Cuando nos encontramos con María en el evangelio de Lucas, un arcángel se le aparece sorpresivamente y, sin toque de trompetas, le anuncia el maravilloso plan de Dios. La Escritura dice simplemente: “Al sexto mes el arcángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María” (Lucas 1:26–27).
La joven mujer nazarena
María es el equivalente del hebreo “Miriam”. El nombre puede derivar de la palabra hebrea “amargo”. La vida de la joven María podía muy bien haber estado llena con amargas tribulaciones. Su pueblo natal era una comunidad desamparada en un distrito pobre de Galilea. Nazaret, es de recordar, soportó genialmente el fuerte rechazo de al menos un futuro discípulo. Cuando Felipe le dijo a Natanael que había encontrado al Mesías y al Ungido, y que era un galileo de Nazaret, Natanael se burló, “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” (Juan 1: 45–46).
María había vivido allí toda su vida, en una comunidad donde, en realidad, las cosas buenas eran probablemente muy pocas.
De aquí y de allá en la Escritura se pueden obtener otros detalles sobre el entorno de María. Según Juan 19:25, tenía una hermana. El texto bíblico no ofrece datos suficientes que permitan identificar con exactitud a esa hermana, pero obviamente fue una discípula lo suficientemente cercana a Jesús, como para estar presente con las otras fieles mujeres en la crucifixión. María era, además, una pariente cercana de Elisabet, madre de Juan el Bautista (Lucas 1:36). La naturaleza de esta relación no está especificada. Podrían haber sido primas, o Elisabet pudo ser la tía de María. El relato de Lucas describe a Elisabet, como ya “en su vejez”. María, por otra parte, parece haber sido bien joven.
En efecto, en la época de la anunciación, María probablemente era una adolescente. La costumbre de esa cultura era que las niñas se comprometieran cuando tenían apenas unos trece años. Los matrimonios eran por lo general arreglados por el novio o sus parientes con el padre de la niña. María estaba comprometida con José, de quien no sabemos casi nada, excepto que era un carpintero (Marcos 6:3) y un hombre justo (Mateo 1:19).
La Escritura es muy clara al señalar que María era aún virgen cuando Jesús fue milagrosamente concebido en su vientre. Usando un término griego que no permite ningún matiz sutil del significado, Lucas 1:27 la llama virgen en dos ocasiones. El claro decir de la Escritura y el propio testimonio de María, es que ella nunca había tenido contacto íntimo con ningún hombre. Su compromiso con José era un acuerdo legal conocido como kiddushin, que en esa cultura duraba por lo general un año completo. Desde el punto de vista legal, el kiddushin o noviazgo era tan obligatorio como el matrimonio mismo. La pareja era considerada como marido y mujer y solo un divorcio legal podía disolver el contrato de matrimonio (Mateo 1:19). Pero durante este tiempo, la pareja vivía separada el uno del otro y no tenían relaciones físicas en absoluto. Uno de los puntos principales del kiddushin era demostrar la fidelidad de ambos novios.
Un anuncio angelical
Cuando el ángel se apareció a María, ella estaba formalmente unida a José por el kiddushin. Lucas 1:28–35 describe así el encuentro de María con el ángel:
Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta. Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.
Embarazo y percepción
Retrocediendo hasta Eva, muchas mujeres piadosas de los antepasados de María habían atesorado la esperanza de ser aquella por medio de la cual llegaría el Redentor. Pero el privilegio tuvo un alto costo personal para María, porque le trajo el estigma de un embarazo fuera del matrimonio. A pesar de que había permanecido total e íntegramente casta, el mundo estaba obligado a pensar lo contrario.
Incluso José asumió lo peor. Podemos imaginar cómo sangraba su corazón cuando oyó que María estaba embarazada, y él sabía que no era el padre. Su plan fue dejarla secretamente. Era un hombre justo y la amaba, de modo que la Escritura dice que no deseaba hacer público escarnio de ella, pero al comienzo se sintió tan quebrantado con la noticia del embarazo, que no vio otra opción que el divorcio. Entonces, un ángel se le apareció en sueños y le reconfortó:
José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:20–21).
El sentido común sugiere que María debe haber anticipado todas estas dificultades en el momento en que el ángel le dijo que concebiría un hijo. Su alegría y asombro al saber que sería la madre del Redentor podía, no obstante, verse moderado significativamente por el horror del escándalo que le esperaba. Pero, conociendo el costo y considerando esto contra el inmenso privilegio de llegar a ser la madre de Cristo, María se rindió incondicionalmente, diciendo tan solo: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lucas 1:38).
No hay evidencia de que María alguna vez se inquietara sobre los efectos que el embarazo podría tener en su reputación. Ella se sometió a la voluntad de Dios inmediatamente, humilde y gozosamente, sin ninguna duda ni interrogante. Difícilmente podía haber tenido una respuesta más piadosa ante el anuncio del nacimiento de Jesús. Esto demostró que era una joven de fe madura y creyente del Dios verdadero. Muy pronto, se haría evidente su gran gozo por el plan de Dios.
(Adaptado de Doce Mujeres Extraordinarias.)