿Por qué? Porque aquellos que permiten que la cultura, una ideología política o cualquier otra fuente extra bíblica defina para ellos la justicia, muy pronto encontrarán que la Escritura se opone a ellos. Si ellos están determinados a retener su idea pervertida de la justicia, ellos por lo tanto deberán oponerse a la Escritura. 

Además, cada intento de ampliar el alcance del Evangelio, a la larga dejará al Evangelio tan fuera de foco que su mensaje real se perderá. 

El mensaje de la justicia social desvía la atención de Cristo y la cruz. Hace volver nuestros corazones y mentes de las cosas de arriba a las cosas de este mundo. Oculta la promesa de perdón para pecadores sin esperanza, al decirles a las personas que son víctimas desafortunadas de las malas acciones de otras personas. 

Por lo tanto, fomenta las obras de la carne en lugar de cultivar el fruto del Espíritu. 

No nos provoquemos los unos a los otros, ni nos envidiemos los unos a los otros 

Los cristianos son las últimas personas que deberían ofenderse, resentirse, envidiar o ser inclementes. El amor “no guarda rencor” (1 Corintios 13:5). La marca de un cristiano es volver la otra mejilla, amar a nuestros enemigos, orar por aquellos que nos maltratan. Cristo es el ejemplo cuyos pasos debemos seguir: “Quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente;” (1 Pedro 2:23). 

Odio, envidia, disensión, celos, arrebatos de ira, disputas, disensiones, parcialidad, hostilidad, divisiones, amargura, orgullo, egoísmo, malos sentimientos, espíritu de venganza y todas las actitudes similares de resentimiento son las autodestructivas obras de la carne. Los frutos beneficiosos que el Espíritu produce son exactamente las actitudes opuestas: amor, gozo, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio.” Cierta versión de la Biblia traduce 1 Corintios 13:5 así: “[El amor] no guarda registro de los errores.” 

Tales cualidades, francamente, son escasas en la retórica de aquellos que abogan por la justicia social. 

Hacer justicia (por ej., justicia bíblica, no el sustituto secular) junto con misericordia amorosa y caminar en humildad con Dios son virtudes esenciales. Esos son los principales deberes prácticos que le incumben a cada creyente (Miqueas 6:8). Quejarnos constantemente de que somos víctimas de la injusticia, mientras que juzgamos a otras personas culpables de pecados que ni siquiera podemos ver, es antitético del Espíritu de Cristo.  

Como cristianos, cultivemos el fruto del Espíritu, las cualidades nombradas en las bienaventuranzas, las virtudes trazadas en 2 Pedro 1:5-7 y las características del amor enlistadas en 1 Corintios 13. Cualquier noción de equidad moral que omite o minimiza esas cualidades justas no tienen derecho para nada a ser llamada “justicia”.



[1] Walter Rauschenbusch, A Theology for the Social Gospel (New York: MacMillan, 1917), 247 (cursiva agregada).

Disponible sobre el Internet en: www.gracia.org 
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