“Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Col. 1:16–17).
Pablo cita tres razones que confirman la primacía de Jesús sobre la creación. Primera, Él es el Creador. Los falsos maestros de Colosas consideraban a Jesús como la primera y más importante de todas las emanaciones de Dios, pero creían asimismo que solo un ser muy por debajo de su nivel pudo haber creado el universo material. Pablo refuta esta blasfemia insistiendo que por Él fueron creadas todas las cosas. Esta verdad es ratificada por el apóstol Juan (Jn. 1:3) y por el autor de Hebreos (He. 1:2). Puesto que los herejes de Colosas pensaban que la materia era mala, declaraban que era imposible que Dios, siendo bueno, o cualquier emanación buena, pudiera haberla creado. Pero Pablo sostiene que Jesús creó todas las cosas, en los cielos y en la tierra, visibles e invisibles. Niega la falsa filosofía del dualismo de la herejía colosense. Jesús es Dios y creó el universo material.
El poder y la sabiduría del Creador
Al estudiar la creación, podemos hacernos una idea del poder, del conocimiento y de la sabiduría del Creador. La sola dimensión del universo es asombrosa. El sol, por ejemplo, tiene un diámetro de casi 1 400 000 kilómetros (cien veces más que la Tierra), y se necesitarían 1,3 millones de planetas del tamaño de la Tierra para llenar el volumen del sol. Por otro lado, la estrella Betelgeuse tiene un diámetro de 160 millones de kilómetros, una distancia mayor a la órbita de la Tierra alrededor del sol. La luz del sol se desplaza a 300.000 kilómetros por segundo y requiere 8,5 minutos para llegar a la Tierra. Ahora bien, esa misma luz tardaría más de cuatro años en llegar a la estrella más cercana, Alfa de Centauro, ubicada a unos 38 billones de kilómetros de la Tierra. La galaxia a la cual pertenece nuestro sol, la Vía Láctea, abarca billones de estrellas. Los astrónomos estiman que hay millones y aun billones de galaxias. Lo que han observado les permite calcular el número de estrellas en el universo en 1025. Eso es aproximadamente el número total de granos de arena de todas las playas del mundo.
El universo también da testimonio de la grandiosa sabiduría y conocimiento de Su Creador. Los científicos ahora hablan del principio antrópico que declara: “Parece que el universo fue diseñado con gran esmero para preservar el bienestar de la humanidad”[1]Donald B. DeYoung, “Design in Nature: The Athropic Principle”, Impact, no. 149, noviembre de 1985, p.ii.. Un simple cambio en la velocidad de rotación de la Tierra alrededor del sol o en su eje resultaría catastrófico. La Tierra podría calentarse o enfriarse demasiado como para hacer posible la vida. Si la luna estuviera mucho más cerca de la Tierra, enormes olas inundarían los continentes. Una variación en la composición de los gases de la atmósfera sería también mortífera para la vida. Un ligero cambio en la masa del protón daría como resultado la desintegración de los átomos de hidrógeno, lo cual llevaría a la destrucción del universo, pues el hidrógeno es su principal elemento.
Una declaración de Dios por Su creación
No resulta sorprendente que el salmista haya escrito: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras” (Sal. 19:1–4).
El testimonio de la naturaleza acerca de Su Creador es tan evidente que solo la incredulidad obstinada podría desecharlo. Pablo escribe en Romanos 1:20: “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa”. Al igual que quienes niegan la deidad de Cristo, los que lo rechazan como Creador exhiben una mente entenebrecida por el pecado y cegada por Satanás.
El sustentamiento de la creación por Jesús
Jesús también tiene primacía sobre la creación, porque Él es antes de todas las cosas. Antes de que el universo comenzara, Él ya existía (Jn. 1:1–2; 1 Jn. 1:1). Jesús les dijo a los judíos en Juan 8:58: “De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy” (no dijo: “Yo era”). Así afirma que Él es Yahweh, el Dios eterno. El profeta Miqueas dijo de Él: “Sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (Mi. 5:2). Apocalipsis 22:13 lo describe como “el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último”. Como se mencionó anteriormente, cualquiera que existiera antes de que el tiempo comenzara en la creación, es eterno. Y solo Dios es eterno.
Una tercera razón que evidencia la primacía de Jesús sobre la creación es que en Él subsisten todas las cosas. Jesús no solo creó el universo, sino que también lo sustenta. Podría decirse que Él mantiene unidas todas las cosas. Es el poder que subyace tras el universo. Es la fuerza de gravedad, centrifuga y centrípeta. Es quien mantiene a todos los cuerpos del espacio en movimiento. Es la energía del universo.
Un día, Dios desintegrará la poderosa fuerza nuclear. Pedro describe ese día como uno en el cual “los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y Las obras que en ella hay serán quemadas” (2 P. 3:10). En sentido literal, el universo explotará. Mientras ese día llega, podemos dar gracias al saber que Cristo “sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (He. 1:3).
Como Creador de todas las cosas, Jesús existió antes de Su acto de creación, antes de la existencia de todas las cosas creadas. No solo eso, Él ha sostenido continuamente la creación, la ha sustentado, dirigido y conservado, gobernando la ejecución de Su plan divino. Sin embargo, Pablo no ha terminado su defensa, la próxima semana, estudiaremos cómo es que Pablo presenta a Jesús como superior ante el mundo invisible.
(Adaptado de La deidad de Cristo)