El amor de familia es fuerte y es de seguro el lazo humano más estrecho, pero no tiene el poder que tiene el amor de Cristo. Este es tan fuerte que a veces rompe el vínculo familiar. Una joven me dijo que venía de una familia totalmente pagana y que, como resultado de su conversión a Cristo, su padre, a quien ella quería profundamente, dejó de hablarle ni en persona ni por teléfono. Colgaba cuando ella lo llamaba.
Me dijo: “Pensé que se alegraría de que no soy alcohólica, ni drogadicta, ni criminal, ni que he quedado lisiada o herida en algún accidente grave. Nunca he tenido un gozo así en mi vida como el que tengo ahora que soy cristiana, y debido a mi amor a Cristo mi padre no quiere ni hablarme”. Esto se debe a la espada. La misma espada que cayó entre Caín y Abel. Abel era justo, Caín no lo era. La ruptura fue tan honda que Caín no pudo soportarla y asesinó a su hermano.
En Primera Corintios 7 se nos dice cómo la espada entra en un matrimonio cristiano. Si tiene una esposa inconversa y ella quiere seguir con usted, permítale quedarse porque cierta santificación ocurre. Es decir, la bendición que Dios derrama sobre el creyente salpica al conyugue inconverso de una manera temporal. “Pero si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso, sin o que a paz nos llamó Dios” (v.15). Este es el otro lado del asunto. Una vez que la espada cae, entonces Dios nos ha llamado a paz, y si el no creyente quiere irse, déjelo que se vaya.
Convertirse en cristiano significa estar harto del pecado, es anhelar profundamente el perdón y el rescate del mal presente y del infierno futuro, y afirmar su consagración al señorío de Cristo hasta el punto de estar dispuesto a dejarlo todo. He dicho antes y lo repito: No se trata simplemente de alzar la mano y pasar al frente diciendo: “Amo a Cristo”. No es fácil, ni es cómodo, ni es para los muy sensibles. No es un mundo rosa y perfecto en el que Jesús da todo lo que a uno se le antoja. Es duro, sacrificado y sobrepasa a todo lo demás. La manifestación de la verdadera fe es un compromiso que ninguna influencia puede torcer.
Por supuesto que usted ama a su familia, a sus hijos, a sus padres y a su esposo y esposa. Pero si es un discípulo genuino, su sentido de lealtad a la salvación que se halla solo en Cristo es tan profundo y de tan largo alcance que, si fuera necesario, dirá “no” a sus seres queridos por amor de Cristo.
Ruego a Dios que nunca tenga que tomar una decisión así, pero a lo mejor me toca un día. Usted tal vez tenga que hacerlo por haber confesado a Jesucristo, y eso ha sido un peso para su familia. Pero esa es la manera en que demostramos la realidad de nuestra conversión. El que dice: “No estoy dispuesto a hacer esa clase de sacrificio” no es genuino. Jesucristo dijo en Mateo 10:37: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí”. Usted no puede ser discípulo y recibir su salvación si su familia le importa más que Jesucristo.
Dispuesto A Morir
Solo una cosa es más capaz que la familia de desplazar a Cristo de su lugar debido en el corazón de un individuo y es el amor a su propia vida. Claro que se debe estar dispuesto a escoger a Cristo y perder a la familia, pero ¿estaría dispuesto a escoger a Cristo y perder su vida? Aquí estamos hablando muy en serio respecto a quién es cristiano.
En nuestro próximo blog, conforme aprendemos distintos aspectos de la verdad del señorío de Cristo, veremos el porqué de la iglesia.
(Adaptado de La verdad sobre el señorío de Cristo)