Como la Palabra de Dios tiene autoridad, es inerrante y suficiente, sabemos que la Escritura nos dice todo lo que necesitamos saber acerca de los sufrimientos y muerte de Cristo en la cruz. Pero hay un sentido, en el cual nos perdemos el peso completo de Su sacrificio, con solo una simple leída del texto. Sus horas y horas de agonía simplemente no pueden ser encapsuladas en unos pocos pasajes cortos.
Para ayudarnos a entender el dolor que Él soportó a nuestro favor, hemos examinado Sus declaraciones finales en la cruz. Hoy vamos a ver otras dos, que ilustran tanto la extensión de Su sufrimiento, como el propósito por el cual Él estaba dispuesto a soportarlo.
Una súplica por alivio
“Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: ‘Tengo sed’". (Juan 19:28). Esa fue la quinta declaración de Cristo desde la cruz. A medida que se acercaba el final, Cristo pronunció un ruego final pidiendo alivio físico. Anteriormente, había escupido el vinagre mezclado con un analgésico que le habían ofrecido. Ahora, cuando pidió alivio de la horrible sed de la deshidratación, sólo le dieron una esponja saturada de vinagre puro. Juan escribe: “Y estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se la acercaron a la boca” (v.29).
En Su sed, vemos la verdadera humanidad de Cristo. Aunque era Dios encarnado, en su cuerpo físico, experimentó todas las limitaciones físicas normales de la carne humana real. Y ninguno fue más vívido que ese momento de sed agónica después de estar horas colgado en la cruz. Sufrió corporalmente hasta un punto que pocos han sufrido. Y, de nuevo, para que las Escrituras se cumplieran, todo lo que se le dio para aliviar Su ardiente sed, fue vinagre. “Me pusieron además hiel por comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre” (Salmos 69:21).
Una proclamación de victoria
El relato de Juan con respecto a la crucifixión continúa: “Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: ‘Consumado es’". (Juan 19:30). En el texto griego, la sexta declaración de Jesús desde la cruz es una sola palabra: ¡Tetelestai! Lucas 23:46 indica que Jesús “clamó a gran voz”.
Fue un grito triunfante, repleto de rico significado. No quiso decir simplemente que su vida terrenal había terminado. Quiso decir que la obra que el Padre le había dado para que hiciera ya estaba completada. Mientras colgaba allí, con toda la apariencia de una víctima patética e insensible; Él, no obstante, celebró el triunfo más grande de toda la historia del universo. La obra expiatoria de Cristo estaba consumada; la redención por los pecadores estaba completada; y Él triunfó.
Cristo había cumplido a favor de los pecadores todo lo que la ley de Dios requería de ellos. Una completa expiación había sido realizada. Todo lo que presagiaba la ley ceremonial se había cumplido. La justicia de Dios quedó satisfecha. El rescate por el pecado había sido totalmente pagado. La paga del pecado había sido totalmente cancelada. La paga del pecado había quedado resuelta para siempre. Todo lo que faltaba era que Cristo muriera para que pudiera resucitar de los muertos.
Por eso no se puede agregar nada a la obra salvífica de Cristo. Ningún ritual religioso, ni el bautismo, ni la penitencia, ni ninguna otra obra humana, necesitan añadirse para hacer que Su obra sea eficaz. Ninguna obra humana suplementaria podría jamás aumentar o mejorar la expiación que Él pagó en la cruz. Al pecador no se le exige que contribuya en algo para ganarse el perdón o una posición justa delante de Dios. Solo el mérito de Cristo es suficiente para nuestra plena salvación.
¡Tetelestai! Su obra expiatoria está terminada. Toda ella. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).
(Adaptado de El Asesinato de Jesús.)