¿Está usted desalentado por el pecado ignorado en su iglesia? ¿Acaso los líderes se rehúsan a reconocer o responder a los reportes de pecado flagrante en su iglesia? No está solo.
Muchos miembros fieles se sienten frustrados e indefensos a medida que experimentan daño continuo, infligido por pecadores desenfrenados e impenitentes en sus congregaciones. La pasividad de muchos líderes se debe a su deseo de ser vistos como amorosos y evitar posibles conflictos. Esta renuncia o rechazo a enfrentar la maldad no solo es devastadora para la salud de una iglesia local, sino que también desobedece los mandamientos claros de Cristo.
Jesús dio instrucciones explicitas sobre cómo se debe lidiar con el pecado en la iglesia.
Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no lo oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano. (Mateo 18:15–17)
El lugar de la Disciplina de la Iglesia
Notemos que el Señor usó la palabra “iglesia” dos veces en el versículo 17. La palabra griega es ekklesia, que significa literalmente “los llamados afuera”. La palabra a veces es utilizada para hablar de cualquier asamblea de personas. Un ejemplo de esto podría ser Hechos 7:38, el cual se refiere a la congregación de Israel durante el Éxodo, como a “la iglesia en el desierto” (JBS).
Algunos proponen que debido a que el discurso anterior en Mateo 18 precede a Pentecostés, Cristo no pudo haber estado hablando de la iglesia del Nuevo Testamento. Pero Jesús ya había introducido el concepto de la iglesia a Sus discípulos, diciéndoles que Él la edificaría y las puertas del Hades no prevalecerían contra ella (Mateo 16:18). Así que las instrucciones en Mateo 18 fueron dadas en anticipación al cuerpo de creyentes del Nuevo Testamento. Es difícil entender cómo alguien podría exceptuar a la iglesia del Nuevo Testamento de los principios presentados en este pasaje.
De hecho, el punto de nuestro Señor fue que la asamblea de los redimidos de Dios, es el lugar adecuado en el cual los asuntos de disputa y disciplina deberían ser manejados. No hay una corte externa o autoridad más alta en la tierra a la cual los asuntos de pecado deben ser apelados (1 Corintios 6:2–3).
Es por diseño divino que la disciplina debe tomar lugar en la iglesia. Los creyentes verdaderos son motivados por un amor genuino de los unos por los otros (1 Juan 3:14). En tal contexto, la disciplina puede ser administrada en amor, por creyentes amorosos, para el bien genuino y la edificación de todo el cuerpo.
El propósito de la disciplina de la Iglesia
La disciplina, administrada apropiadamente, siempre está motivada por el amor. Su primer propósito es la restauración del hermano pecador: “Si te oyere, has ganado a tu hermano” (Mateo 18:15). También purifica a la iglesia a medida que los creyentes se vuelven más diligentes para vigilar sus vidas y evitar la confrontación.
El objetivo de la disciplina de la iglesia no es expulsar a la gente, rechazarlos, avergonzarlos, jugar a ser Dios, honrarnos a nosotros mismos o ejercitar autoridad en una manera abusiva. El propósito de la disciplina es restaurar a las personas a una relación correcta con Dios y con el resto del cuerpo. La disciplina apropiada nunca se administra como represalia por el pecado de alguien. La meta es siempre la restauración, no la retribución.
Esto es obvio por el texto de Mateo 18. La palabra griega traducida “ganado” en el versículo 15, es kerdaino, una palabra usada muchas veces para hablar de ganancia financiera. Por lo tanto, Cristo describe al hermano errante, como un valioso tesoro que debe ser recuperado. Esa debería ser la perspectiva de cada cristiano, quien alguna vez confronte a un hermano o hermana acerca del pecado.
Esa es, de hecho, la expresión del propio corazón de Dios acerca de la disciplina. Él ve a cada alma como un tesoro a ser recuperado. Ese es el contexto completo en el cual Cristo habló estas palabras. Los versos que preceden inmediatamente a estas instrucciones de disciplina, comparan a Dios con un pastor amoroso, preocupado por cada cordero del rebaño.
¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se había descarriado? Y si acontece que la encuentra, de cierto os digo que se regocija más por aquélla, que por las noventa y nueve que no se descarriaron. Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños. (Mateo 18:12–14)
Cada cristiano debe tener ese mismo sentido de preocupación. A veces es tentador tomar el camino de menor resistencia, y evitar la confrontación —especialmente cuando el pecado ya está apartando a un hermano o hermana de la congregación. Pero ese es el momento en el cual debemos involucrarnos más. Ese es el corazón del pastor verdadero, que hará todo lo posible para recuperar una oveja perdida o herida, y restaurarla al rebaño.
La confrontación no es fácil, ni tampoco debería serlo. No tenemos que ser entrometidos, constantemente mezclándonos en los asuntos de los demás. Pero cuando nos damos cuenta que alguien ha pecado, tenemos una obligación delante de Dios a confrontar a esa persona. No podemos protestar, diciendo, este no es asunto nuestro. Una vez que nos damos cuenta de un pecado que amenaza el alma de otro creyente, es nuestro deber exhortar, confrontar y trabajar por la pureza de la iglesia y la victoria en la vida del pecador. Estas son preocupaciones nobles y necesarias.
No obstante, debemos estar en guardia en contra de los abusos, y debemos mantener en vista, todo el tiempo, los propósitos amorosos de la disciplina apropiada. Hay un verdadero peligro en empezar a amar reprendernos los unos a otros. Es por eso que Jesús advirtió a los que confrontan, que primero se examinen a sí mismos antes de tratar de sacar la paja del ojo de un hermano. ¡Debemos asegurarnos que no tenemos una viga colgando en nuestro propio ojo (Mateo 7:3–5)!
Una persona que está bajo disciplina y se niega a arrepentirse, probablemente se siente abusada y maltratada, de la misma manera en que los niños desobedientes a veces desprecian la disciplina de sus padres. No es para nada inusual, que una persona no arrepentida, acuse a esos que lo han confrontado de ser faltos de amor e injustos. Esa es una razón adicional, para que aquellos que administren la disciplina tengan mucho cuidado de actuar en amor, con mucha paciencia y examinándose a sí mismos cuidadosamente.
El amor cubrirá una multitud de pecados (1 Pedro 4:8), y ciertamente hay ocasiones en la que es apropiado pasar por alto los pecados cometidos por nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Pero también hay momentos en los cuales el pecado en el campamento, exigen confrontación y un llamado al arrepentimiento. Pero, ¿dónde está la línea divisoria y quien es responsable de tomar medidas? Vamos a ver esos problemas en mi próxima publicación.
(Adaptado de La libertad y el poder del perdón)