Si fuésemos responsables, aunque solo fuera parcialmente, de nuestra propia salvación, recibiríamos algo de gloria por ello. Pero toda la obra necesaria para obtener nuestra salvación fue realizada a la perfección sólo por Cristo. Esa obra está ahora completa, con nada que el pecador pueda añadir. Por eso, justo antes de entregar Su espíritu en la cruz, Jesús dijo: “Consumado es” (Jn. 19:30).
Aquí en nuestro texto, tenemos la declaración familiar y explícita de que esa salvación “no [es] de vosotros… no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8, 9). No importa qué frase de nuestro pasaje examinemos, todo señala hacia una verdad muy clara, es decir, que esa salvación “es don de Dios” (v. 8) y, por tanto, la redención de un pecador no es acreditable en manera alguna a las propias obras del pecador o a su mérito.
¿Significa eso que los pecadores tienen un papel totalmente pasivo en el proceso?
De ningún modo. La fe es el instrumento esencial mediante el que los pecadores redimidos alcanzan la justificación. La fe no añade nada meritorio a la salvación; es simplemente el canal mediante el que se recibe la bendición.
Pero cierta medida de justicia práctica es el fruto inevitable de la fe salvífica. La fe no es un acuerdo vacío; la fe verdadera hace partícipe a la persona completa: mente, corazón y voluntad. Y lejos de ser algo inerte o con falta de involucración, los pecadores son salvos “para buenas obras” (Ef. 2:10). Dios está, a fin de cuentas, transformándolos y conformándolos a la imagen de Su Hijo (Ro. 8:29; 2 Co. 3:18). De hecho, la fe auténtica garantiza absolutamente que el creyente no será completamente estéril, totalmente pasivo o en última instancia, un apóstata (Mt. 7:17–19; Lc. 6:44; Stg. 2:14–20; 1 Jn. 2:19; 1 P. 1:5). Regresaremos a ese aspecto del texto antes de terminar esta serie, pero el punto aquí es que la fe no produce pasividad.
Sin embargo, la fe no es una obra humana. Es importante pensar correctamente en esto. La fe misma es un regalo de Dios. Aquí en Efesios 2:8–9, Pablo confirma que la salvación es “por medio de la fe... no de vosotros... no por obras”. Pablo no solo contrasta la fe con las obras; también está negando enfáticamente que la fe sea generada por los pecadores en base a su propio libre albedrío.
La frase: “Y esto no de vosotros, pues es don de Dios”, se ha debatido ardientemente por teólogos y comentaristas. En casi cualquier traducción al español, parece que el antecedente del pronombre demostrativo esto es el sustantivo que inmediatamente le precede. Por tanto, significaría “esto [la fe] no [es] de vosotros, pues es don de Dios”. Eso es bastante cierto, porque Romanos 12:3 deja completamente claro que Dios sin duda es la fuente de la fe de cada creyente: “Conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno”.
Pero el pronombre demostrativo griego (touto, “esto”) en Efesios 2:8 es neutro, y el sustantivo que le precede justo antes (pisteos “fe”) es femenino; por tanto, a menudo se afirma que el pronombre no se puede referir a la palabra fe, porque los géneros de las dos palabras no concuerdan. Fe, según este razonamiento, no es “el don de Dios”.
Hay dos respuestas a eso. La primera destaca que, en la gramática griega, (y a lo largo de las epístolas paulinas) los pronombres demostrativos neutros a veces se refieren a nombres femeninos. Ese es precisamente el caso en Filipenses 1:28, por ejemplo, donde Pablo habla de “salvación; y esto de Dios”. La gramática en este texto es precisamente la misma que en Efesios 2:8. EI pronombre personal (esto) solo se puede referir al nombre femenino (salvación). Esto no se trata de una construcción gramatical infrecuente, incluso en el griego clásico que es más formal.
También se debe establecer un segundo punto: no hay ningún sustantivo neutro que preceda a touto en Efesios 2:8. Si el pronombre no se refiere específicamente a “fe”, la única otra opción sería interpretar la palabra esto como una referencia a toda la cláusula precedente. Entonces el significado de Pablo sería que la salvación, cada aspecto de la misma, es un don de Dios al pecador. Así, cada fase de la transformación del pecador que está nombrada o implícita en los versículos 1–8 (incluyendo la regeneración, la justificación, la gracia, la fe y nuestra glorificación final), todo ello combinado, constituye el “don de Dios”. Sin duda, la interpretación sería perfectamente coherente con el punto de todo el pasaje. Pablo añade en el versículo 10 que incluso las buenas obras que son fruto de la fe estaban “preparadas de antemano” por Dios mismo.
Por tanto, no hay forma de escapar del hecho de que Pablo considera la fe salvífica como un don de Dios, no una obra humana.
Para expresar el punto de Pablo de la forma más sencilla posible, usted puede respirar espiritualmente solo porque Dios le dio una palmadita en la espalda para hacerle respirar. Puede oír con el oído de la fe porque Dios destapó sus oídos. Si usted es creyente, su fe no es el producto de su propio libre albedrío, así como su salvación no es el resultado de su confirmación, bautismo, comunión, asistencia a la iglesia o membresía, dar a la iglesia o a organizaciones benéficas, cumplir los Diez Mandamientos, vivir según el Sermón del Monte, creer en Dios, ser un buen prójimo o vivir una vida respetable. Tales cosas no añaden mérito y no tienen papel alguno en la salvación de nadie. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe”.
Es muy cierto que la fe genuina conlleva todas las facultades de su mente, voluntad y emociones. Ciertamente nadie cree por usted. Nadie le obliga a creer en contra de su voluntad, y mucho menos ninguna persona puede hacer que su fe cuente a su favor. Pero al final, usted sigue sin poder llevarse el mérito por haber creído, porque incluso la fe con la que se aferra a Cristo es un don de Dios, “no por obras, para que nadie se gloríe”.
A todo el que tienda a gloriarse, Pablo pregunta: “Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1 Co. 4:7). Todo lo bueno acerca de nosotros, incluida nuestra fe, es un don de Dios, así que no podemos felicitarnos legítimamente por ser creyentes. El orgullo es totalmente contrario a la totalidad del mensaje del evangelio.
(Adaptado de El Evangelio Según Pablo )