Inclinemos nuestras cabezas juntos, por un momento, en oración, conforme nos preparamos para entrar en la Palabra de Dios. Padre, Te damos gracias en esta noche por el recordatorio de Tu diseño único en cada una de nuestras vidas. Gracias por el testimonio que se nos ha traído de la gracia de Cristo a cada uno de nosotros, sin importar cuál sea nuestra situación física. Gracias de nuevo por el recordatorio que lo que está en el alma es lo que importa. Recordamos las palabras de nuestro Señor, quien dijo “no temáis los que pueden destruir el cuerpo, sino temed más bien a Aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno”. Y Padre gracias porque Tú, en Tu amor maravilloso, nos has dado al Señor Jesucristo para amar a cada uno de nosotros sin importar quiénes somos. Sin importar cuáles son nuestras capacidades o discapacidades.
Gracias por la gracia de salvación que alcanza aun al más grande de los pecadores para ofrecer redención. Te damos gracias por la esperanza del cielo que hay en nuestros corazones, que algún día estaremos en la presencia del Señor Jesucristo y seremos tan perfecto como Él es. Y Señor, Te damos gracias también por Tu gran verdad, la preciada Palabra de Dios. Y al verla, aun brevemente en esta noche, abre nuestros corazones, nuestras mentes. Danos entendimiento y Te daremos la alabanza y la gratitud por el privilegio de tener comunión contigo en Tu Palabra por la causa del Salvador. Amén.
Permítame pedirle, si es tan amable, de abrir su Biblia a Juan capítulo 6. Voy a introducir nuestra mirada a este capítulo. Realmente, tengo la intención únicamente de hacer un estudio panorámico del capítulo. Y únicamente vamos a empezar brevemente en esta noche. Confío en que el Espíritu de Dios nos traerá de regreso el próximo día del Señor por la noche con gran expectativa por lo que tiene para nosotros.
Si fuera a titular el tema general del sexto capítulo de Juan, lo llamaría ‘Tristeza Divina por la Deserción Espiritual’. Tristeza divina por la deserción espiritual. El corazón de Dios se entristece mucho cuando la gente hace un compromiso superficial con Cristo. Un compromiso superficial con el Señor. Y después, se alejan.
Es algo común no sólo el día de hoy, sino aun desde la época en la que el Señor comenzó Su ministerio. Simplemente, usar la palabra deserción de un sabor amargo en mi boca. No sé cómo la palabra ‘deserción’ le suena a usted, pero es una palabra bastante fea. El diccionario distingue deserción como una deserción de compromiso o lealtad. Yo creo fuertemente en la lealtad, soy un fuerte creyente de la lealtad. Yo creo que, si una persona se compromete a hacer algo, que debe haber un compromiso que se manifieste para que se apegue a eso. Yo creo en la lealtad, creo en el compromiso. Creo en el apego. Y cuando pienso en la palabra deserción, lo único en lo que puedo pensar es en un traidor, en alguien que huyó en medio de una lucha.
Francamente, estoy seguro que todos nosotros, a un grado u otro, hemos experimentado eso. Ha habido ocasiones quizás en nuestras propias vidas en las que hemos huido de un deber que nos fue dado. Fuimos en la dirección opuesta. Ha habido ocasiones en las que en nuestras vidas hemos experimentado el dolor, la experiencia de alguien que nos traiciona. Alguien que amábamos. Alguien en quien invertimos. Alguien en quien derramamos o entregamos parte de nuestra vida. Alguien que pensamos que era nuestro amigo cercano, pero hubo una traición.
Y francamente, nada es tan doloroso como eso las relaciones humanas. Ningún dolor es tan profundo como la herida de alguien que deserta de una relación íntima de cualquier tipo.
Al pensar en ese tipo de deserción, simplemente pensar en términos bíblicos, recordé esta semana que el apóstol Pablo enfrentó experiencias como esa. Y le confieso que no creo que en mi vida jamás haya experimentado la soledad que llega al corazón con mayor profundidad que cuando alguien que yo pensaba que era un amigo, dejó esa amistad. Alguien en quien yo confié, que demostró que esa confianza no estaba en el lugar correcto. Alguien en quien había invertido mucho amor y gran parte de mi propio corazón y terminó siendo un traicionero de esa inversión. Eso, en lo que a mí concierne, en mi propia vida, es el dolor más profundo que jamás he experimentado.
