La ansiedad, si se deja sin resolver, puede debilitar la mente y el cuerpo de uno —e incluso llevar ataques de pánico.
Me inquietan las soluciones que algunos cristianos ofrecen al problema de la ansiedad. Una encuesta de los libros que las editoriales evangélicas han sacado acerca del tema es reveladora. La mayoría son de fórmulas, libros anecdóticos o de orientación psicológica. Contienen muchas historias bonitas, pero sin muchas referencias bíblicas.
Cuando se usa la Escritura, con frecuencia es sin darle mucha importancia y sin tomar en cuenta el contexto. Conceptos bíblicos a menudo se reducen a términos singulares y se presentan algo así como: “Si haces [término 1] y [término 2], entonces Dios debe hacer [término 3]”.
Lo que es aún más problemático para mí es que ese método superficial y la actitud despectiva acerca de la Escritura, separada de la psicología moderna, es inadecuada para tratar la ansiedad y otras aflicciones de la vida. Contradice la verdad bíblica de que nuestro Señor Jesucristo, por medio de su divino poder, “nos ha concedido todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad por medio del conocimiento de aquel que nos llamó por su propia gloria y excelencia” (2 Pedro 1:3). Mi inquietud sobre este tema me impulsó a escribir Our Sufficiency in Christ (Nuestra suficiencia en Cristo).[1] John MacArthur, Nuestra Suficiencia en Cristo (El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 2018).
El posible peligro de que los creyentes sean animados para adoptar un método psicológico para la ansiedad se me hizo especialmente claro cuando leí acerca de una joven cristiana llamada Gloria, quien buscó consejería después de años de preocuparse por su peso. Gloria ingresó a una reconocida clínica cristiana en Dallas y empezó una terapia extensa. Puesto que la clínica hacía propaganda en una emisora radial cristiana y llevaba el nombre de hombres que escribieron libros ampliamente disponibles en librerías cristianas, Gloria asumió que era un lugar seguro para que la hija de un ministro bautista depositara su confianza. Fue el principio de una pesadilla que al final la condujo a “recordar” una variedad de crímenes extraños y atroces que sus padres supuestamente habían cometido contra ella y por los cuales los acusó en la corte.
La revista D Magazine en Dallas se enteró de la historia y la reportó en profundidad.[2] Glenna Whitley, The Seduction of Gloria Grady (Dallas, TX: D Magazine, octubre de 1991), 45-71. Descubrieron que no había evidencia independiente para corroborar ninguna parte de la historia de Gloria y que Gloria parecía haber sido programada con las percibidas expectativas y sugerencias de su terapeuta, cuyos registros mostraron que había aconsejado a una sarta de pacientes con “recuerdos” similares.
Una de las tragedias más vergonzosas en la vida es que algunos niños son abusados por sus padres, pero no hay evidencia en lo absoluto de que tal horror esté almacenado en los lugares más remotos de la mente, accesible solo por un terapeuta especialmente capacitado. “La amnesia no es algo común en los trastornos postraumáticos causados por el estrés”, explica un experto citado por D Magazine. “Lo opuesto es cierto: Hay una preocupación por el evento”.[3] Glenna Whitley, The Seduction of Gloria Grady (Dallas, TX: D Magazine, octubre de 1991), 69.
Gloria sucumbió al poder de la sugestión y pagó un terrible precio. D Magazine concluye: “Años después de haber puesto su confianza en psicólogos cristianos para que la ayudasen a bajar de peso, ella pesa más que nunca. Y los recuerdos de la niñez de Gloria se han distorsionado hasta convertirse en una visión del infierno en la tierra.”[4] Glenna Whitley, The Seduction of Gloria Grady (Dallas, TX: D Magazine, octubre de 1991), 71. Ella está totalmente alienada de la gente que más necesita porque se le ha hecho creer en mentiras acerca de estas personas. Su ansiedad no se ha aliviado. ¡Qué fin tan aterrador a la búsqueda de una joven que quería ponerle fin a sus preocupaciones por su peso!
La moraleja de la historia es tener cuidado de cómo bregar con las preocupaciones y discernir la clase de consejería que se recibe.
(Adaptado de Venza la ansiedad)