El término griego parousia, significa literalmente “presencia”, se utiliza en el Nuevo Testamento para describir la visitación de personas importantes, y en ocasiones para designar la Segunda Venida de Cristo (Mt. 24:3, 27,37, 39; 2 Ts. 2:8; Stg. 5:7–8). Otro término que se utiliza es apokalupsis, que significa “descubrir o retirar el velo”, para referirse a la revelación de la Segunda Venida de Cristo. Este glorioso regreso revelará a Cristo como Rey, sobre todo. Jesús volverá a la tierra con poder divino y gloria para juzgar a los habitantes vivos de la tierra (Mt. 24:30; 25:31–46; Lc. 9:26). Sin embargo, ha pasado más de 2.000 años desde la que Jesús ascendió a los cielos y la pregunta que debería estar en la mente de muchos creyentes es: ¿Qué tan importante es el regreso inminente de Cristo?
Para contestar esta pregunta estamos estudiando las palabras de Pablo en Romanos 13:11–14, en donde Pablo exhorta a los creyentes a ver el inminente regreso de Jesús como un motivo para vivir en obediencia. Pablo hace un llamado a responder primeramente ¡a despertar!, que fue el tema principal de la semana pasada. En este blog nos enfocaremos en la segunda exhortación que hace Pablo.
¡Desechad!
Pablo dice: “Desechémonos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz” (Ro. 13:12). Las palabras de Pablo evocan la imagen de un soldado que ha pasado la noche en una orgía de borrachos. Aún vestido con las prendas de su pecado, ha caído en un profundo adormecimiento. Pero el amanecer se aproxima, ya es tiempo de despertarse, quitarse el atuendo de las tinieblas nocturnas, y ponerse la armadura de la luz.
El verbo griego que se traduce “desechar” es un término que hacía referencia a ser arrojado o sacado a la fuerza. Ese vocablo griego se emplea tan solo en otras tres ocasiones en el Nuevo Testamento, y en cada caso hace referencia al hecho de ser expulsado de una sinagoga (Jn. 9:22; 12:42; 16:2).
De modo que el término transmite la idea de renunciar al pecado y abandonarlo (o al pecador no arrepentido), con vigor y convicción. Pablo está haciendo un claro llamado a realizar un acto de arrepentimiento. Él quiere que ellos desechen, expulsen y rompan su compañerismo con “las obras de las tinieblas”. Es la misma expresión que utiliza en Efesios 5:11: “No participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas”.
Pablo emplea con frecuencia la figura de cambiar de vestimenta para describir la necesidad que tenemos de despojarnos del pecado y del viejo hombre. “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos” (Ef. 4:22). “Dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos” (Col. 3:8, 9). Nótese que el despojarse tiene un doble aspecto: puesto que ya nos hemos “despojado del viejo hombre con sus hechos”, también debemos seguir despojándonos de “todas estas” obras de las tinieblas. La imagen que esto evoca es la de Lázaro cuando fue levantado de entre los muertos y le fue impartida vida nueva, pero aún estaba atado por las mortajas del sudario con que fue sepultado y de las cuales era necesario que se despojara (cp. Jn. 11:43–44).
Por medio de figuras similares, el escritor de Hebreos urge a los creyentes: “Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante” (12:1). Aquí se muestra al cristiano como un atleta quien se ha librado de todos los impedimentos para poder correr ágilmente. Hay muchas cosas que debemos dejar a un lado si es que vamos a estar preparados para el día venidero. Santiago lo resume sucintamente: “Desechando toda inmundicia y abundancia de malicia” (Stg. 1:21). Pedro también se hace eco del mismo pensamiento: “Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones” (1 P. 2:1).
Si realmente comprendemos que el regreso de Jesús es inminente, no hay una acción más clara y contundente que despojarnos de todo pecado y vivir una vida de obediencia. Debemos desechar toda maldad e impureza que representaban nuestra antigua vida antes de ser salvos, para así estar preparados para el regreso de nuestro Señor y Rey.
(Adaptado de La segunda venida)