En los dos últimos capítulos de Efesios, Pablo hace hincapié en dos breves, pero significativos aspectos de la oración, y cada uno nos enseña una importante lección.
El primero de ellos —una enseñanza general— lo tenemos en Efesios 6:18: “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ella con toda perseverancia y súplica por todos los santos”. En este versículo, el apóstol repite cuatro veces el adjetivo “todo” en sus diversas formas. Estos conforman cuatro aspectos de la oración. Los que podríamos llamar los cuatro “todos” de la oración.
La variedad de la oración
El primer “todo” nos habla de los tipos de oración: “Con toda oración y súplica”. Aquí “oración” es un término general relacionado con su forma y carácter variados. Por ejemplo, podemos orar pública o privadamente, audiblemente o en silencio. Usted tiene la posibilidad de hacer una de esas oraciones preparadas de antemano que encontramos en los libros de oraciones u orar de manera espontánea tal como le brota del corazón. Podemos solicitar algo de Dios, o darle gracias por lo que nos ha concedido. Nos es posible orar arrodillados, de pie, sentados, acostados o incluso mientras estamos conduciendo. Hay muchas formas de orar, porque Dios ha dispuesto que la oración acompañe a cada tipo de emoción o de experiencia. Tenemos una gran variedad de maneras de orar que se adaptan a toda situación y circunstancia.
La segunda palabra que Pablo utiliza —“súplica”— describe un tipo de oración especial. Hace referencia a una petición concreta. A menudo generalizamos, diciendo: “Señor, bendice a los misioneros. Señor, bendice a la iglesia”. Estás peticiones no son específicas; son generalidades. Peticiones tan vagas probablemente darán como resultado respuestas poco claras, si es que dan alguna.
Mi hija tenía la costumbre de generalizar. Hasta que una noche, al cabo de un largo y cansado día, se arrodilló junto a su cama y oró: “Señor, bendice todas las cosas que hay en el mundo. Amén”. Tuve que decirle que aquella no había sido una oración demasiado buena. Le di una pequeña charla teológica tratando de grabar en ella la idea de que Dios quería que le pidiese cosas concretas que tuviese en el corazón, en vez de “todas las cosas que hay en el mundo”. La súplica debe ser específica.
La frecuencia de la oración
El primer “todo” nos habla de la frecuencia con que deberíamos orar: “Orando en todo tiempo”. ¿Cuándo deberíamos orar? Alguno tal vez diga: “Yo creo que por la mañana”. Otro insistirá: “Yo prefiero hacerlo por la noche”. ¿De veras? ¿Cuándo respira usted? Dirá quizá: “¿Ah, yo respiro un poco de aire por la mañana” o “inhalo mi aire antes de acostarme”? ¡Eso sería ridículo! Debemos estar orando siempre y en todo momento. La construcción griega de la frase indica que hemos de orar en todas las ocasiones.
¡Creo que Pablo lo decía en serio! Y cuando nuestro Señor dijo que debíamos orar siempre (Lc. 18:1), me parece que quería que hiciéramos precisamente eso. Si nuestro propio Salvador sentía un enorme deseo y necesidad de orar, aun sabiendo que era Dios encarnado (Jn. 17), ¡con cuánta más intensidad necesitamos hacerlo nosotros, aunque conozcamos nuestra posición en Cristo!
La frecuencia de la oración era un tema corriente en los escritos del apóstol Pablo. “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Fil. 4:6). “Perseverad en la oración” (Col. 4:2). “Orad sin cesar” (1 Ts. 5:17). Pablo no solo hablaba de la importancia de la oración, sino que la vivía. Estaba constantemente orando por alguien.
¿Cómo es posible orar en todo tiempo? En primer lugar, debemos definir nuestros términos. Orar “en todo tiempo” significa que somos conscientes de Dios y relacionamos todo lo que ocurre con Dios. Es decir, vivimos en una percepción constante de su presencia. Permítame darle una ilustración. Se levanta usted por la mañana y, al mirar por la ventana, descubre que hace un día maravilloso y un sol radiante. ¿Cuál es su primer pensamiento? Tal vez sea: “Gracias, Señor, por este magnífico día que has creado”. Eso es lo que significa “en todo momento”. Luego sale usted de su casa y ve a su vecino que vive en pecado, así que ora: “¡Dios, salva a mi vecino!”. Seguidamente, entra en su automóvil y conduce por una calle con letreros que anuncian bares. Entonces piensa: “Señor, ¿adónde va a ir a parar este mundo? Ayúdame a alcanzar a esas personas enfermas y perdidas”. Una vez más usted está orando en todo tiempo.
Orar sin cesar no significa simplemente recitar alguna oración estereotipada treinta y cinco veces. No tiene nada que ver con rezar el rosario, las plegarías repetitivas o algún tipo de oración ritual estructurada. Orar sin cesar quiere decir ver las cosas desde el punto de vista de Dios. Cuando somos conscientes de algún dolor, le pedimos al Señor que lo cure; cuando nos encontramos resolviendo un problema en específico, buscamos la solución de parte de Dios. La oración incesante supone ver a un hermano cristiano que tiene alguna necesidad y orar por él, o reconocer que cierto hombre está en dificultades y pedir a Dios que le libere. Significa conversar con Dios acerca de lo que usted sabe que le deshonra. Todas esas cosas ejemplifican lo que constituye orar sin cesar. En cada momento del día estamos alabando a Dios por algo maravilloso o intercediendo por alguien, viviendo en comunión constante con Él.
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(Adaptado de Llaves del crecimiento espiritual)