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Después de un cuidadoso estudio en 1 Juan 4, el gran teólogo y Pastor Jonathan Edwards pudo identificar cinco características que ayudan a distinguir si una obra es o no es del Espíritu Santo. En resumen, una verdadera obra del Espíritu Santo: (1) Exalta al verdadero Jesucristo, (2) se opone a los intereses de Satanás, (3) apunta a personas hacia las Escrituras, (4) eleva a la verdad, y (5) resulta en amor por Dios y por otros.
(El siguiente extracto fue adaptado del libro de Jonathan Edwards Las marcas distintivas de una obra del Espíritu de Dios (The Distinguishing Marks of a Work of the Spirit of God).
Exalta al verdadero Jesucristo
"En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo" (1 Juan 4:2-3). Cuando un ministerio alza el estima de las personas sobre el único verdadero Jesucristo, quien nació a una virgen y fue crucificado –si confirma y establece sus mentes en la verdad que Él es el Hijo de Dios y el Salvador de hombres—entonces es un indicio inequívoco que es del Espíritu Santo. Si el espíritu que está obrando entre estas personas los convence de Cristo y los dirige hacia Él; si confirma en sus mentes la creencia de la historia de Cristo que apareció en la carne; si les enseña que Él es el Hijo de Dios quien vino a salvar a pecadores; si demuestra que Él es el único Salvador, y que tienen una gran necesidad por Él; y si genera en ellos pensamientos de Cristo más altos y honorables que los que tenían antes; si inclina sus afecciones más hacia Él —entonces es un indicio inequívoco que es el verdadero y correcto Espíritu. Esto es verdad hasta cuando somos absolutamente incapaces de determinar si las convicciones o afecciones de alguien reflejan fe salvadora.
Las palabras del apóstol son extraordinarias. La persona a quien le testifique el Espíritu necesita ser aquel Jesús que apareció en persona—no otro Cristo en Su lugar. No puede ser un Cristo místico o fanático, como la “luz interna” que los Quakers ensalzaban. Este Cristo imaginario disminuye su estima de y dependencia en Jesús quien vino en persona. Solamente el verdadero Espíritu de Dios da testimonio de este Jesús.
El diablo tiene un odio feroz contra Cristo, especialmente en su cargo como Salvador de los hombres. Satanás le tiene un odio mortal a la historia y la doctrina de la redención; él nunca haría un esfuerzo para compartir estas verdades. El Espíritu que inclina los corazones hacia la Semilla de la mujer, no es el espíritu de la serpiente quien tiene una enemistad irreconciliable con Él.
Se opone a los intereses de Satanás
"Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo, y el mundo los oye" (1 Juan 4:4-5).
Cuando el Espíritu trabaja en contra de los intereses del reino de Satanás, contra el pecado y contra las pasiones del mundo-- es un indicio que es el verdadero Espíritu y no uno falso.
La antítesis es muy clara. El apóstol está comparando aquellos que son influenciados por dos espíritus opuestos, el verdadero y el falso. La diferencia es clara: una es de Dios, y sobrepasa el espíritu del mundo; el otro es del mundo, y está obsesionado con las cosas del mundo. Al diablo le llaman “el que está en el mundo.”
Aprendemos lo que el apóstol quiso decir con las palabras “el mundo,” o “las cosas que están en el mundo” al leer sus propias palabras: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:15-16). Así que por las palabras “el mundo” el apóstol evidentemente se refiere a todo lo que pertenece al interés del pecado. El término también comprende todas las corrupciones y los deseos del hombre, así como también aquellos hechos y objetos por los que ellos son gratificados.
De lo demás también podemos inferir sin riesgos, que cualquier lección dirigida hacia la estima que las personas le tienen a los placeres, beneficios, y honores del mundo, cualquier cosa que cause que vuelvan sus corazones de estar ávidamente buscando estas cosas, lo que los mantenga aún más concentrados por la eternidad y los cause a buscar sinceramente al reino de Dios y Su justicia, lo que los convenza del horror del pecado, la culpabilidad que viene tras de él, y la falta de felicidad a la cual están expuestos—tiene que ser el Espíritu de Dios.
Satanás no convencería a los hombres de su estado pecaminoso o despertaría sus conciencias. De ninguna manera serviría a su fin, causar que brille más la vela de Dios. Todo lo que él hace es por propio interés, para sosegarles la conciencia y mantenerla callada. Teniendo el Espíritu dentro con los ojos y la boca abierta tendría la tendencia de bloquear y entorpecer todos los diseños dentro de las tinieblas. La conciencia despierta por siempre perturbaría sus negocios, cruzaría sus intereses, y lo inquietaran. ¿Tomaría tal camino el Diablo, mientras que está por establecer a la gente en pecado? ¿Permitiría que tuvieran más cuidado, a ser más curiosos y más vigilantes para poder discernir lo que es pecaminoso, y para evadir pecados en el futuro, y estar más precavidos de las tentaciones del diablo?
El hombre que tiene su conciencia despierta corre menos peligro de ser decepcionado, que cualquier otro hombre en el mundo; es la conciencia adormecida, insensible y simple que más fácilmente puede ser cegada. El Espíritu que opera así no puede ser el espíritu del Diablo; Satanás no echaría a Satanás (Mateo 12:25-26). Por siguiente, si vemos que las personas son más sensibles al horror del pecado, y de la ira de Dios contra ellos, podemos concluir que lo que está causando este tipo de preocupación viene del Espíritu de Dios.