Este blog fue publicado por primera vez en julio del 2021. –ed.
Probablemente ha escuchado a alguien decir que, a pesar de la maldad que vemos demostrada en el mundo que nos rodea, la gente es básicamente buena.
Los políticos, los psicólogos y, tristemente, los líderes religiosos han reforzado esa idea, asumiendo que dado que no somos tan malos como podríamos ser, debe haber algún elemento intrínseco de bondad y dominio propio en cada persona. La idea sirve como un manto tranquilizador de humanismo, que cubre a todos los valores atípicos menos a los más violentos y perversos que no se ajustan a las normas de conducta aceptadas. De hecho, la presunción de la inherente bondad del hombre ayuda a la sociedad educada a distanciarse de esos extremistas y hace que, por comparación, el resto de nosotros nos veamos mejor.
Sin embargo, como vimos la última vez, la verdad es que todos hemos heredado la misma inclinación innata hacia el pecado y la corrupción. Pero ¿existe —tal como algunos enseñan— una partícula pura de lo divino en cada persona, que equilibra nuestra naturaleza pecaminosa y los efectos del pecado original?
Así es como John MacArthur respondió a la idea de la bondad humana innata:
Los falsos sistemas de creencia siempre parecen subestimar la depravación humana. Algunos incluso la niegan rotundamente e insisten que la gente es fundamentalmente buena. Esta es una tendencia de casi todas las herejías pseudocristianas, filosofías humanistas y puntos de vista seculares. Los apóstoles de esas religiones y filosofías parecen pensar que describir la naturaleza humana en términos animados y optimistas hace, de alguna manera, más noble su postura. Ese solo hecho personifica perfectamente la ilógica ciega que va de la mano con la incredulidad y la religión falsa. Después de todo, el dilema moral de la humanidad debería ser evidentemente obvio para cualquiera que considere seriamente el problema de la maldad. Como comentó célebremente G. K. Chesterton: El pecado original es el punto de la teología cristiana que puede ser demostrado empíricamente con facilidad.
El estado caído de la raza humana es una situación difícil, profunda, destructiva y universal, inexplicable por cualquier razón simplemente naturalista, pero innegablemente obvia. Donde sea que encuentre humanos, verá amplia evidencia de que toda la raza está cautiva bajo la influencia de la corrupción del pecado[1]John MacArthur, ed. Bruk Parsons, John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine and Doxology (Orlando, FL: Reformation Trust, 2008), 129..
La naturaleza pecaminosa en todos nosotros es mucho más que una mancha aislada. La Escritura dice que los hombres y mujeres no arrepentidos, están “muertos en [sus] delitos y pecados” (Ef. 2:1). No hay partícula pura de lo divino, no hay un aposento oculto de bondad no afectada. Como John lo explica, la destructiva y dominante naturaleza de la depravación del hombre es total.
El pecado es un tirano cruel. Es el poder más devastador y degenerante para afligir a la raza humana, al punto que toda la creación “gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora” (Ro. 8:22). El pecado daña a la persona completa. Infecta el alma, corrompe la mente, profana la conciencia, contamina los afectos y envenena la voluntad. Es el cáncer destructor de la vida y condenador del alma que supura y crece en cada corazón humano no redimido como una gangrena incurable[2]John MacArthur, Esclavo (Nashville, TN: Grupo Nelson, 2011), 129..
Usted puede entender por qué la doctrina de la depravación total no complace a las audiencias humanísticas. Como contrapunto, ellos usan varios ejemplos de benevolencia y bondad. ¿Cómo negar la bondad innata del hombre ante la existencia de millonarios caritativos, voluntarios abnegados y fieles recicladores?
Pero como explica John MacArthur, el término depravación total:
No significa que los pecadores incrédulos sean siempre tan malos como podrían serlo (cf. Lc. 6, 33; Ro. 2:14). Ni tampoco que la expresión de la naturaleza humana pecaminosa viva siempre al máximo. No significa que los no creyentes sean incapaces de ejecutar actos de bondad, benevolencia, buena voluntad o altruismo humano. Ciertamente no significa que los no cristianos no puedan apreciar la bondad, la belleza, la honestidad, la decendencia a la excelencia. Significa que nada de esto tiene ningún mérito delante Dios…
La depravación total significa que los pecadores no tienen la capacidad de hacer el bien espiritual o de obrar para su propia salvación del pecado. Están tan poco inclinados a amar la justicia, tan completamente muertos en el pecado, que no pueden salvarse a sí mismos, ni siquiera prepararse para la salvación de Dios. La humanidad incrédula no tiene la capacidad de desear, comprender, creer o aplicar la verdad espiritual: “El que no tiene el Espíritu no acepta lo que procede del Espíritu de Dios, pues para él es locura. No puede entenderlo, porque hay que discernirlo espiritualmente” (1 Co. 2:14)[3]John MacArthur, Una conciencia decadente (Weston, FL.: Editorial Nivel Uno, Inc. 2020), 101–102..
El hombre no arrepentido no está peleando una guerra interna entre el bien y el mal. Él está completamente incapacitado por su naturaleza pecaminosa innata. Aún las cosas buenas que él hace están manchadas por motivaciones pecaminosas e intereses personales. Y nada acerca de él amerita el favor, la gracia o la atención de Dios. Él es totalmente depravado.
Y a pesar de nuestra corrupción exhaustiva, el Señor ha provisto un camino de salvación. ¿Cómo es que aquellos muertos espiritualmente pueden ser salvados? ¿Cómo alguien pasa de una naturaleza corrupta a ser un hijo de Dios? Eso es lo que veremos la próxima vez.