Y creo que el apóstol Pablo entendió eso aún más profundamente de lo que yo lo entiendo. Creo que él sabía lo que era que alguien en quien él había invertido su vida, lo abandonara. En Filipenses, por ejemplo, simplemente puede escuchar unos cuantos versículos. En Filipenses, capítulo 2, escuche lo que él dice en el versículo 20. Él se refiere a Timoteo. Y después de mencionar a Timoteo, él dice “porque a ninguno tengo del mismo sentir, quien cuidará de manera tan natural por ustedes, porque todos buscan los suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús. Pero ustedes conocen los méritos de él,” esto es de Timoteo, “que él cómo de hijo a padre ha servido conmigo en el Evangelio. A él, por lo tanto, espero enviar”. Aquí está el apóstol Pablo en un punto de crisis en su propia vida y ministerio en relación con la Iglesia en Filipos. Y él dice “les estoy enviando a Timoteo porque no tengo a nadie más que se preocupe como él. Todos los demás buscan sus propios intereses”.
Ahora, no sé cómo le afecta a usted ese versículo, no sé cómo le impacta, pero me afecta con un sentido profundo de dolor, porque creo que puedo sentir lo que él estaba sintiendo hasta cierto punto en su corazón. Pero imagine la profundidad tremenda, tremenda de inversión que el apóstol Pablo había hecho en las vidas de tanta gente; y llegar a este punto en su vida en el que dice “no tengo a nadie más que a Timoteo, a quien pueda enviar, porque todo el mundo busca lo suyo propio”.
Lo que es peor en 2 Timoteo, la última epístola que Pablo jamás escribió al final de su vida, él dice en el capítulo 1, versículo 15: “Ya sabes esto, que me abandonaron todos los que están en Asia…” Realmente, es una declaración increíble.… “todos los que están en Asia, de los cuales son Figelo y Hermógenes.” Todos me abandonaron.
En el capítulo 4 de esa misma epístola, el último capítulo que Pablo jamás escribió, él dice: “Demas me ha desamparado, amando este mundo.” Y después, en el versículo 16: “En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado en cuenta.” Hubo muchas personas que se identificaron con Pablo hasta que se metió en dificultades y después, se fueron. Lo dejaron. Pienso en Jesús, cuando con Sus discípulos estuvo en el huerto, en el monte de los olivos, cuando vinieron los soldados y la Biblia dice en cumplimiento de la profecía de Zacarías que cuando tomaron a Jesús, los discípulos lo dejaron y huyeron. ¡Qué soledad siente el corazón cuando ha ido desamparado! Y entre más profunda ha sido la inversión espiritual en la persona que se va, mayor es el dolor.
Y quiero que entiendan el dolor de corazón que puede ser experimentado por cualquier cristiano por la deserción espiritual de alguien. El dolor de corazón que experimentó Pablo, el dolor de corazón de nuestro Señor en Su ministerio terrenal por aquellos que desertaron de Él. Inclusive ha llegado hasta el cielo. Y creo que el corazón de Dios es con mucha frecuencia roto por desertores espirituales. Gente que lo sigue por un rato, pero son muy superficiales. Su compromiso es superficial y egoísta. Y cuando resulta que no van a recibir lo que pensaban que iban a recibir, quieren irse.
En el Antiguo Testamento, encontramos a muchas personas que superficialmente se identificaban con los hijos de Israel. Externamente, pertenecían a la nación, pero internamente habían desertado de la adoración del Dios verdadero. En Éxodo 32 se relata la historia trágica del becerro de oro; en Éxodo vemos cómo mientras Moisés estaba arriba en el monte Sinaí recibiendo la ley de Dios, Aarón guió al pueblo en idolatría.
Y en el versículo 7 de ese capítulo 32 de Éxodo, dice: “Entonces Jehová dijo a Moisés: Anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido. Pronto se han apartado del camino que Yo les mandé; se han hecho un becerro de fundición, y lo han adorado, y le han ofrecido sacrificios, y han dicho: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto. Dijo más Jehová a Moisés: Yo he visto a este pueblo, que por cierto es pueblo de dura cerviz. Ahora, pues, déjame que se encienda Mi ira en ellos, y los consuma; y de ti Yo haré una nación grande.”
