En el encuentro que Eva tuvo con la serpiente en Génesis 3, la primera vez que la serpiente habló, fue para plantar incertidumbre en la mente de Eva, preguntando: “¿Conque Dios os ha dicho...?” (Génesis 3:1). La segunda vez que la serpiente habló, tergiversó f la Palabra de Dios, con el fin de causar un efecto siniestro. La serpiente contradijo rotundamente lo que Dios había dicho a Adán. Lo que Dios le dijo a Adán fue: “El día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17). La réplica de Satanás a Eva fue exactamente lo opuesto: “No moriréis” (3:4).
Luego de esto, Satanás siguió confundiendo a Eva con su versión sobre lo que les sucedería si comían de este fruto, diciendo: “Dios sabe que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal”. Esta era otra verdad parcial. Si Eva comía, sus ojos estarían abiertos al conocimiento del bien y del mal. En otras palabras, perdería su inocencia.
Pero encerrada en esas palabras está la mayor de todas las mentiras. Es la misma falsedad que todavía da de comer al orgullo carnal de nuestra raza caída, y que corrompe cada corazón humano; esta ficción malvada que ha dado a luz a cada una de las religiones falsas en la historia de la humanidad; el mismo error que nació de la perversidad de Satanás mismo; es, por lo tanto, la mentira que subyace en todo el universo del mal: “Seréis como Dios” (v. 5).
Comer de la fruta no haría a Eva como Dios. La haría (y la hizo) más parecida al diablo: caído, corrupto y condenado.
Pero Eva fue engañada: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría” (v. 6). Note los deseos naturales que colaboraron en la confusión de Eva: Su necesidad física (“era bueno para comer”); su sensibilidad estérica (“era agradable a los ojos”) y su curiosidad intelectual (“era deseable para la sabiduría”). Estos son todos impulsos buenos, legítimos y saludables, a menos que el objeto del deseo sea pecaminoso, en cuyo caso la pasión natural, pasa a ser lujuria. De la lujuria nunca puede resultar algo bueno. Así nos dice el apóstol Juan: “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:16).
Eva comió y luego, le dio de comer a su marido. La Escritura no indica si Adán encontró a Eva cerca del fruto prohibido o si ella fue y lo encontró a él. De cualquier modo, por la acción de Adán, y de acuerdo a Romanos 5:12: “El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. Esto es lo que se conoce como la doctrina del pecado original. Es una de las doctrinas más importantes y fundamentales de la teología cristiana y, por lo tanto, digna del esfuerzo para ser comprendida en el contexto de la historia de Eva.
A veces, la gente se pregunta: ¿Por qué fue tan determinante para la humanidad el fracaso de Adán?, y ¿por qué la Escritura trata su desobediencia como el medio por el cual, el pecado entró en el mundo? Porque, se argumenta que, después de todo fue Eva quien comió el fruto prohibido primero; fue ella quien sucumbió a la tentación original, permitiéndose a sí misma ser atraída por un llamado de lujuria, desobedeciendo el mandato de Dios.
Entonces, ¿por qué se considera la falta de Adán el pecado original? Recuerde, antes que nada, lo que 1 Timoteo 2:14 dice: “Y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión”. El pecado de Adán fue deliberado y voluntario en una manera diferente al de Eva. Es cierto que ella fue engañada, pero Adán escogió con pleno conocimiento participar en una rebelión deliberada contra Dios, compartiendo de la fruta que Eva le ofrecía.
Hay, sin embargo, una razón aún más importante por la que el pecado de Adán, en lugar que el de Eva, permitió la caída de toda la humanidad. Y es porque en la posición única de Adán como cabeza de la familia original, y como tal, líder de toda la raza humana, su autoridad tenía una importancia especial. Dios se trataba con él como si fuera una especie de delegado legal que se representaba a sí mismo, a su esposa y a toda su descendencia delante Dios. Por tanto, cuando Adán pecó, lo hizo como nuestro representante ante Dios. Cuando cayó, caímos con él. Por eso es que, precisamente, la Escritura nos enseña que nacemos pecadores (véase Génesis 8:21; Salmos 51:5; 58:3), y que compartimos la culpa y la condena de Adán (Romanos 5:18).
En otras palabras, contrariamente a lo que muchas personas asumen, no caemos desde un estado de inocencia completa al pecado individualmente, sino que Adán, que estaba actuando como un agente y representante de la raza humana, lanzó a toda la humanidad, de una vez, en el pecado. En las palabras de Romano 5:19: “Por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores”. Todos los descendientes de Adán fueron condenados por su acción. Por eso se dice que la raza humana es culpable debido a lo que hizo Adán, y no por lo que hizo Eva.
Es imposible entender el sentido de la doctrina del pecado original —y aun de la Escritura como un todo— si ignoramos este principio esencial. En un contexto absolutamente determinante, aun la verdad del Evangelio depende de esta idea de autoridad representativa. La Escritura dice que la autoridad de Adán sobre la raza humana es un paralelo exacto de la autoridad de Cristo sobre la raza redimida (Romanos 5:18; 1 Corintios 15:22). Del mismo modo que ese Adán, como nuestro representante, acarreó la culpabilidad sobre nosotros, Cristo quitó esa culpabilidad de su pueblo, llegando a ser su autoridad y representante. Él se presentó como su representante ante el tribunal de justicia divina y pagó el precio de su culpabilidad ante Dios.
Jesús también hizo todo lo que Adán dejó de hacer, rindiendo obediencia a Dios de parte de su pueblo. Por lo tanto: “Así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Romanos 5:19). En otras palabras, la justicia de Cristo es contada como nuestra, porque tomó su lugar como la autoridad representativa de todos los que confían en Él. Esto es, en una palabra, el Evangelio.
Sin embargo, no crea que porque el pecado de Eva no fue tan deliberado ni tan trascendental como el de Adán, se le puede eximir de culpabilidad. El pecado de Eva fue extremadamente pecaminoso, y sus acciones demostraron que fue plena y voluntariamente cómplice de Adán en su desobediencia.
Dicho sea de paso, en un modo similar, todos nosotros demostramos por nuestros propios actos que la doctrina del pecado original es perfectamente justa y razonable. Nadie puede legítimamente pretender eximirse de la culpabilidad que pesa sobre la raza humana, alegando que es injusto pagar por el comportamiento de Adán, ya que nuestros propios pecados demuestran nuestra complicidad con él.
En conclusión, el pecado de Eva la sometió a la desaprobación de Dios. Perdió el paraíso del Edén y heredó en su lugar una vida de dolor y frustración. La maldición divina contra el pecado se centró en ella de un modo particular.
(Adaptado de Doce Mujeres Extraordinarias)