Bien, se acerca el día de Acción de Gracias. ¿Su gratitud perdurará más allá del tiempo de siesta? Para muchos, hasta ahí llega su gratitud —una vez, un solo día festivo— que les recuerda que deben meditar y ver cuán bendecidos son. Con frecuencia y rápidamente, las personas vuelven a ser ingratas. Pero Dios quiere que seamos agradecidos todo el tiempo, por todo. Ése es el tema de 1 Tesalonicenses 5:18, en donde Pablo dice: "Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”. Así que si usted es salvo, lleno del Espíritu, santificado, sumiso y quebrantado, sólo le queda una cosa por hacer en obediencia a la voluntad de Dios: dar gracias.
El mandato de Pablo, simple y directo —dar gracias en todo—, no permite a los creyentes ninguna excusa para la ingratitud. En todo implica una obligación ilimitada. Se refiere a todo lo que ocurre en la vida. Con la excepción obvia del pecado personal, debemos expresar agradecimiento por todo. No importa qué luchas o pruebas, Dios nos manda a encontrar razones para agradecerle siempre (Hechos 5:41; Santiago 1:2–3; 1 Pedro 1:6–9). Ésa es Su voluntad.
Si usted no está obedeciendo ese mandato, no está siguiendo la voluntad de Dios. Piénselo de esta manera: si para usted no es fácil ser agradecido, tampoco le será fácil encontrar la voluntad de Dios. O para decirlo de otro modo, si le cuesta ser agradecido, le costará seguir la voluntad de Dios. ¿Necesita alguna motivación? Aquí tiene algunas razones por las que Dios quiere que sea agradecido:
1. Dios lo ordena:
El agradecimiento debería surgir como respuesta natural de los creyentes a todo lo que Dios ha hecho por ellos, pero debido a la dureza de nuestro corazón, Dios nos insta con preceptos a que le demos gracias (Filipenses 4:6; Colosenses 2:7; 1 Tesalonicenses 5:18). Por lo tanto, toda forma de ingratitud es pecaminosa. Pablo ordenó a los colosenses: "y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos" (Colosenses 3:15).
Cuando Pablo describe la vida llena del Espíritu del creyente, él dice: “…hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo" (Efesios 5:20). Dios no tan sólo ordena esas expresiones de gratitud y deja a los creyentes sin ayuda para cumplirlas. Él nos permite expresarlas (Filipenses 2:13) y se complace cuando lo hacemos.
Joni Ereckson Tada, quien sufrió un accidente que la dejó paralizada del cuello hacia abajo, escribe: "dar gracias no es cuestión de sentirse agradecido, es cuestión de obediencia".
2. La gratitud reconoce la soberanía de Dios:
El único, más grande acto de adoración que usted puede dar a Dios es agradecerle. Es el epítome de la adoración, porque mediante la gratitud afirmamos a Dios como la fuente máxima de juicio y bendición, y reconocemos nuestra humilde aceptación de ambos.
Con un corazón agradecido, usted puede decir en medio de cualquier situación, "alabado sea Dios”. Ese tipo de actitud ve más allá de la circunstancias, ve al plan de Dios. Ve a la soberanía de Dios, más allá del dolor. Recuerde que "y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados” (Romanos 8:28). Una actitud de agradecimiento nos permite tratar con quienes nos hacen mal diciendo como José: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien." (Génesis 50:20). Quienes son agradecidos ven la mano providencial de Dios en todas partes y dicen: "Dios, te agradezco por los tiempos de paz, así como también por los tiempos difíciles —un matrimonio difícil, un trabajo arduo, una enfermedad grave— porque sé que usarás esas cosas para mi bien y Tu gloria.”
El cristiano agradecido recuerda que el dolor perfecciona, confirma, fortalece y establece (1 Pedro 5:10). Ése es el tipo de gratitud que Dios quiere.
3. Dios juzga la ingratitud:
William Shakespeare escribió: "Más defrauda tener un hijo ingrato que el diente de la serpiente. Ingratitud, demonio con corazón de mármol." Si Shakespeare comprendió la actitud hostil detrás de la ingratitud, imaginen lo que Dios debe pensar acerca de la misma.
La ingratitud es la esencia de un corazón no regenerado; es uno de los pecados más intolerables en la Escritura. El apóstol Pablo identificó los incrédulos como ingratos: "Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido." (Romanos 1:21). Porque el hombre, en su orgullo, no puede honrar y glorificar a Dios como Creador; y también se niega a darle las gracias por Su piadosa provisión. La ingratitud traiciona a la incredulidad, y ambos pecados traen el juicio de Dios.
Aunque Dios es la fuente de todas las cosas buenas que los hombres poseen —dándoles vida, aliento, la lluvia, el brillo del sol y otras bendiciones naturales tanto a los justos como a los injustos (Mateo 5:45, Hechos 14:15–17)— el hombre natural se rehúsa a agradecerle a Él. En su mente pecaminosa, el agradecerle a Dios es reconocer su obligación a adorarle.
En el próximo artículo, veremos unos motivos más. En resumen, Dios quiere que seamos agradecidos en todo porque la gratitud es la máxima expresión de un corazón regenerado. La ingratitud puede infectar y destruir una iglesia, un matrimonio, una familia y un hogar. Cultive, por lo tanto, un corazón agradecido. Dé gracias por todo y en toda circunstancia. Ésa es la voluntad de Dios. ¿Usted, la cumple?