Ahí hay una declaración asombrosa. Por un lado, Dios está diciendo “déjame consumirlos” y por otro lado, Él está diciendo “haré de ti una gran nación”. Y ésta es la ambivalencia de corazones heridos que primero quieren clamar en juicio contra el que ha herido, pero debido a la relación de amor, también quiere alcanzar en compasión. Y entonces, el corazón de Dios, por un lado, consumirá. Y, por otro lado, será misericordioso hacia la gente que lo dejó. Ahí tenemos un vistazo de la tristeza de Dios. Él dice: “vete, para que pueda estar solo”. La tristeza necesita sus momentos de soledad. E inclusive Dios siente esa tristeza.
En el Salmo 18, versículo 21, leemos esto, el salmista escribe: “Porque yo he guardado los caminos de Jehová, Y no me aparté impíamente de mi Dios”. Y lo que realmente está diciendo al escribir este Salmo es que no es como tantas otras personas. No ha dejado a su Dios. Ahora, si usted fuera a leer la historia de Israel en el Antiguo Testamento, descubriría que es una historia de deserción. Es una historia de deserción espiritual. Es una historia de compromiso superficial temporal. Es una historia de dolor. Es una historia que trae tristeza al corazón de Dios y tristeza al que siente el corazón de Dios
En Isaías, capítulo 16, versículo 9, Dios le dijo a Moab… Moab, una nación adyacente que tenía un entendimiento del Dios verdadero. Dios le dice a Moab al hablar del juicio que traería, estas son palabras interesantes. Versículos 9 al 11 de esa sección entera ahí en Isaías 16. Él dice: “Por lo cual lamentaré con lloro de Jazer por la viña de Sibma; te regaré con mis lágrimas, oh Hesbón y Eleale; porque sobre tus cosechas y sobre tu siega caerá el grito de guerra”. En otras palabras, voy a tocar un tono melancólico. Quiero que entienda usted que Dios es una persona y Dios, como persona, así como usted es una persona, siente el dolor de la deserción. La tristeza de Dios por una nación que se desvía le causó que llorara y tocara, por así decirlo, una canción melancólica.
En Isaías, capítulo 5, conforme el profeta toma la palabra de Dios nuevamente, Dios le dice: “Tengo una canción para ti. Es una canción de funeral. Es una canción acerca de una viña en un monte muy fructífero.” Y él procede a describir todo lo que él había hecho por Israel y cómo Israel había desertado. Y fue una canción de funeral expresando la tristeza del corazón de Dios.
En Isaías 22, una porción de mucha reflexión de la literatura profética. Isaías 22. Permítame leerle tres versículos ahí, comenzando en el versículo 12: “Por tanto, el Señor, Jehová de los ejércitos, llamó en este día a llanto y a endechas, a raparse el cabello y a vestir cilicio; y he aquí gozo y alegría, matando vacas y degollando ovejas, comiendo carne y bebiendo vino, diciendo: Comamos y bebamos, porque mañana moriremos. Esto fue revelado a mis oídos de parte de Jehová de los ejércitos.” Dios dijo llamé a que lloraran y ustedes tuvieron una fiesta. Ignoraron el identificarse con el corazón de Dios. Dios llama a que lloren por una nación desertora.
En el capítulo 59 de Isaías, en el versículo 13, encontramos que el pueblo es culpable de dejar. Dice: “el apartarse de en pos de nuestro Dios. Hablando opresión y revuelta.” Y de nuevo, la implicación es la tristeza del corazón de Dios. Pero si Isaías habla de la tristeza de Dios, entonces Jeremías habla aún más de la tristeza de Dios. Él nos es conocido como el profeta llorón. Dios es Espíritu. Dios no tiene cuerpo. Dios, como un espíritu sin cuerpo no puede llorar. Y entonces, en un sentido muy real, las lágrimas de Jeremías eran las lágrimas de Dios por la Israel desertora.
