En Génesis 3:14-19, el Señor pronuncia una maldición a los culpables dirigiéndose en primer lugar a la serpiente, luego a Eva y, finalmente, a Adán:
“Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar. A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti. Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás”.
Revisar la maldición en forma exhaustiva podría consumir muchos capítulos. Requeriría más espacio que el disponible aquí. En lo que estamos principalmente interesados es, por supuesto, en cómo esta maldición se relaciona con Eva en particular. Note que la maldición tiene tres secciones. La primera es dirigida a la serpiente; la segunda, a Eva y la tercera es para Adán. Pero las tres partes se relacionan directamente con Eva. Para ver esto con más claridad, permítanme invertir el orden y empezar con la sección final, la maldición dirigida a Adán.
Recordemos que la maldición sobre Adán no estuvo dirigida solamente a él, sino que a toda la raza humana. Implicaba, además, cambios importantes en el medio ambiente terrenal. De modo que la maldición sobre Adán tuvo implicaciones inmediatas e instantáneas para Eva (y también para todos sus descendientes). La pérdida del paraíso y el cambio repentino en toda la naturaleza significaba que la vida cotidiana de Eva sufriría las mismas consecuencias gravosas que la vida de Adán. El trabajo sería una carga para ambos, así como el sudor, las espinas y los cardos, y en última instancia, la realidad de la muerte sería parte de su vida. De esta manera, la maldición sobre Adán cayó también sobre Eva.
Es significativo, creo, que la sección más breve de la maldición sea la parte que trata con Eva directamente, contenida en su totalidad en un solo versículo de la Escritura y compuesta por dos elementos (v. 16). Una consecuencia directa de su pecado sería una multiplicación del dolor y el sufrimiento asociado al parto. La otra, sería la lucha que tendría lugar en su relación con su marido. En otras palabras, la maldición que se dirige a Eva en particular trata con las dos relaciones más importantes en las cuales una mujer naturalmente busca su mayor gozo: con su marido y con sus hijos.
La primera parte del versículo 16 es sencilla y directa: “Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos”. Por supuesto, en primer lugar, es el pecado el que trajo el dolor y la miseria al mundo. La expresión multiplicar tu dolor no sugiere que pudo haber habido algún grado menor de angustia o aflicción en un Edén sin maldición. Es muy probable que incluso el parto hubiera sido tan perfecto y sin dolor como cualquier otro aspecto del paraíso.
Pero esta forma de hablar simplemente reconoce que ahora, en un mundo caído, la tristeza, la aflicción y los dolores físicos serían parte y porción de la rutina diaria de la mujer. Y que en el parto, el dolor y la angustia serían “multiplicados en gran manera”, un aumento significativo sobre los infortunios normales de la vida diaria. El acto de dar a luz, que originalmente tenía el potencial de brindar el más puro tipo de gozo y felicidad, se vería estropeado por dolores y dificultades agudos.
La segunda parte del versículo es algo más difícil de interpretar: “Y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti”. Una luz nos aclara el significado de esa expresión comparándola con Génesis 4:7, que usa exactamente el mismo lenguaje y construcción gramatical para describir la lucha que sostenemos con el pecado: “El pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él”. En otras palabras, el pecado desea adquirir dominio sobre usted, pero en lugar de eso, usted tiene que prevalecer sobre él.
Génesis 3:16, usando el mismo lenguaje, describe una lucha similar que tendría lugar entre Eva y su marido. Antes que Adán pecara, su liderazgo era siempre perfectamente sabio, cariñoso y tierno. Antes que Eva pecara, su sumisión era el modelo perfecto de mansedumbre y modestia. Pero el pecado cambió todo eso. Ahora, se irritaría bajo la autoridad de Adán y desearía dominarlo. La tendencia masculina sería sofocarla de manera áspera o dominante. Así, vemos que las tensiones por los diferentes papeles de cada género llegan hasta nuestros primeros padres. Es uno de los efectos inmediatos del pecado y la horrible maldición que trajo sobre nuestra raza.
El paraíso fue completamente arruinado por el pecado y la gravedad de la maldición debió haber hecho añicos el corazón de Eva. Pero el juicio de Dios contra ella no fue totalmente duro e irremediable. Hubo una buena cuota de gracia aun en la maldición. A los ojos de la fe, hubo rayos de esperanza que brillaron incluso a través de la nube del desagrado de Dios.
Por ejemplo, Eva pudo haber sido subordinada a la serpiente a quien tan tontamente le había hecho caso. Pero en cambio, quedó bajo la autoridad de su marido, que la amaba. Pudo haber sido completamente destruida o destinada a vagar a solas en un mundo donde era muy difícil sobrevivir. En vez de eso, se le permitió permanecer con Adán, que continuaría cuidándola y sosteniéndola. Seguía siendo su compañera, aunque su relación tendría ahora tensiones que no existían en el Edén. Aunque con justicia pudo haber sido hecha una marginada y una despreciada, conservó su lugar de esposa.
En el peor de los casos, pudo habérsele prohibido incluso tener hijos. En lugar de eso, aunque la experiencia sería dolorosa y acompañada de aflicciones, todavía sería la madre de todos los vivientes. En efecto, el nombre que Adán le dio después de la maldición da testimonio de este hecho: “Y llamó Adán el nombre de su mujer, Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes” (Génesis 3:20).
De hecho, la promesa que Eva todavía daría a luz hijos, mitigó todo otro aspecto de la maldición. Esa simple expectativa contenía un rayo de esperanza para toda la raza humana. Había un indicio en la maldición misma que señalaba que uno de los propios descendientes de Eva podría, en última instancia, vencer el mal y disipar todas las tinieblas del pecado. Por su desobediencia, Eva había puesto en movimiento a todo un mundo del mal; pero ahora, a través de su descendencia, proporcionaría un Salvador.
En nuestro próximo blog, hablaremos más sobre esta poderosa esperanza, la cual ya le había sido dada implícitamente a Eva en la parte de la maldición donde el Señor se dirige a la serpiente en Génesis 3:14-15.
(Adaptado de Doce Mujeres Extraordinarias )