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El mes pasado, un Juez Federal determinó que la ley de pena de muerte de California es inconstitucional. ¿La razón? El código penal está tan roto y debilitado que equivale a un castigo cruel e inusual, violando la Octava Enmienda. ¡Increíblemente, un juez determinó que el proceso y el periodo de espera (a menudo varias décadas) para la pena de muerte, es más cruel que la pena misma!
Hay una lección que aprender de un sistema tan ineficaz. El quebrantamiento del sistema explica en parte por qué el crimen está tan desenfrenado y la ley tan despreciada. Los delincuentes tienen poco que temer en términos de castigo. Los cargos generalmente son mucho menores que el crimen en sí. La cárcel es de poca importancia para los criminales endurecidos. Las cárceles sobrepobladas llevan a una liberación temprana e inmerecida, inclusive para los delincuentes violentos. Incluso la pena de muerte se vuelve inofensiva, debido a las interminables apelaciones y las décadas que lleva completarlas, si es que alguna vez toma lugar.
Si bien el castigo penal y la disciplina de la iglesia son cuestiones completamente diferentes, se puede aprender una lección parecida. El pecado escandaloso en la iglesia se debe en parte a la resistencia, por parte de muchos líderes e iglesias, a participar en la difícil tarea de la disciplina de la iglesia.
La realidad trágica de vivir en un mundo caído, es que la disciplina de la iglesia es inevitable. Es poco probable que una iglesia local logre escapar de la necesidad de responder a pecado flagrante en el rebaño. Y la disciplina de la iglesia, como es descrita en Mateo 18:15-20, es la única respuesta justa para un miembro de la iglesia cuyos pecados no pueden ser pasados por alto sin que esto represente un daño al ofensor o al Cuerpo de Cristo.
El proceso debe iniciarse con una confrontación privada. Si el ofensor se niega a arrepentirse, una mayor confrontación es requerida, ésta vez con testigos. Si él persiste en impenitencia, entonces toda la congregación debe ser informada.
Si la impenitencia persiste aun en este punto, se debe implementar el paso final en el proceso de disciplina: la excomunión: “Si se niega a escuchar incluso a la iglesia, que sea para ti como un gentil y un recaudador de impuestos” (Mateo. 18:17) Esto no significa amontonar desprecio por la persona. Simplemente significa que la persona debe ser considerada como un incrédulo. El endurecimiento repetido de su corazón cuestiona la realidad de su fe. Desde ahora en adelante, necesita ser considerado como una perspectiva evangelística, en lugar de ser un hermano en el Señor.
Explicación de la excomunión
Implícito en esto es la revocación de su membresía. Ya no es considerado un miembro del cuerpo. Por el contrario, debe ser considerado un incrédulo. Y, por lo tanto, no se le debe permitir participar en las bendiciones y beneficios de la asamblea cristiana. En particular, no debe ser bienvenido como participante en la celebración de la Mesa del Señor o Santa Cena. Eso es precisamente lo que significa el termino excomunión.
Pero con respecto al trato que le deben rendir los miembros de la iglesia, esto no es una licencia para la hostilidad y el desprecio. De hecho, el trato de Cristo a los paganos y los recaudadores de impuestos es notable, principalmente por la forma en que Él se acercó a ellos en amor.
Un tipo similar de búsqueda evangelistica compasiva debe caracterizar nuestro tratamiento de aquellos que han sido excomulgados de esta manera. Ahora bien, hay una diferencia significativa: si el ofensor se mantiene impenitente y continúa identificándose con Cristo, los creyentes no deben mantener una relación con esa persona como si nada estuviera mal. Con el fin de enviar señales claras tanto al individuo pecador como al mundo observador, incluso se suspenderá la comunión en entornos sociales cotidianos. Paul escribió en 1 Corintios 5:9-11:
Os he escrito por carta que, que no os juntéis con los fornicarios; no absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en tal caso os sería necesario salir del mundo. Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis.
En otras palabras, debido a los mensajes mixtos emitidos por alguien que profesa fe en Cristo y aún vive una vida desobediente, debemos trazar las líneas de la forma más clara posible.