Pase a Jeremías por un momento al capítulo 2, versículo 13. Y esto es lo que Dios le dice al profeta Jeremías: “porque dos males ha hecho Mi pueblo: me dejaron a Mí, fuente de agua viva y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua.” Este es lenguaje muy vívido. Aquí estoy, la fuente de agua y han rechazado la fuente de agua por contenedores de agua que no pueden producir agua y ni siquiera pueden contener el agua. La nota que deben ver aquí es que “me han dejado”. De nuevo, la tristeza de la deserción espiritual.
Y abajo, en el versículo 19: “Tu maldad te castigará, y tus rebeldías te condenarán; sabe, pues, y ve cuán malo y amargo es el haber dejado tú a Jehová tu Dios, y faltar Mi temor en ti, dice el Señor, Jehová de los ejércitos. Porque desde muy atrás rompiste tu yugo y tus ataduras, y dijiste: No serviré. Con todo eso, sobre todo collado alto y debajo de todo árbol frondoso te echabas como ramera. Te planté de vid escogida, simiente verdadera toda ella; ¿cómo, pues, te me has vuelto sarmiento de vid extraña?” ¿Cómo salió todo mal?, dice Dios ¿Cómo te volviste tan contaminada?
En el capítulo 3, versículo 20: “Pero como la esposa infiel abandona a su compañero, así prevaricasteis contra Mí, oh casa de Israel, dice Jehová. Voz fue oída sobre las alturas, llanto de los ruegos de los hijos de Israel; porque han torcido su camino, de Jehová su Dios se han olvidado. Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones.”
En el capítulo 15 de Jeremías, versículo 6, él dice de nuevo, de manera similar a ellos: “Tú me dejaste, dice Jehová; te volviste atrás; por tanto, Yo extenderé sobre ti Mi mano y te destruiré; estoy cansado de arrepentirme.” ¿Cuántas veces crees que puedes ir hacia atrás, dejarme yi decir que lo sientes y volverlo a hacer? Estoy cansado de sus arrepentimientos.
Capítulo 17, versículo 13: “¡Oh Jehová, esperanza de Israel! todos los que Te dejan serán avergonzados; y los que se apartan de Mí serán escritos en el polvo, porque dejaron a Jehová, manantial de aguas vivas.” De nuevo, ven, el tema entero de Jeremías era el asunto de deserción espiritual, de dejar a Dios.
Después, en el capítulo 32, versículo 38, aquí está la esperanza que Dios tiene para ellos en el futuro. “y, me serán por pueblo, y Yo seré a ellos por Dios.” Van a venir en el futuro, después de la obra de Cristo. “Y, me serán por pueblo, y Yo seré a ellos por Dios y les daré un corazón, y un camino, para que Me teman perpetuamente, para que tengan bien ellos, y sus hijos después de ellos. Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien, y pondré Mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de Mí. Y me alegraré con ellos haciéndoles bien…” Va a venir un fin a esa tristeza. Cuando venga la redención verdadera, cuando el nuevo pacto venga y la verdadera redención eterna se lleve a cabo en los corazones de Mi pueblo. Pero hasta ese entonces, había deserción.
Encontramos, si regresamos en Jeremías ahora y simplemente tocamos un par de pasajes muy incisivos, veremos la respuesta de Dios a esta deserción. Escuche el capítulo 9, versículos 1 y 2. “¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuentes de lágrimas, para que llore día y noche los muertos de la hija de mi pueblo!” La tristeza que vemos aquí. “¡Oh, quién me diese en el desierto un albergue de caminantes, para que dejase a mi pueblo, y de ellos me apartase!” El profeta está diciendo que quiere estar solo y llorar su soledad.
Capítulo 14, versículo 7, el pueblo clama: “aunque nuestras iniquidades testifican contra nosotros, oh Jehová, actúa por amor de Tu nombre; porque nuestras rebeliones se han multiplicado, contra Ti hemos pecado. Oh esperanza de Israel, Guardador suyo en el tiempo de la aflicción, ¿por qué Te has hecho como forastero en la tierra, y como caminante que se retira para pasar la noche?” Dios, ¿por qué nos tratas como si fueras un extraño?
