Este blog fue publicado por primera vez en junio del 2021. -ed.
Usted ya no escucha que se hable mucho acerca del pecado desde el púlpito. Reconocerlo e identificarlo, luchar con la culpa del mismo o tratar con él en absoluto —esas ideas están pasadas de moda en la mayoría de las iglesias de hoy.
Lo que usted escuchará es mucho acerca del quebrantamiento y la negatividad, como si Cristo se hubiera humillado a sí mismo hasta el punto de la muerte para curar la depresión y corregir malas actitudes. La iglesia moderna en gran parte se ha deshecho del lenguaje bíblico del pecado y la salvación, reemplazándolo con verborragia postmoderna sentimental que apela a una generación criada en seminarios de psicología barata y de autoayuda.
Un predicador popular —y en este caso, uso el término “pastor” con poca exactitud— recientemente dedicó su servicio del Domingo de Resurreccion para dar una analogía confusa de Cristo como si fuera una menta para el aliento. Él en realidad tuvo la audacia de comparar las ofensas del pecado con el mal aliento y proyectó a Cristo como el Agente que disimula sus efectos.
Ese tipo de desechos pseudoespirituales, en algunos círculos, es aceptado como una presentación del evangelio. Y aun en iglesias que no se han rebajado a ese nivel ridículamente indigno, usted no escuchará mucho acerca del lenguaje bíblico del pecado, la culpa y el arrepentimiento.
Tristemente, esto no es una tendencia nueva. John MacArthur, hace veinte años atrás, señaló el alejamiento de las discusiones bíblicas del pecado y la salvación. En su libro, Una conciencia decadente, él advirtió acerca de los peligros de moderar nuestra visión del pecado:
Ese tipo de pensamiento ha eliminado palabras como pecado, arrepentimiento, pesar, expiación, restitución y redención fuera del discurso público. Si se supone que nadie debe sentirse culpable, ¿cómo podría alguien ser un pecador? La cultura moderna tiene la respuesta: las personas son víctimas. Las víctimas no son responsables por lo que hacen; son víctimas de lo que les sucede. Así que cada falla humana debe describirse en términos de cómo el perpetrador ha sido victimizado. Se supone que debemos ser muy “sensibles” y “compasivos” para ver que las mismas conductas que solíamos etiquetar como “pecado” son, en realidad, evidencia de victimización.
La victimización ha ganado tanta influencia que, en lo que a la sociedad le concierne, prácticamente no existe el pecado. Cualquiera puede escapar de la responsabilidad de sus malos actos alegando que es una víctima. La manera en que nuestra sociedad ve la conducta humana ha cambiado radicalmente”[1]John MacArthur, Una conciencia decadente (Weston, FL: Editorial Nivel Uno, Inc., 2020), 24..
Hoy en día, aun el más violento de los arrebatos tiene excusas incorporadas. Solo en el último mes, hemos visto cómo los medios de comunicación justifican la violencia generalizada mientras que turbas saqueaban las tiendas, quemaban farmacias y atacaban a oficiales de policía. Otros buscan maneras de justificar el terrorismo —los problemas del medio ambiente como el cambio climático son los más recientes culpables. La responsabilidad personal y la rendición de cuentas son fácilmente hechas a un lado, mientras que los pecadores rutinariamente le echan la culpa a alguien más por sus actos malvados.
