by
Hace años, cuando prediqué por primera vez la serie que se convirtió en la base principal de esta serie de blogs, mi propio estudio de la expresión bíblica “adorar en espíritu y en verdad” (Jn. 4:24) me impactó tan profundamente como cualquier otro sermón que haya preparado. Cambió para siempre mi perspectiva sobre lo que significa adorar.
Esos sermones sobre la adoración también marcaron el comienzo de una nueva era para nuestra iglesia. La adoración en nuestras reuniones dominicales adquirió una profundidad y un significado completamente nuevos. La gente comenzó a ser consciente de que cada aspecto del orden del servicio —la música, la oración, la predicación e incluso la ofrenda— es adoración rendida a Dios. Comenzaron a considerar todo tipo de superficialidad como una ofensa a un Dios santo. Veían la adoración como una actividad participativa, no como un deporte para espectadores. Muchos se dieron cuenta por primera vez de que la adoración es la prioridad máxima de la iglesia —no las relaciones públicas, las actividades sociales o el aumento de la asistencia— sino la adoración a Dios.
Además, a medida que nuestra congregación comenzó a pensar más seriamente en la adoración, nos sentimos continuamente atraídos por el único manual de adoración confiable y suficiente: la Escritura. Si Dios desea la adoración en espíritu y verdad, y si la adoración es algo que se ofrece a Dios, y no solo un espectáculo para beneficio de la congregación, entonces cada aspecto de nuestra adoración debe ser agradable a Dios y estar en armonía con Su Palabra. Así que el efecto de nuestro renovado énfasis en la adoración fue que aumentó nuestro compromiso con la centralidad de las Escrituras.
Sola Escritura
Unos años después de esa serie sobre la adoración, prediqué sobre el Salmo 19. Fue como si viera por primera vez el poder de lo que el salmista decía sobre la suficiencia absoluta de las Escrituras:
“La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma;
El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo.
Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón;
El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos.
El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre;
Los juicios de Jehová son verdad, todos justos.
Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado;
Y dulces más que miel, y que la que destila del panal” (vv.7–10).
El punto central del pasaje, en pocas palabras, es que las Escrituras son totalmente suficientes para satisfacer todas las necesidades del alma humana. Sugiere que toda la verdad espiritual esencial está contenida en la Palabra de Dios. La verdad de la Escritura puede restaurar el alma dañada por el pecado, conferir sabiduría espiritual, alegrar el corazón abatido y traer iluminación espiritual. En otras palabras, la Biblia resume todo lo que necesitamos saber sobre la verdad y la justicia. O, como escribió el apóstol Pablo, la Escritura es capaz de equiparnos para toda buena obra (2 Ti. 3:17).
Esa serie sobre el Salmo 19 marcó otro momento decisivo en la vida de nuestra iglesia: nos enfrentó al principio de los reformadores de sola Scriptura, solo la Escritura. En una época en la que muchos evangélicos parecían volverse en masa hacia la experiencia mundana en psicología, negocios, política, relaciones públicas y entretenimiento, se nos señaló de nuevo la Escritura como nuestra única fuente de verdad espiritual infalible. Eso tuvo un impacto en todos los aspectos de la vida de nuestra iglesia, incluida la adoración.
La Escritura como norma
¿Cómo se aplica la suficiencia de la Escritura a la adoración? Los reformadores respondieron a esa pregunta aplicando la sola Scriptura a la adoración en un principio que llamaron el principio regulador. Juan Calvino fue uno de los primeros en articularlo de manera sucinta:
“No adoptemos ningún artificio o invención que nos parezca apropiada, sino atender a los mandatos de Aquel que solo tiene derecho en prescribir. Por lo tanto, si queremos que Él apruebe nuestra adoración, esta regla (que Él impone por todas partes con una máxima seriedad)... Dios desaprueba toda manera de adoración que Él no ha establecido explícitamente en Su Palabra”[1]Juan Calvino, La necesidad de reformar la iglesia (Edmonton, Canada: Landmark Project Press, 1995), 15. .
Calvino respaldó ese principio con varios textos bíblicos, entre ellos 1 Samuel 15:22: “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros”. Y Mateo 15:9: “Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres”.
