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En 1977, María Rubio, de Lake Arthur, Nuevo México, estaba preparando un burrito cuando se dio cuenta de que las marcas del sartén en una de sus tortillas se parecían al rostro de Jesús. Emocionada, se lo mostró a su marido y a sus vecinos; todos coincidieron en que había un rostro grabado en la tortilla y que realmente se parecía a las conocidas imágenes católico romanas de Jesús.
Así que la señora Rubio acudió a su sacerdote para que bendijera la tortilla. Ella testificó que la tortilla había cambiado su vida, y su marido coincidió en que ella se había vuelto una esposa más pacífica, feliz y sumisa desde que había aparecido la tortilla. El sacerdote, poco acostumbrado a bendecir tortillas, se mostró algo reacio, pero accedió a hacerlo.
La señora Rubio se llevó la tortilla a casa y la colocó en una vitrina con montones de algodón para que pareciera que flotaba sobre las nubes. El señor Rubio construyó un altar especial para ella. Incluso colocaron todo en una casa de madera en el patio trasero y abrieron el pequeño santuario a los visitantes. En pocos meses, más de ocho mil personas acudieron al altar del Jesús de la Tortilla, y todas ellas coincidieron en que el rostro que se veía en las marcas de quemadura de la tortilla era el de Jesús, excepto un periodista que dijo que le parecía que se parecía un excampeón de boxeo de peso pesado.
Recuerdo cuando leí por primera vez sobre la aparición en la tortilla. Me pareció una regresión extraña y única a la superstición medieval. Pero con el paso de los años, me he acostumbrado a escuchar historias similares. Este tipo de relatos aparecen en Internet casi todos los meses. E invariablemente, la gente acude en masa a ver y adorar las apariciones.
Parece increíble que tanta gente trate objetos como tortillas quemadas, objetos malformados y manchas de óxido como objetos de veneración. Pero la triste realidad es que hoy en día es tan fácil encontrar un concepto tan distorsionado de la adoración como una adoración auténtica basada en los principios bíblicos. Trágicamente, aunque la Biblia es clara sobre a quién, cómo y cuándo debemos adorar, hoy en día hay poca adoración genuina en la mayor parte del mundo.
Esa es una realidad espiritualmente debilitante porque la adoración es el centro de todo lo que las Escrituras nos mandan. Si usted no es un verdadero adorador, todo lo demás en su vida estará espiritualmente desincronizado. Por el contrario, nada acelerará más su crecimiento espiritual y santificación que obtener una comprensión correcta de la verdadera adoración.
Teniendo esto en cuenta, veamos cómo describe la Escritura la verdadera adoración.
La adoración en la Biblia
El tema de la adoración predomina en la Biblia. En Génesis, descubrimos que la caída se produjo cuando Adán no adoró a Dios al desobedecer Su único mandamiento. En Apocalipsis aprendemos que toda la historia culmina en una comunidad de adoración eterna en presencia de un Dios amoroso. Desde el principio en Génesis hasta la consumación en Apocalipsis, la doctrina de la adoración está entretejida a lo largo y ancho del texto bíblico.
Jesús citó Deuteronomio 6:4‒5 y lo llamó el mandamiento más importante: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Mr. 12:29‒30). Ese es un llamado a la adoración y afirma que la adoración es la primera prioridad universal.
Éxodo 20 registra la entrega de los Diez Mandamientos. El primero de esos mandamientos exige y regula la adoración:
“Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen” (vv. 2‒5).
En el Antiguo Testamento, la adoración debía ser una prioridad para el pueblo de Dios. Por ejemplo, el Tabernáculo fue diseñado y distribuido para enfatizar la prioridad de la adoración. La descripción de sus detalles requiere siete capítulos —doscientos cuarenta y tres versículos— en Éxodo, mientras que solo treinta y un versículos en Génesis están dedicados a la creación del mundo.
El Tabernáculo fue diseñado únicamente para la adoración. Era el lugar donde Dios se reunía con Su pueblo. Utilizarlo para cualquier otra cosa que no fuera la adoración se habría considerado la blasfemia más grave. En el Tabernáculo no había asientos porque los israelitas no iban allí para ser observadores pasivos, y desde luego no iban allí para entretenerse. Iban allí para adorar a Dios y servirle. Si tenían una reunión con cualquier otro propósito, la celebraban en otro lugar.
La disposición del campamento sugiere que la adoración era el centro de todas las demás actividades. El tabernáculo estaba en el centro del campamento. Justo al lado estaban los sacerdotes que dirigían la adoración. Un poco más lejos del tabernáculo estaban los levitas, que participaban en el servicio. Más allá estaban todas las tribus, mirando hacia el centro, el lugar de adoración.
Toda la actividad política, social y religiosa en Israel giraba en torno a la ley. Para la ley era fundamental la lista de ofrendas ceremoniales descritas en Levítico 1‒7, todas las cuales eran actos de adoración. La primera ofrenda de la lista es el holocausto, que era único porque se consumía por completo, se ofrecía totalmente a Dios. Ninguna parte era compartida por los sacerdotes ni por el oferente, como en otras ofrendas.
El holocausto era la ilustración más significativa de la adoración. De hecho, el altar en el que se ofrecían todas las ofrendas se conocía como el altar del holocausto. Siempre que se hace referencia a las ofrendas en las Escrituras, el holocausto aparece al principio de la lista porque, cuando alguien se acerca a Dios, debe hacerlo en primer lugar en un acto de adoración, en el que todo se entrega a Dios. Así es como la ley de Dios reforzaba gráficamente la adoración como la prioridad suprema en la vida de Israel.
La ley de Moisés incluso especificaba exactamente cómo debían fabricarse los instrumentos utilizados en los servicios de adoración. Por ejemplo, Éxodo 30:34‒36 da una receta para el incienso. El incienso es simbólico de la adoración en las Escrituras porque su fragancia se eleva en el aire, al igual que la verdadera adoración se eleva a Dios. Los versículos 37‒38 suenan como una advertencia sobre el incienso:
“Como este incienso que harás, no os haréis otro según su composición; te será cosa sagrada para Jehová. Cualquiera que hiciere otro como este para olerlo, será cortado de entre su pueblo”.
En efecto, Dios estaba diciendo: “Aquí tienes la receta de un perfume especial, emblemático de la adoración. Este perfume debe ser único y santo. Y si alguien se atreve a fabricar este perfume para sí mismo, solo para perfumarse, lo mataré”.
Es evidente que hay algo tan único, tan santo en la adoración, que la diferencia por completo de cualquier otra cosa en la dimensión humana. ¡Ningún hombre puede quitarle a Dios lo que Él ha ideado para Su propia gloria!
Pero ese perfume era mucho más que una simple mezcla de ingredientes inertes: simboliza a usted y a mí. Nuestras vidas deben ser como ese perfume: santas, aceptables, fragantes, ascendiendo a Dios como un aroma agradable (véase Romanos 12:1 y 2 Corintios 2:15). La persona que utiliza su vida para cualquier otro propósito que no sea la adoración, por muy noble que parezca ese propósito, es culpable de un pecado grave. Es el mismo pecado que cometió un israelita que hizo mal uso del incienso sagrado, un pecado tan grave que, según la ley, merecía la muerte.
En el próximo blog, veremos algunos ejemplos bíblicos de personas que desobedecieron las exigencias de Dios en cuanto a la adoración sagrada y cosecharon consecuencias mortales.
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(Adaptado de Adorar: ¡La máxima prioridad!)
