La conciencia puede ser el atributo menos apreciado e incomprendido de la humanidad. La sicología, como hemos señalado, por lo general se preocupa menos por comprender la conciencia que por intentar silenciarla. El influjo de la sicología popular en el evangelicalismo ha tenido el efecto desastroso de socavar una apreciación bíblica del papel de la conciencia. Ya es bastante malo que la conciencia colectiva de la sociedad secular haya desaparecido durante años. Pero ahora la filosofía de no culparse usted mismo está generando un efecto similar en la iglesia.
No obstante, como hemos visto, las Escrituras nunca sugieren que deberíamos responder a nuestra conciencia repudiando la culpa. Por el contrario, la Biblia revela que la mayoría de nosotros somos mucho más culpable de lo que nuestros propios corazones nos dicen. Pablo escribió: “Porque, aunque la conciencia no me remuerde, no por eso quedo absuelto; el que me juzga es el Señor” ( 1 Corintios 4:4).
En vez de descartar o silenciar una conciencia condenatoria, los que conocemos a Cristo debemos instruir nuestras conciencias cuidadosamente con la pura Palabra de Dios, escucharlas y aprender a comprenderlas. Sobre todo, debemos mantener nuestras conciencias intactas. Eso es crucial para nuestro testimonio ante un mundo impío.
No debemos permitir que el mensaje que proclamamos se infecte con las nociones mundanas que minimizan la culpa y solo buscan que las personas se sientan bien consigo mismas. El evangelio popular de nuestra generación casi siempre deja la impresión de que Jesús es un Salvador que nos libra de los problemas, la tristeza, la soledad, la desesperación, el dolor y el sufrimiento. Las Escrituras dicen que Él vino para salvar a las personas del pecado. Por lo tanto, una de las verdaderas fundamentales del evangelio es que todos somos pecadores despreciables ( Romanos 3:10-23). La única manera de encontrar el perdón real y la libertad de nuestro pecado es a través del arrepentimiento humilde y contrito. No podemos evitar la culpa diciéndonos que realmente no somos tan malos. Debemos enfrentarnos con la pecaminosidad extrema de nuestro pecado. ¿No es ese el objetivo de la conocida parábola de Lucas 18:1-14;
El evangelio habla de manera directa, a través del Espíritu Santo a la conciencia humana. Antes de que ofrezca la salvación, debe enfrentar al pecador con su propia y desesperada pecaminosidad. Aquellos que están condicionados a rechazar sus conciencias en asuntos pequeños ciertamente no responderán a un mensaje que los condenará por un pecado tan atroz que justifique la condenación eterna. El ataque a la conciencia, por lo tanto, está endureciendo a las personas contra la verdad del evangelio.
Algunos cristianos, al percibir este efecto, han concluido que el mensaje del evangelio debe actualizarse. Han eliminado por completo la idea del pecado en ese mensaje. Ofrecen a Cristo como un Salvador del sinsentido, como un medio para la realización personal, como una solución a los problemas de autoimagen o como una respuesta a las necesidades emocionales. El evangelio que extienden a los no creyentes no hace un llamamiento a la conciencia, ni menciona el pecado. Por lo tanto, es un mensaje estéril y falso.
Otros, en lugar de eliminar completamente el pecado del mensaje, tratan el tema de la manera más precaria o moderada posible. Pueden enfatizar la universidad del pecado, pero no explican nunca la seriedad del mismo: “Por supuesto que has pecado. ¡Todos lo hemos hecho!”, como si fuera suficiente reconocer la noción de pecaminosidad universal sin sentir realmente ninguna culpa personal en la propia conciencia.
Pero, ¿cómo puede alguien arrepentirse genuinamente sin tener un sentido de responsabilidad personal por el pecado? Así, la tendencia contemporánea de devaluar la conciencia – en realidad – socava al evangelio mismo.
La conciencia que se desvanece también tiene un efecto perjudicial en la vida cristiana. La conciencia es una clave importante para la alegría y la victoria en la vida cristiana. Los beneficios de una conciencia pura comprenden algunas de las mayores bendiciones de la vida cristiana. Como hemos notado, el apóstol Pablo frecuentemente apelaba a su conciencia sin culpa en medio de las aflicciones y persecuciones que sufría (por ejemplo: Hechos 23:1; 24:16; 2 Corintios 1:12).
A través de esas pruebas, el conocimiento de que su corazón era impecable le proporcionaba la fuerza y la confianza para soportar. Pablo guardó cuidadosamente su corazón y su conciencia para que no perdiera esa fuente de seguridad. También atesoraba su conciencia pura como una fuente de gozo perenne.
Hay que buscar una conciencia pura más que la aprobación del mundo. Alcanzar la madurez espiritual se logra al someter la conciencia propia a las Escrituras y luego vivir, en consecuencia, independientemente de la opinión popular.
La iglesia en general parece haber olvidado la importancia espiritual de una conciencia sana. Estoy convencido de que esa es una de las principales razones por las que muchos cristianos parecen vivir en pena y derrota. No se les enseña a responder correctamente a sus conciencias. Tratan a sus conciencias con frialdad. No han aprendido la importancia de mantener la conciencia limpia y saludable. Al contrario, argumentan lo que su propia conciencia les reprocha. Tratan cualquier sentimiento de culpa o autoculpabilidad como una responsabilidad o una amenaza. Gastan demasiado de su energía espiritual intentando controlar vanamente los sentimientos engendrados por una conciencia acusadora, sin disponerse determinadamente a tratar con el pecado que escarnece la conciencia.
Eso es suicidio espiritual. Pablo escribió acerca de aquellos que al rechazar sus conciencias “sufrieron un naufragio con respecto a su fe” ( 1 Timoteo 1:19). Son como un piloto de avión que apaga su sistema de advertencia. Debemos prestar atención a nuestra conciencia. El costo de silenciarla es terriblemente alto. Inevitablemente resultará en una devastadora catástrofe espiritual.
De todas las personas, los que estamos comprometidos con la verdad de las Escrituras no podemos menospreciar la importancia de una conciencia sana. Debemos recuperar y aplicar la verdad bíblica a la conciencia, o no tendremos nada que decirle al confrontar a un mundo pecador.
(Adaptado de Una Conciencia Decadente)