Un contemporáneo inglés de Calvino, John Hooper, expresó el mismo principio de esta manera: “No se debe usar nada en la Iglesia que no tenga el respaldo expreso de la Palabra de Dios o que, de otro modo, sea algo indiferente en sí mismo, que no aporte ningún beneficio cuando se hace o se usa, pero tampoco cause ningún daño cuando no se hace u omite”[2] John Hooper, “The Regulative Principle and Things Indifferent,” en Iain H. Murray, The Reformation of the Church (Edinburgh: Banner of Truth, 1965), 55..
Y el historiador eclesiástico escocés del siglo XIX William Cunningham definió el principio regulador en estos términos: “Es injustificable e ilegal introducir en el gobierno y el culto de la iglesia cualquier cosa que no cuente con la aprobación positiva de la Escritura”[3] William Cunningham, The Reformers and the Theology of the Reformation (Edimburgo: Banner of Truth, reimpresión de 1989), 30..
Los reformadores y puritanos aplicaron el principio regulador contra los rituales formales, las vestimentas sacerdotales, la jerarquía eclesiástica y otros vestigios del culto católico romano medieval. El principio regulador fue citado a menudo, por ejemplo, por los reformadores ingleses que se oponían a los elementos del anglicanismo de la Alta Iglesia que habían sido tomados de la tradición católica. Fue el compromiso de los puritanos con el principio regulador lo que provocó que cientos de pastores puritanos fueran expulsados por decreto de los púlpitos de la Iglesia de Inglaterra en 1662[4]La Ley de Uniformidad (1661) recibió la sanción real de Carlos II poco después de la restauración de la monarquía inglesa. Exigía a todos los ministros de la Iglesia de Inglaterra que declararan su apoyo sincero a todo lo prescrito en la nueva edición del Libro de Oración Común. Muchos ministros que disintieron se opusieron al uso de vestimentas y otras prescripciones extrabíblicas sobre cómo debían celebrarse los servicios de adoración. Estos hombres fueron expulsados sumariamente de sus púlpitos y de sus medios de vida por defender el principio de sola Scriptura..
Además, la sencillez de la adoración en las tradiciones presbiteriana, bautista, congregacional y otras tradiciones evangélicas es el resultado de la aplicación del principio regulador.
Los evangélicos de hoy harían bien en recuperar la confianza de sus antepasados espirituales en la sola Scriptura en lo que se refiere a la adoración y al liderazgo de la iglesia. Varias tendencias perjudiciales en la iglesia actual revelan una disminución de la confianza evangélica en la suficiencia de la Escritura. Por un lado, en algunas iglesias se respira casi un ambiente de circo, en el que se emplean métodos pragmáticos que trivializan lo sagrado para aumentar la asistencia. Por otro lado, un número cada vez mayor de evangélicos está abandonando las formas simples de culto en favor del formalismo de la alta iglesia. Algunos incluso están abandonando por completo el evangelicalismo y alineándose con la ortodoxia oriental y el catolicismo romano.
Mientras tanto, algunas iglesias están optando por un tipo de misticismo puro que es turbulento, emocional y carente de cualquier sentido racional. Las personas que participan en estos movimientos ríen incontrolablemente, ladran como perros, rugen como leones, cacarean como gallinas, saltan, corren y tienen convulsiones, o cosas peores. Consideran que todo esto es una prueba de que el poder de Dios les ha sido impartido.
Por supuesto, ninguna de estas tendencias se promueve con razones bíblicas sólidas. En cambio, sus defensores citan argumentos pragmáticos o buscan apoyo en textos probatorios malinterpretados, en la historia revisionista o en tradiciones antiguas. Es precisamente la mentalidad que rechazaron los reformadores.
Una nueva comprensión de sola Scriptura —la suficiencia de la Escritura— debería impulsarnos a seguir reformando nuestras iglesias, a regular nuestra adoración de acuerdo con la Escritura y a desear apasionadamente ser aquellos que adoran a Dios en espíritu y en verdad.
En las próximas semanas, analizaremos más detenidamente los detalles de la adoración bíblicamente definida.
![]()
(Adaptado de Adorar: ¡La máxima prioridad!)
