El testimonio bíblico respecto al Señor y Salvador Jesucristo esta entretejido como un hilo escarlata a lo largo de la totalidad de la Palabra escrita de Dios. Como segunda persona de la Deidad, la persona y la obra del Salvador constituyen el testimonio central de toda la Escritura. Los Evangelios lo presentan como Dios hecho carne que vino al mundo para salvar a los pecadores (Mt. 1:21–23; Mr. 1:1; Lc. 19:10; Jn. 1:12–14; 3:16–17). En Hechos, el mensaje salvífico de Cristo comienza a expandirse por todo el mundo (Hch. 1:8). Las epístolas explican la teología de la obra de Cristo (2 Co. 5:21) y Su personificación en Su cuerpo, la iglesia (1 Co. 12:27). Finalmente, Apocalipsis revela a Cristo en el trono reinando como Rey de reyes y Señor de señores (Ap. 19:16).
Cada pasaje de las Escrituras da testimonio de Jesucristo. Lucas 24:27 dice: “Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían”. En Juan 5:39, Jesús dijo de las Escrituras: “Ellas son las que dan testimonio de mí”. Incluso, Felipe usó el libro de Isaías para hablar de Cristo al etíope (Hch. 8:35).
Sin embargo, de todas las enseñanzas acerca de Jesucristo, ninguna es tan reveladora como Colosenses 1:15–19. Este tremendo y poderoso pasaje destruye por completo cualquier duda o confusión sobre la verdadera identidad de Jesús. Es crucial para entender correctamente la fe cristiana.
Gran parte de la herejía que amenazaba a la iglesia de Colosas se centraba en la persona de Cristo. Los herejes negaban Su humanidad argumentando que Cristo era uno entre muchos de los espíritus que emanaban de Dios. Enseñaban una forma de dualismo filosófico suponiendo que el espíritu era bueno y la materia mala. De ahí que una emanación buena como Cristo nunca podría encarnarse en la materia que se consideraba mala. La idea de que Dios pudiera hacerse hombre les parecía absurda. De esta manera negaban también Su deidad.
Según los herejes, además del evangelio de Cristo, el incrédulo requería un conocimiento superior, místico y oculto para alcanzar la salvación. Estos practicaban la adoración a las emanaciones buenas (ángeles) y observaban las leyes ceremoniales judías.
En Colosenses 1–3, Pablo ataca de frente esta herejía que estaba contaminado la iglesia en Colosas. Refutando su negación de la humanidad de Cristo, y señalando que en Él “habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (2:9). Asimismo, él desecha su adoración a los ángeles (2:18) y sus ritos (2:16–17). Él niega por completo la necesidad de cualquier conocimiento oculto para la salvación, declarando que en Cristo “están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (2:3; cp. 1:27; 3:1–4).
Sin duda, el aspecto más peligroso de esta herejía era su rechazo de la deidad de Cristo. Antes de tratar otros temas, Pablo defiende con firmeza esta crucial doctrina. Los cristianos debemos seguir el modelo que dejó Pablo al confrontar las herejías y defender la deidad de Jesucristo.
En las siguientes semanas, estaremos estudiando la verdadera identidad de nuestro Señor en Su relación con Dios, el universo, el mundo invisible y la Iglesia de acuerdo con Colosenses 1:15–19.
(Adaptado de La deidad de Cristo)