Este blog fue publicado por primera vez en agosto del 2021. –ed.
¿Qué es lo que separa al cristianismo de las demás religiones? ¿Qué separa a la verdad de todas las mentiras?
Si bien la mayoría de las religiones tienen diferencias en los detalles minuciosos, hay un tema que es constante: el logro humano. Ya sea usted católico, musulmán, mormón o hindú, hay un código de conducta que está ligado a la vida eterna. Aún en religiones donde la salvación no está garantizada, la única manera posible de alcanzarla es a través de un esfuerzo diligente.
La verdad de la Escritura contrasta fuertemente. Como ya hemos comentado, nuestra naturaleza pecaminosa heredada nos ha dejado como pecadores impotentes y totalmente depravados. Y mientras que las religiones fabricadas por el hombre niegan nuestra maldad inherente, el testimonio de la Palabra de Dios es claro —el hombre, abandonado a sí mismo, está completamente sin esperanza.
En su libro Esclavo, John MacArthur describe la incompetencia espiritual del hombre no redimido.
Una de las características dominantes de la caída humana universal es el engaño del pecador acerca de su verdadera condición. Motivada por el orgullo, la mente depravada piensa de sí misma mucho mejor de lo que realmente es. Sin embargo, la Palabra de Dios corta ese engaño como una espada afilada, diagnosticando al hombre pecador como enfermo incurable, rebelde por naturaleza e incapaz de cualquier bien espiritual.
Como esclavos del pecado, todos los incrédulos son hostiles a Dios e incapaces de agradarlo en cualquier sentido. Su incapacidad se acentúa por el hecho de que no solo están atados al pecado; sino que también están cegados por el pecado y muertos en él. Ellos “teniendo el entendimiento entenebrecido” (Efesios 4:18) no pueden comprender la verdad espiritual porque “el dios de este siglo [Satanás] cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Corintios 4:4). Adicionalmente, los incrédulos están “muertos en [sus] delitos y pecados” (Efesios 2:1), “muertos en [sus] pecados” (Colosenses 2:13), “viviendo [están muertos]” (1 Timoteo 5:6). Así como un hombre ciego no puede darse vista a sí mismo ni un muerto resucitarse, el pecador está totalmente incapacitado para impartirse a sí mismo tanto conocimiento espiritual como vida eterna. Así como Lázaro yacía inmóvil en la tumba, el alma no redimida permanece sin vida hasta que la voz de Dios le ordena: “¡Sal fuera!”[1]John MacArthur, Esclavo (Nashville, TN: Thomas Nelson, 2011), 130–132..
Las buenas nuevas del evangelio son que no somos dejados para pudrirnos y decaer en la ruina de nuestro pecado. Dios, a través del sacrificio amoroso de Su Hijo, interviene a favor nuestro, rescatándonos y reviviéndonos de nuestra muerte espiritual. Efesios 2:1–10 describe vívidamente la intervención de Dios a favor nuestro:
Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por Su gran amor que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, [Él] nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y [Él] juntamente con él nos resucitó, y asimismo [Él] nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de Su gracia en Su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas (énfasis añadido).
Se han dedicado sermones completos a esclarecer la rica verdad espiritual contenida en la frase, “Pero Dios” (Efesios 2:4). La eternidad de todo hombre y mujer redimidos mediante el sacrificio de Cristo pende de la verdad de esas dos palabras. A pesar de la maldad impenitente del hombre, Dios creó un camino para la salvación y bendición.
Y en el diseño de Dios, los medios de salvación no son acreditados a nosotros. Como John explica, nuestra salvación es enteramente una obra del Señor.
En la salvación, el Dios trino actúa soberanamente en aquellos que quiere rescatar, impartiendo vida a los corazones muertos y visión a las mentes ensombrecidas. La salvación entonces “no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Romanos 9:16). Así como no elegimos nacer en el sentido físico, tampoco elegimos nacer de arriba (Juan 3:3–8). Usted y yo creímos en el evangelio, no porque fuimos más sabios o justos que cualquier otro sino porque Dios intervino con gracia, abriendo nuestros corazones para prestar atención a Su Palabra y creer. No hay lugar para el orgullo de nuestra parte, solo gratitud; la obra exclusiva de Dios en la redención de los pecadores significa que Él recibe toda la alabanza[2] Esclavo, 142–143..
En el sacrificio misericordioso de Su Hijo, Dios contempla a una raza de Lázaros corriendo a toda velocidad hacia el infierno, y no solo nos invita a “venir fuera”, sino que misericordiosamente provee los medios para nuestra resurrección y redención.