La pregunta que hemos estado examinando es: ¿Cómo puede usted examinarse a sí mismo y saber si es un verdadero creyente?
La semana pasada concluimos que un creyente genuino vive una vida justa, en obediencia a Dios. Sin embargo, otro criterio de un creyente genuino es que su testimonio es consecuente con las virtudes presentadas en el Sermón del Monte. En Mateo 5:13, Jesucristo llama a los creyentes la sal de la tierra, y en el versículo 14, los llama la luz del mundo. Si usted es verdaderamente cristiano, su testimonio será claro y fácil de distinguir del resto del mundo.
Como sabe, el mundo es como carne que está en proceso de descomposición. La sal es un conservante y es por eso que la Gran Tribulación será tan horrible. Cuando la Iglesia se haya marchado, también habrá desaparecido la sal. Nosotros somos ese agente que preserva la civilización que está en decadencia. Nosotros debemos de ser la luz situada sobre una colina, fácil de distinguir del resto del mundo.
¿Y qué de nuestro testimonio? ¿Es evidente para todos los que nos rodean que somos diferentes? ¿O acaso hacemos lo que hace todo el mundo? Cuando nos hicimos cristianos, ¿hubo algún cambio en nuestras vidas?
Nuestro Señor dijo que otra cosa que caracterizará al que es hijo del reino es la obediencia. Anhelaremos la ley de Dios (Mt. 5:17–19). De hecho, nuestro sentido de seguridad depende de que estemos realmente dispuestos a obedecer. Esto es, porque la desobediencia afecta a la certeza.
La certeza de la salvación es un regalo de Dios, el cual no puede ser disfrutado por un creyente que vive en desobediencia. Esto es lo que dice Pedro: “Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor” (2 P. 1:5–7).
¿Cuál es el propósito de esta vida virtuosa, de este carácter espiritual?
“Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás” (2 P. 1:8–10).
El punto no es que estemos obteniendo la salvación o incluso manteniéndola. Esas grandes realidades están unidas eternamente a la soberanía de Dios. Lo que Pedro está diciendo es que podemos disfrutar el sentido de certeza, confianza y seguridad que debiera acompañar nuestra entrada al reino.
Si descuida la obediencia afectará la certeza de su salvación. De modo que mi salvación, mi testimonio y el disfrute de la seguridad de mi salvación, dependen de la consistencia del carácter en mi vida alineado a las Bienaventuranzas.
En Romanos 7, Pablo habla de su deseo por cumplir la ley de Dios, él tenía un verdadero anhelo de vivir en obediencia a ella, deleitándose en la ley de Dios, amando la ley de Dios, a pesar de que el pecado estaba siempre intentando apoderarse de él.
¿Es usted realmente salvo? ¿Ha venido a Dios afligido por su pecado y quebrantado por la maldad de su corazón? ¿Se distingue claramente del resto del mundo? ¿Vive usted una vida de obediencia a Dios? ¿Tiene usted un anhelo profundo de hacer la voluntad Dios?
Si usted es regenerado, pensará de manera distinta. Usted tendrá un corazón diferente. En Ezequiel 36:26, el Señor dice que cuando alguien es redimido, Él quita el corazón de piedra —el corazón obstinado— y pone un corazón de carne, un corazón nuevo. Jesús dijo a los judíos que el odiar y codiciar era tan malo como asesinar y cometer adulterio, lo cual indica que el problema del hombre radica en su corazón (Mt. 5:21–32).
Cuando alguien dice ser cristiano, pero continúa viviendo en adulterio, fornicación, homosexualidad, o practicando alguna otra clase de pecado por el estilo; pienso en 1 Corintios 6 que dice que ese tipo de personas no heredarán el reino de los cielos. Ellos no han acudido a Cristo según Sus términos, sino según los términos de ellos, y eso no es válido.
De este modo, en el Sermón del Monte, Jesús dejó claro que un creyente genuino es reconocido al vivir en obediencia y tener un testimonio que da fruto de su salvación. La próxima semana consideraremos la importancia de que un creyente se comunique con palabras apropiadas.
(Adaptado de El único camino a la felicidad)