¿Hay algo más estupendo y provechoso que la fe cristiana? Los que estamos en Cristo tenemos todas las bendiciones espirituales (Ef. 1:3). Fuimos escogidos por Dios desde antes de la fundación del mundo (1:4). Tenemos un perdón completo (1:7). Tenemos una herencia superior a cuanto pudiésemos imaginar (1:14). Tenemos seguridad absoluta (1:14). Tenemos vida nueva (2:5). Somos objetos de la gracia eterna (2:7). Somos la obra maestra de Dios (2:10). Estamos unidos con Cristo (2:13). Somos miembros de un mismo cuerpo (2:16) y tenemos acceso a Dios por un mismo Espíritu (2:18). Somos el templo de Dios (2:21) y la morada del Espíritu (2:22), y Su poder obra en nosotros (3:20).
¡Qué declaraciones tan extraordinarias! ¡Cuán maravillosa resulta la vida cristiana vista a la luz de lo que somos en Cristo! Además de esto, nosotros no tenemos que ganarnos esa posición exaltada. La poseemos ahora mediante la salvación en el Señor Jesucristo.
Los últimos tres capítulos de Efesios van más allá de los aspectos posicionales de nuestra vida e inciden en las cuestiones prácticas. Se nos ordena, por ejemplo, andar de manera inteligente como creyentes (4:17), andar en el amor de Dios (5:2) y andar en la luz (5:8). El apóstol Pablo explica en forma muy detallada cómo podemos hacer estas cosas.
Esta exposición de nuestra suficiencia en Cristo no tiene comparación en toda la Palabra de Dios. Si un creyente estudia Efesios detenidamente y llega a la conclusión de que le falta algún recurso espiritual, está ciego. No necesitamos más del Espíritu Santo, del amor, de la gracia o de ninguna otra cosa. En Cristo lo tenemos todo. ¡Todo lo que necesitamos para crecer y madurar!
Llegados a este punto surge, sin embargo, un problema potencialmente destructivo. Yo lo llamo exceso de confianza espiritual o egolatría en la doctrina. En la vida cristiana existe el peligro latente de que aquellos que tienen un profundo conocimiento doctrinal y una comprensión bastante sólida de los principios espirituales prácticos lleguen a sentirse satisfechos consigo mismos. Entonces, la oración apasionada y constante ya no encuentra lugar en sus vidas. He visto esta situación en multitud de ocasiones. A medida que obtenemos más conocimiento, la dependencia de nosotros mismos puede desarrollarse furtivamente eliminando la vitalidad de una vida de oración verdadera.
Para prevenir este peligro, Pablo manda a los creyentes que oren sin cesar (1 Ts. 5:17). Nos insta a llevar una vida de oración. Por mucho que poseamos en Cristo, debemos orar. La oración es una de las llaves esenciales del crecimiento espiritual.
Una buena analogía de la necesidad que tenemos de orar es la de la atmósfera y la respiración. La atmósfera ejerce presión sobre nuestros pulmones y los obliga a aspirar el aire. Respiramos con toda naturalidad en respuesta a dicha presión, en vez de esforzarnos conscientemente por inhalar el aire. De hecho, resulta mucho más difícil retener la respiración que respirar. Usted jamás diría: “Ah, estoy agotado por el esfuerzo que he hecho hoy respirando”. Pero estaría muy cansado si hubiera hecho el esfuerzo de no respirar, luchando contra los procesos naturales que nos capacitan para respirar casi sin esfuerzo.
Lo mismo sucede con la oración. Orar es la actividad natural de los cristianos, el aliento vital del creyente en Cristo, La causa de que algunos cristianos se sientan tan cansados y derrotados está en que retienen la respiración espiritual cuando deberían abrir sus corazones a Dios para recibir el aire de Su divina presencia. El creyente que no es fiel en la oración lucha constantemente contra su propia naturaleza espiritual. Esta conteniendo su respiración espiritual, lo cual resulta espiritualmente agotador.
¿Qué razón tendría un cristiano para no orar dado que la oración es como respirar? Esta es una buena pregunta. La respuesta es el pecado. El pecado en nuestras vidas ahoga la oración. Si no estamos dispuestos a confesarlo y renunciar a él, en realidad no queremos orar, ya que la oración nos abre a la presencia de Dios, donde no nos sentimos cómodos.
Otra razón para no orar es el egoísmo. Naturalmente, el egoísmo constituye también una forma de pecado. Es sin duda la razón principal por la que las personas no oran. Se manifiesta en pecados sintomáticos tales como la pereza, la apatía y la indiferencia. Si mira dentro de su propia vida, probablemente podrá identificar algún pecado que le impide orar. Y si no ora, se está asfixiando, ya que la falta de oración es algo mortal.
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(Adaptado de Llaves del crecimiento espiritual)