Cristo declaró “Mi reino no es de este mundo...mi reino no es de aquí” (Juan 18:36). Lejos de levantarse a Sí Mismo como un rival del César, Él estaba diciendo que la iglesia pertenece a una esfera diferente, más alta que cualquier gobierno terrenal y por lo tanto, ella no presenta amenaza alguna a la autoridad legítima del César. El propósito de la iglesia no es derrocar o usurpar gobiernos terrenales. Jesús amplificó ese punto cuando dijo, “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22:21).
Pero por parte de él, el César siempre ha tenido la tendencia de ver a Cristo como un adversario y un inconveniente. De Herodes y Poncio Pilato hasta la actualidad, los gobiernos terrenales siempre han buscado ejercer control sobre Cristo y Su reino. El César no está contento con las cosas que son del César. Él también quiere controlar las cosas que le pertenecen a Dios. Entonces, los gobernantes terrenales invariablemente tratan de apropiarse de tanto dominio sobre la iglesia como sea les posible abarcar.
Los políticos posmodernos de la actualidad están tan determinados como cualquier gobierno en la historia por entrometerse en asuntos que le pertenecen a Cristo. Imponen estándares morales que son hostiles a principios bíblicos. Usan el púlpito de intimidación del César para retratar valores bíblicos como una amenaza para la existencia misma de la humanidad. Promueven e incluso subsidian a aquellos que quieren adoctrinar a niños con ideologías abiertamente anti-cristianas. Producen órdenes ejecutivas en abundancia, agencias de regulación y requisitos arbitrarios que estorbarían o detendrían el trabajo de la iglesia.
Los años de COVID simplemente hicieron que la estrategia del César fuera innegablemente obvia. Las restricciones del gobierno requirieron que las iglesias se refrenaran de congregarse, mientras que a los casinos y a los salones de masaje, se les permitió operar. Los oficiales se hicieron de la vista gorda cuando se dio vía libre a los manifestantes de izquierda para reunirse e incluso cometer disturbios; pero esos mismos oficiales trabajaron de manera imparable para mantener cerradas las iglesias.
La obediencia a un control gubernamental tan vano y de mano dura, habría requerido desobediencia a la Escritura. Dios manda de manera clara a Su pueblo a no dejar de congregarse regularmente para la adoración colectiva (Hebreos 10:25). Y es “necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29). Entonces, reanudamos nuestra adoración corporativa y eso desató inmediatamente la ira del César. Las agencias gubernamentales persiguieron a nuestra iglesia con todo proyectil regulador que podían lanzarnos—demandas legales, demandas judiciales, mandatos y multas. Incluso, amenazaron con expropiar nuestro estacionamiento. Gracias a Dios prevalecimos en la corte—primordialmente, creo yo, porque el Condado de Los Ángeles no estuvo dispuesto a dejar que sus oficiales de salud fueran destituidos bajo juramento.
Nuestro triunfo en ese caso vino exactamente un año antes de que la Declaración de Frankfurt fuera publicada. No obstante, mientras que el caso todavía estaba en proceso de litigio, publicamos una declaración propia, titulada, “Cristo es la Cabeza de la Iglesia, no el César”. Lo que afirmamos en ese momento está en acuerdo total con el documento de Frankfurt.
El gobierno de Estados Unidos (y otros en el mundo occidental) ya se han establecido a sí mismos como enemigos de Cristo al legalizar el aborto; demandar que la homosexualidad sea alentada y celebrada; rehusarse a reconocer las distinciones dadas por Dios; aprobar el matrimonio del mismo sexo y promover la mutilación pagana, brutal de niños. Estos ataques abiertos patrocinados por el gobierno en contra de estándares morales establecidos desde hace mucho tiempo, constituyen una declaración formal, parlamentaria de guerra en contra de Dios, Su orden creado, Su ley moral y la autoridad de Su Palabra. Por lo tanto, nuestro gobierno actual ahora está en contra de Dios, no menos de como estuvieron los adoradores de Baal en el Antiguo Testamento. ¿Por qué no esperaríamos que persiguieran a personas que se jugaron la vida por la causa de Dios y Su Palabra? Hay muchas señales de que iglesias sanas y creyentes fieles están a punto de enfrentar una ola de persecución severa.
La divulgación de todo esto es un problema serio para iglesias que han tratado de hacer concesiones con el mundo. Algunas de ellas, simplemente niegan más abiertamente la verdad (algunas, ya están haciendo eso). Aquellas que no harán concesiones para aplacar al César deberían firmar la Declaración de Frankfurt.
Cristo y el César operan en esferas diferentes. La misión de la iglesia no es partidista ni política. No hay solución política para lo que aflige a nuestra cultura. La misión de la iglesia es predicar el evangelio, recuperar almas del dominio de las tinieblas y prepararlas para ser discípulos de Cristo. Los cristianos no deben ser desviados de esa tarea para alcanzar un mero objetivo político temporal. Por otro lado, entre más se entromete el César en asuntos que le pertenecen a Cristo, más debe decir la iglesia lo que piensa acerca de asuntos eternos y espirituales, que el resto del mundo quiere tratar como meramente “políticos”. No es la prerrogativa del César reescribir estándares morales en asuntos como el aborto, la perversión sexual, roles de género u otros asuntos en donde la Escritura ha trazado líneas bien definidas. Continuaremos hablando acerca de esos asuntos; y cuando el gobierno trate de silenciar el mensaje o castigar al mensajero, no doblaremos la rodilla.
“Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:19-20).