Después, en el versículo 17 en respuesta a eso: “Les dirás, pues, esta palabra: Derramen mis ojos lágrimas noche y día, y no cesen; porque de gran quebrantamiento es quebrantada la virgen hija de mi pueblo, de plaga muy dolorosa.” Y de nuevo, el lloro y la tristeza del corazón del profeta representa el lloro y la tristeza en el corazón de Dios.
En Lamentaciones, capítulo 2, observe los versículos 11 y 12: “Mis ojos desfallecieron de lágrimas, se conmovieron mis entrañas, Mi hígado se derramó por tierra a causa del quebrantamiento de la hija de mi pueblo, Cuando desfallecía el niño y el que mamaba, en las plazas de la ciudad. Decían a sus madres: ¿Dónde está el trigo y el vino? Desfallecían como heridos en las calles de la ciudad, Derramando sus almas en el regazo de sus madres.”
A lo largo de las profecías de Jeremías vemos las lágrimas de Dios debido a la deserción del pueblo de Israel. Y lo que quiero que entienda es que este tipo de deserción espiritual alcanza al corazón mismo de Dios. Y para llevarlo a una perspectiva aún más fuerte, pase en su Biblia Lucas, capítulo 19. Lucas, capítulo 19, versículo 41. Y aquí está Jesús, Dios en carne humana. “Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella.” Es una palabra fuerte. Es una palabra que implica no sólo una lágrima gentil que va derramándose por la mejilla, sino un gran pesar de su corazón y alma. Él lloró. Y: “diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz!” En otras palabras, si tan sólo supieran lo que tenían, si tan sólo supieran lo que vine a hacer, pero está escondido de sus ojos.
Y después, Él piensa en el juicio. “Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación.”
Ahora, el punto que quiero que entienda es que el corazón de Dios se entristece por aquellos que desertan. Y el profeta de Dios siente esa tristeza. Y el apóstol siente esa tristeza. Y claro, de manera suprema, nuestro Señor Jesús siente esa tristeza. Y nosotros, que hemos experimentado eso, sentimos esa tristeza. Le confieso que hay en mi corazón, y lo mencioné unas semanas atrás, algo de esto, una pequeña lista de personas que, en cierta manera, es mi lista de desertores espirituales. Y tienen un lugar muy grande en mi corazón, en el hecho de que cada vez que pienso en ellos, me siento mal, siento asco. Cuando pienso en la inversión en su vida, cuando pienso en la relación, cuando pienso en el hecho de que decían haber conocido a Cristo y amar a Cristo y caminar con Cristo y amar a Su Iglesia y amar a Su pueblo y amarme a mí y ser amados por mí y después, simplemente se fueron… Eso es lo más triste, lo más trágico de todo. Sólo me puedo imaginar que sería peor de lo que es si fuera alguien en mi propia familia.
He trabajado con maridos cuyas esposas simplemente negaron la fe y se fueron. Misterio de misterios, inexplicable, quizás desde un punto de vista humano. He hablado con esposas cuyos maridos le han dado la espalda a todo lo que dijeron profesar acerca de Cristo y se fueron. He hablado con padres cuyo corazón está deshecho por hijos que le han dado la espalda a Jesucristo y se han apartado. Y todos nosotros en el ministerio hemos tenido que tratar con ese tipo de cosas.
Y personalmente, no siento que haya una porción en las Escrituras que penetre de manera más profunda en el corazón de Cristo en este asunto como lo hace Juan, capítulo 6. Y quiero que usted pase ahí y únicamente quiero introducirle este pasaje. Quiero entrar a una introducción, presentárselo. Yo creo que en Juan 6 vemos el dolor de Jesús por la deserción espiritual.
Vayamos al final del capítulo, para que entendamos a dónde va el pasaje. Versículo 66 es el versículo clave. Dice esto: “desde entonces, muchos de Sus discípulos volvieron atrás y ya no andaban con Él.” ¿Qué hizo Él para merecer eso? Absolutamente nada. ¿Muchos de Sus discípulos? Usted dice: “pensé que un discípulo era de por vida. Pensé que un discípulo hacía un compromiso a largo plazo. Algunas personas están enseñando en el día de hoy que un discípulo es un cristiano de segundo nivel que ha alcanzado el punto de compromiso pleno, rendición total, sumisión completa. Pensé que un discípulo era alguien que realmente amaba Cristo…” “Desde ese entonces, muchos de Sus discípulos se fueron”. Volvieron atrás y ya no andaban con Él.
