Las Escrituras expresan: “[Vivamos] como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios” ( 1 P. 2:16). “Ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación” ( Ro. 6:22). “No uséis la libertad como ocasión para la carne” ( Gá. 5:13).
Lancemos tales ideas en casi cualquier reunión evangélica hoy día y alguien se erizará y se opondrá. A las personas se les ha enseñado que los muchos imperativos (mandatos) en las Escrituras son ley, y que, por tanto, a los cristianos no se les debe declarar tales preceptos como deberes que deban obedecer. Después de todo, “no estás bajo la ley, sino bajo la gracia” ( Ro. 6:14).
En consecuencia, afirman que a lo que debemos prestar atención es a los indicativos de la Biblia (afirmaciones de hechos objetivos), verdades tranquilizadoras tales como Romanos 8:1: “Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. Desde luego, debemos proclamar y afirmar enfáticamente los indicativos del evangelio, los cuales, por lo general, pertenecen a nuestra justificación: “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” ( Ef. 2:8-9).
No obstante, cuando el tema es la santificación, la Biblia está llena de imperativos: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” ( Ef. 4:22-24). Efesios 4 continúa con una larga lista de imperativos que se extienden hasta los capítulos 5 y 6. A diferencia de muchos predicadores y maestros de hoy en día, Pablo no dudaba en hablar de santificación o del crecimiento en gracia como un deber.
En realidad, como hemos visto desde el principio, la santificación era la principal preocupación de Pablo para los cristianos de Galacia. Estaba tan seriamente decidido a llevarlos a la madurez en Cristo como había estado desde el principio a llevarlos a la fe. Pablo manifiesta: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” ( Gá 4:19). Él se encontró en labor espiritual de parto mientras los llevaba al nuevo nacimiento de la regeneración. Ahora sentía los mismos dolores agonizantes de parto esforzándose por llevarlos a la madurez.
La madurez parece muy escasa en las iglesias actuales. Los líderes de la iglesia, incluso los de mediana edad, tratan de vestirse, hablar y actuar como adolescentes. Multitudes criadas en ministerios evangélicos de jóvenes (donde el objetivo principal era mantenerlos entretenidos) nunca aprendieron a pensar seriamente sobre asuntos espirituales.
Debemos superar la etapa de “jóvenes inquietos”. La inmadurez e inestabilidad son obstáculos, no virtudes, para el fruto espiritual. La verdadera santidad hace que el individuo sea firme y maduro. Pablo escribió: “Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar” ( 1 Co. 14:20). El apóstol describió la santificación precisamente en esos términos: “Varón perfecto… la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” ( Ef. 4:13).
(Adaptado de Santificación)