Y aun cuando no hay nadie más a quien culpar, nos hemos convertido en adeptos a evitar la culpa. Nuevamente, citando a John MacArthur en Una Conciencia Decadente:
En estos días, todo lo que esté mal con la humanidad probablemente será explicado como una enfermedad. Aquello que solíamos llamar pecado, es más fácilmente diagnosticado como todo tipo de discapacidades. Todo tipo de inmoralidad y conducta malvada es ahora identificada como síntoma de esta o aquella enfermedad psicológica. La conducta criminal, varias pasiones perversas y toda adicción que se pueda imaginar, han sido todas hechas excusables por la cruzada que las califica como aflicciones médicas. Aun problemas comunes, tales como debilidad emocional, depresión y ansiedad, son también casi universalmente definidos como cuasi médicas, en lugar de aflicciones espirituales…
Pero asuma por un momento que el problema es el pecado en lugar de una enfermedad. El único remedio verdadero incluye un arrepentimiento humilde, confesión, restitución, misericordia y crecimiento a través de la disciplina espiritual de la oración, estudio bíblico, comunión con Dios, hermandad con otros creyentes y dependencia de Cristo. En otras palabras, si el problema es de hecho espiritual, etiquetarlo como un asunto clínico, solamente va a exacerbar el problema y no va a ofrecer una liberación real del pecado. Eso es precisamente lo que vemos que está ocurriendo en todos lados.
La triste verdad es que el tratamiento del modelo de enfermedad es contraproducente. Al poner al pecador en el rol de víctima, ignora o minimiza la culpa personal inherente en el mal comportamiento. Es más fácil decir “estoy enfermo” que “he pecado”. Pero no trata con el hecho de que la transgresión de uno es una seria ofensa en contra de un Dios santo, omnisciente y omnipotente…
Uno podría pensar que el ser una víctima y la terapia del modelo de enfermedad son tan obviamente contrarios a la verdad bíblica que los cristianos que creen en la Biblia se levantarían en masa y desenmascararían el error de tal pensamiento. Pero trágicamente, ese no ha sido el caso. El ser una víctima se ha convertido en algo casi tan influyente dentro de la iglesia evangélica como lo es en el mundo inconverso, gracias a la teología de la autoestima y la fascinación de la iglesia con la psicología mundana.
En estos días, cuando los pecadores buscan ayuda de las iglesias y otros organismos cristianos, es probable que se les diga que su problema es algún desorden emocional o síndrome psicológico. Se les podría animar a perdonarse a sí mismos y se les podría decir que deberían tener más amor propio y más autoestima. Probablemente, no escucharán que deben arrepentirse y buscar con humildad el perdón de Dios en Cristo”[2]Una conciencia decadente, 89..
La consecuencia espiritual de tal desviación de la verdad bíblica es mortal para la iglesia.
Este es un asunto serio. Ya sea que se niegue el pecado expresamente, abierta y totalmente, o de manera encubierta y por implicación, cualquier manipulación con el concepto bíblico del pecado crea un caos en la fe cristiana…
Rechazar nuestra culpabilidad personal nunca nos liberará de un sentido de culpa. Por el contrario, aquellos que se niegan a reconocer su pecaminosidad, en realidad se someten a sí mismos a la esclavitud de su propia culpa. “El que encubre sus pecados no prosperará, más el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Pr. 28:13). “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:8–9).
¡Jesucristo vino al mundo a salvar pecadores! Jesús específicamente dijo que Él no había venido a salvar a aquellos que quieren exonerarse a sí mismos (Mr. 2:17). Donde no hay reconocimiento del pecado y la culpa, cuando se ha abusado de la conciencia para que guarde silencio, no puede haber salvación, santificación y, por lo tanto, no puede haber una emancipación real del poder implacable del pecado”[3]Una conciencia decadente, 36–40..
La iglesia debe tratar el pecado seriamente. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de impedir que las generaciones conozcan la verdad transformadora de la Palabra de Dios. Dicho simplemente, si no existe el pecado, no hay necesidad de un Salvador.
En los próximos días, examinaremos lo que la Palabra de Dios dice acerca de la naturaleza del pecado, la totalidad de la corrupción del hombre, la cura de Dios para sus efectos devastadores, cómo los creyentes deben tratar con el pecado y por qué somos llamados a luchar por la justicia. Será convincente y alentador a medida que rechazamos y desacreditamos la perspectiva del mundo, y nos esforzamos por ver el pecado como Dios lo ve.
(Adaptado del libro Una conciencia decadente)