¿Y cuál fue la respuesta de Jesús? Observe el pathos de esto, versículo 67. “Dijo entonces Jesús a los doce: ¿queréis acaso iros también vosotros?” Los doce, como usted puede ver, habían hecho el compromiso más fuerte de todos de manera externa. Eran los más cercanos. Lo más íntimos. Y Él les pregunta si ellos van a hacer eso también. Si lo van a dejar. Si se van a ir.
“Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” Eso es maravilloso, ¿no es cierto? ¿No cree que eso bendijo el corazón del nuestro Señor, al oír ese testimonio de Pedro? Yo no voy a ningún lado, no te vas a poder deshacer de mí si quisieras hacerlo. Puedo tropezarme, pero me quedo
“Y nosotros hemos creído y conocemos que Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” Y Jesús dice: ‘mira, no exageres, Pedro. Sé que tienes buenas intenciones y sé que todos los discípulos tienen buenas intenciones, pero les quiero recordar algo: “Jesús les respondió: ¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo?” Un desertor. “Hablaba de Judas Iscariote, hijo de Simón; porque éste era el que le iba a entregar, y era uno de los doce.” Su propio amigo conocido. El profeta dijo “el que levantó su talón contra Él.” Su propio amigo familiar quien le dio un beso en la mejilla. Su propio amigo familiar que se sentó con Él en la mesa y mojó el pan y dijo ‘¿soy yo? ¿Soy yo?’ Su propio amigo familiar tan confiable que él cargaba el dinero para este pequeño grupo de nómadas. Su propio amigo familiar.
Creo que el dolor de la deserción de Jesús, aunque encaja en el plan soberano de Dios, fue tan profundo que continuamente hirió el corazón de Cristo. Ahora, digo todo esto para darles simplemente el panorama general de lo que la deserción espiritual causa al corazón de Dios. Y esa es sólo la introducción. Pero que este sea un aliento en esta noche, que ninguno de nosotros quiera entristecer el corazón del que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, ¿verdad? Que sea el compromiso de nuestros corazones que nuestro discipulado sea genuino, nuestra afirmación de fe en Cristo sea real, nuestra fe sea fe salvadora, no fe muerta. Y que entremos de manera plena y verdadera una vida de obediencia con Dios y que no sea ese discípulo superficial, temporal, falso, quien cuando las cosas no salen como él piensa que deben salir, deserta y entristece el corazón de Dios.
Ahora, la próxima vez vamos a ver este capítulo a detalle. Con tanto detalle como podamos en la hora que se nos dé. Pero antes de hacer eso, entre ahora y la próxima vez, quiero que lea el capítulo. De hecho, le voy a pedir que lo lea diariamente para que esté fresco en su mente. Y conforme entramos a este capítulo el domingo por la noche, le va a abrir alguna de las verdades más profundas del corazón de Cristo que creo que jamás tendrá.
Oremos juntos. Te amamos Señor y Te damos gracias y Te alabamos por este maravilloso día. Por las muchas maneras en las que hemos expresado nuestra adoración y nuestra alabanza. Por el gozo de esta tarde, la emoción, la felicidad y el gusto que los niños traen a nuestras vidas, por la seriedad de Tu Palabra también.
Y Señor Dios, oramos que debido a que Tú has prometido a nosotros tal gozo y tal satisfacción, que seamos obedientes en colocarnos en el círculo de la bendición, para disfrutar de manera plena lo que tienes para nosotros. Pedimos que nadie en este lugar se vaya y se aleje de Cristo, sino que todos nosotros seamos esos discípulos verdaderos, quienes, con Pedro, puedan decir “¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.”
Y estamos seguros de que Tú eres ese Cristo, el Hijo de Dios. Que seamos tan seguros y que vivamos con esa certeza en todo momento de cada día. Gracias porque Tú permaneces con nosotros y Te pertenecemos. Hasta que nos volvamos a ver, oramos por la unción del Espíritu de Dios. Oramos en el nombre de Salvador y todos dijeron ‘Amén’. Que Dios los bendiga.
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