Debemos tener la menor asociación posible con tales personas.
Una vez más, el punto no es ser antagónicos o malintencionados hacia ellos, sino dejar en claro que el pecado voluntario es incompatible con el compañerismo cristiano.
Como esta persona se ha identificado con Cristo, y es un “supuestamente-llamado” hermano, se vuelve de vital importancia que la congregación en su conjunto demuestre que la rebelión de esta persona contra Cristo es incompatible con una profesión de fe en Él.
Aun así, en este punto el objetivo principal con respecto al pecador es restaurarlo. 2 Tesalonicenses 3:15 dice: “Más no lo tengáis por enemigo, sino amonestadle como a hermano.” En cierto sentido, usted nunca lo deja ir; aunque lo sacó de la iglesia y fuera de su esfera de compañerismo social, sigue llamándolo de regreso. Si el ofensor en algún momento demuestra arrepentimiento genuino, será bienvenido nuevamente a la confraternidad. Pero hasta este punto, él debe ser considerado un extraño.
Pablo, por ejemplo, instruyó a la asamblea de Corinto a que excomulgara al hombre incestuoso de entre ellos. El escribió:
De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles; tanto que alguno tiene la mujer de su padre. Y vosotros estáis envanecidos. ¿No debieras más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción? (1 Corintios 5:1-2)
Los detalles de lo que se hizo, si algo fue hecho, para procurar el arrepentimiento de este hombre no se registran. Pero su pecado ya era conocido por todos, y él continuaba obstinadamente en la clase más grosera de inmoralidad. El tiempo para excomulgarlo ya había pasado. Entonces Pablo ejerció su prerrogativa apostólica y ordenó que el hombre fuera excomulgado.
Ciertamente yo, como ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, ya como presente he juzgado al que tal cosa ha hecho. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús. (1 Corintios 5:3-5)
El propósito en la vida del pecador
Las palabras de Pablo son severas, pero dan una idea de lo que es la excomunión. La persona pecadora es “entregada […] a Satanás para destrucción de la carne”.
En otras palabras, él es entregado al sistema de pecado y disipación que ha elegido, el cual es controlado por Satanás, y allí cosechará todas las consecuencias de su pecado. La persona excomulgada puede descender a las profundidades del pecado antes de arrepentirse. En este paso final del proceso de disciplina, la iglesia entrega al pecador al resultado natural de su pecado.
Observe que Pablo caracteriza el resultado final como “la destrucción de la carne”. El pecado, especialmente de la variedad premeditada y desenfrenada, a menudo tiene un costo físico para el pecador. Las consecuencias naturales del pecado pueden incluir enfermedad, o en casos extremos, incluso la muerte (1 Corintios 11:30). Si él o ella es un creyente genuino, esto debería ser una motivación adicional para arrepentirse, y la persona finalmente será salvada. Nuevamente, el objetivo principal es el arrepentimiento y la restauración del ofensor.
El propósito en la vida de la iglesia
Un objetivo secundario en este punto, es la pureza de la iglesia. El pecado voluntario es como la levadura. Si se tolera, eventualmente infiltrará todo el cuerpo. “¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois” (1 Corintios 5:6-7). El creyente no arrepentido debe ser expulsado de la asamblea por el bien de la asamblea.
Un compromiso generalizado de las iglesias evangélicas, de practicar la disciplina de la iglesia en obediencia al mandato de Cristo, alteraría radicalmente la pureza del paisaje de la iglesia de los Estados Unidos y en el extranjero. Las iglesias serian lugares más seguros para el crecimiento de los discípulos y al mundo le sería mucho más fácil ver la distinción entre ellos y los cristianos.
Pero como seres humanos caídos, puede ser una perspectiva desalentadora para los ancianos de la iglesia emitir ese juicio final de excomunión. ¿Podemos tener confianza en la aprobación de Dios al expulsar miembros de la iglesia? Jesús enfáticamente respondió esa pregunta, y la examinaremos la próxima vez.
(Adaptado de La Libertad y El Poder del Perdón)