La promesa que su Simiente golpearía la cabeza de la serpiente era una garantía que su raza no estaría sometida sin esperanza al dominio del mal para siempre. De hecho, sea que Eva haya captado o no esto, la maldición contra la serpiente indicó una solución definitiva para su pecado, dándole razón para esperar que un día, uno de sus descendientes infligiría un golpe mortal a la cabeza del tentador y destruiría finalmente al diabólico ser y a toda su influencia. Esto, en efecto, cambiaría toda la maldad que Eva había contribuido a desencadenar.
No tenga duda porque esto es, precisamente lo que tales palabras significan. La maldición contra la serpiente contenía una promesa para Eva. Su “Simiente” le aplastaría la cabeza a la serpiente. Su propia descendencia destruiría al destructor.
Este sentido de Génesis 3:15 refleja la verdadera intención divina de lo que se hace completamente claro en el resto de la Escritura. (Indudablemente, es la trama principal que el resto de la Escritura relata). Por ejemplo, hay un eco de este mismo lenguaje en Romanos 16:20: “Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies”. Hebreos 2:14 dice que Cristo (quien, por supuesto, es el eterno “Dios de paz”) asumió forma humana, literalmente llegó a ser uno de los descendientes de Eva, para “destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo”. Primera de Juan 3:8 dice: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo”. Así Cristo, quien fue “nacido de mujer” (Gálatas 4:4) —la descendencia de una virgen y Dios en forma humana— literalmente cumplió esta promesa, que la Simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente.
¿Cuánto de esto habrá comprendido verdaderamente Eva? La Biblia no lo dice, pero parece claro que ella se aferró a la esperanza que finalmente uno de sus propios descendientes heriría a su enemigo mortal. Si tomamos prestadas palabras de un contexto ligeramente diferente, ella pareció percibir que su linaje, por la gracia de Dios, “se salvaría engendrando hijos” (1 Timoteo 2:15). Podemos estar seguros que su profunda enemistad con el tentador fue invariable a lo largo de su vida. Debe haber anhelado el día cuando uno de sus hijos le aplastaría la cabeza.
Evidencia de esa esperanza se ve en su gran gozo cuando es madre por primera vez. Génesis 4:1 describe el nacimiento de Caín, el hijo mayor de Eva. Y dijo: “Por voluntad de Jehová he adquirido varón”. La expresión hebrea se podría traducir literalmente como, “He adquirido un hombre; Jehová”.
Algunos comentaristas han sugerido que quizás ella pensaba que Caín era Dios encarnado, el Redentor prometido. La Escritura nos da pocas razones para pensar que su esperanza mesiánica estaba tan desarrollada. Por cierto, si supuso que Caín era la Simiente, muy pronto se desilusionó. Caín destrozó el corazón de su madre en lugar de la cabeza de la serpiente, dando muerte a Abel, su hermano menor.
Lo que haya sido que dedujo Eva de la expresión de Génesis 4:1, no obstante, fue una expresión clara de la esperanza y el regocijo por la gracia, la compasión, la generosidad y el perdón de Dios para con ella. Hay un tono de exaltación en la expresión: “Por voluntad de Jehová he adquirido varón”.
Está claro también, que su esperanza estuvo personificada en sus propios hijos. Ella los vio como demostraciones de la bondad de Dios y como recuerdo de la promesa que su simiente sería el instrumento mediante el cual se consumaría la destrucción final del engañador. En efecto, cuando nació Set —después que Caín había roto su corazón al matar a Abel— la Escritura dice: “Y llamó su nombre Set: Porque Dios (dijo ella) me ha sustituido otro hijo en lugar de Abel, a quien mató Caín” (Génesis 4:25). La referencia “a la simiente de sustitución”, sugiere que en su corazón guardaba la promesa contenida en la maldición, y que atesoraba la esperanza inmortal que un día su propia Simiente cumpliría esa promesa.
¿Fueron salvos Adán y Eva? Creo que lo fueron. La gracia de Dios para con ellos se ejemplifica en la manera en que “hizo túnicas de piel, y los vistió” (Génesis 3:21). Para que Dios hiciera eso, algunos animales tuvieron que morir. Por lo tanto, el primer sacrificio de sangre fue hecho por la mano de Dios en beneficio de ellos. Además, oculta en la declaración de Dios de que la Simiente de la mujer vencería a la serpiente, había una promesa implícita de que su pecado y todas las consecuencias de esto, un día serían vencidos y erradicados. Sabemos desde la perspectiva del Nuevo Testamento, que esta promesa involucraba el envío del propio Hijo de Dios para reparar el daño causado por el pecado de Adán.
Hasta donde la entendieron, ellos creyeron en esa promesa. La Escritura señala que Set dio origen a un linaje de personas piadosas: “Y a Set también le nació un hijo, y llamó su nombre Enós. Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová” (Génesis 4:26). ¿De dónde vendría este conocimiento del Señor? Obviamente, vino de Adán y Eva, quienes tenían más conocimiento directo y de primera mano de Dios que nadie desde la caída. Esta línea piadosa (que perdura en la fe de millones, aún hoy) fue su gran legado. Felizmente para Eva, al final esto demostrará ser infinitamente más perdurable que su herencia de pecado. Después de todo, el cielo estará lleno de sus descendientes redimidos, eternamente ocupados con una celebración de la obra de su Simiente.
(Adaptado de Doce Mujeres Extraordinarias )