Desde el punto de vista divino, el fin último de la elección y el propósito final de la gracia derramada de Dios sobre nosotros es la glorificación eterna del Hijo.
Pero para comprender el propósito individual de Dios al elegir a Su pueblo para salvación necesitamos considerar Romanos 8:29: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos”.
Conformándose a la semejanza de Cristo
El propósito de la elección de Dios no tiene que ver solo con el comienzo de nuestra salvación: Él nos predestinó para la perfección absoluta que (por Su gracia) disfrutaremos al final del proceso. Pablo no dice: “Los predestinó para ser justificados”, sino “también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo”.
¿Y cuándo ocurrirá eso? Ya está sucediendo ahora mismo si eres creyente, incluso si el progreso parece ser tan lento que es imperceptible, y será completo en el instante en que “él sea manifestado” (1 Juan 3:2). Esta es una referencia a la Segunda Venida, cuando el cuerpo de los santos sea resucitado y glorificado, así que la redención estará completa entonces. Este versículo sigue diciendo: “Seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”, algo a lo que Romanos 8:19 se refiere como “la manifestación de los hijos de Dios”. Cristo se convierte en el principal entre muchos que serán hechos como Él.
En la medida en que la humanidad glorificada pueda ser como la divinidad encarnada, seremos como Cristo y Él no se avergonzará de llamarnos hermanos. Pablo dijo: “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:14). ¿Cuál es el premio del supremo llamamiento? La semejanza a Cristo. Si somos salvos para ser como Cristo en gloria, entonces nuestra meta aquí es, en lo posible (por el poder del Espíritu), ser como Él ahora. Esa es la meta a la que debe aspirar todo creyente. Seremos hechos como Cristo, conformes a la imagen del Hijo, y Él será el principal entre todos nosotros. Este es el propósito de la elección de Dios: nadie se perderá y Su plan perfecto se realizará sin fallas.
Hay una conclusión notable en 1 Corintios 15:24–28. Vendrá un tiempo en que el último enemigo (la muerte) será abolido; cuando Cristo, el rey del universo, tomará su legítimo trono y reinará supremo porque todos Sus enemigos estarán sujetos bajo Sus pies. Toda la humanidad redimida estará reunida en gloria y será como es Jesucristo. Cuando todo eso ocurra, “luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (v. 28).
Esto no significa que Cristo se coloca en una posición de subordinación o inferioridad al Padre, sino todo lo contrario. Lo que sugiere el texto es que cuando el regalo de amor de la humanidad redimida le sea dado a Cristo Jesús, Él lo tomará y lo dará, junto consigo mismo, de nuevo al Padre como expresión recíproca del mismo amor infinito. Luego (sin despojarse de Su humanidad ni de Su papel como nuestro gran Sumo Sacerdote), tomará Su lugar original en la divinidad, para reinar plenamente en Su lugar de gloria anterior, a la diestra del Padre “para que Dios sea todo en todos”.
De modo que, la doctrina de la elección no debe ser tratada como si fuera una idea insignificante, ni debe ponerse aparte como si fuera forraje para alimentar debates, ya que abarca por completo toda la historia de la redención.
El papel de Cristo en la gracia de Dios
Aun nos resta considerar un componente más: el papel desempeñado por el Señor Jesús. Tenía que llegar el momento en que el Padre dijera al Hijo algo así: “Para que todo esto suceda, debes ir al mundo y ser la ofrenda por el pecado de la humanidad”. Cuando Jesús dijo en Juan 6:38 que Él había venido al mundo para hacer la voluntad del Padre, se refería a que vino a morir. Así de valiosa es la iglesia: es el regalo del Señor, de parte del Padre al Hijo, pero el Padre tenía que sacrificar a Su Hijo para obtenerlo.
También es valiosa por lo que costó al Hijo recibir este regalo. En 2 Corintios 8:9 leemos: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”. ¿Cuán rico es Dios? Sin límites, infinitamente rico. Jesús era espiritualmente rico con las riquezas de Dios, y aun así hizo algo para que tú pudieras enriquecerte espiritualmente con las riquezas de Dios: se hizo pobre.
Muchos teólogos y comentaristas concuerdan en que, en este versículo, Pablo está describiendo la condición financiera de Jesús en la tierra, Su pobreza terrenal y Su privación económica; pero yo quisiera sugerir que la situación económica terrenal del Hijo es insignificante en términos de Su obra redentora. La pobreza de la que se habla aquí no es solo económica.
Esa pobreza se define en Filipenses 2:6-8:
“El cual [Cristo], siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.
¿Cuán pobre se hizo? En 2 Corintios 5:21 dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”.
Este versículo, que en griego tiene quince palabras, quizás sea lo más profundo que se dice en todo el Nuevo Testamento, además del mejor resumen de la doctrina de la justificación. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado”. ¿Qué significa esto? Algunos representantes del movimiento de “la palabra de fe” dicen lo siguiente: “En la cruz, Jesús se hizo pecador, y para que Sus pecados fueran expiados por medio del sufrimiento, necesitaba ir al infierno tres días, tras los cuales Dios lo liberó por la resurrección”. ¿Será eso lo que significa que Cristo se hizo pecado?
No, y en realidad, esa opinión es una blasfemia. Mientras colgó en la cruz, Jesús estuvo sin pecado, y fue tan perfecto como siempre. Si hubiera sido culpable de cualquier cosa, no podría haber muerto a nuestro favor. Él era el Cordero sin mancha de Dios, sin pecado; Él no era un pecador.
¿Entonces en qué sentido fue hecho pecado? En un sentido muy simple: en la cruz Jesús no tenía culpa de nada, pero la culpa de Su pueblo le fue imputada, le fue cobrada de Su cuenta. Dios trató a Jesús como si hubiera cometido todo el pecado de toda persona que creería en Él. Dios lo trató así, a pesar de que, de hecho, nunca cometió ninguno de esos pecados. Cristo llevó en Sí la ira por los pecados de todo aquel que cree en Él, y así absorbió esa ira en Sí mismo. Lo hizo por nosotros, para que podamos llegar a ser la justicia de Dios en Él.
Por eso Jesús vivió toda Su vida terrenal en obediencia perfecta: debía cumplir toda justicia para que Su vida nos fuera imputada. No somos justos, ya lo sabemos. En la cruz, Jesús no se convirtió en pecador, pero llevó todo el castigo del pecado como si lo fuera. Y aunque nosotros no somos justos, Dios nos trata como si lo fuéramos, porque en la cruz Dios trató a Jesús como si hubiera vivido tu vida, para poder tratarte como si hubieras vivido la suya.
En esto consiste la imputación, en esto consiste la sustitución; tal vez la mayor expresión de la gracia de Dios para con nosotros: Jesús vino y se hizo pobre para intercambiar Su vida por la nuestra, para cumplir el plan de Dios, para poder hacer la voluntad de Dios de manera perfecta y al final devolverle al Padre el mismo regalo de amor que este le había dado.
(Adaptado de No hay otro)