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Los incrédulos deberían temblar ante la inconmesurable santidad de Dios. La realidad de su pecado debería alarmarlos y afligirlos. Además, la obra redentora de Cristo debería conmoverlos hasta lo más profundo de sí mismos.
En conjunto, la verdad de esas doctrinas bíblicas debería provocar una pregunta apremiante en el corazón del pecador. Es la misma pregunta que atormentaba a los que escucharon el sermón de Pedro en el día de Pentecostés, los cuales: “Se compungieron de corazón, y dijeron …Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37).
La verdad del Evangelio demanda una respuesta por parte del pecador. La indiferencia pasiva no es una opción. Una de las dos: o los incrédulos rechazan la verdad del Evangelio continuando con sus vidas rebeldes o claman desesperadamente por la salvación que sólo se encuentra en Cristo.
Y así como es vital conocer los elementos del Evangelio, el pueblo de Dios necesita entender a detalle la respuesta al evangelio que Su Palabra demanda. La confusión respecto a este detalle—como a cualquier otro punto de la verdad evangélica—es un obstáculo significativo para los esfuerzos evangelísticos de la iglesia en la actualidad.
Las Escrituras no hacen mención de eventos en los que se llamaba a las personas a venir al frente, hacer una oración o firmar una tarjeta para ser salvos. De hecho, la Palabra de Dios nunca señala un evento aislado o una decisión emocional para la seguridad de la salvación. No existe base bíblica para ese tipo de regeneración por medio de una decisión. Es más, Jesús tampoco está golpeando a la puerta del corazón del pecador, esperando que lo deje entrar. Él no necesita la aceptación del hombre pecador—en realidad, ¡nosotros necesitamos la suya!
Al contrario, a través de las Escrituras podemos observar que el llamado del Evangelio al pecador es un mandato simple y conciso: arrepiéntete y cree. Si queremos proclamar el Evangelio con fidelidad y exactitud, nuestro mensaje debe culminar con un llamado a que el pecador ponga su fe en Cristo y se arrepienta de su pecado.
La Fe
La verdadera fe salvífica consiste en que el pecador reconozca su propia condición sin esperanza y confíe en Cristo como su substituto justo y sacrificial. Es decir, como el único medio posible para escapar de la justa ira de Dios.
El apóstol Pablo se refirió al evangelio como: “El poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16). En su comentario acerca de este pasaje, John MacArthur dice:
“La salvación no es una mera profesión verbal de ser cristiano, ni tampoco equivale al bautismo, la enmendación moral, la asistencia a la iglesia, el recibir los sacramentos o vivir una vida de autodisciplina y sacrificio. Por lo contrario, la salvación es creer en Jesucristo como Señor y Salvador. La salvación viene como resultado de renunciar a nuestra propia capacidad para hacer el bien, a nuestras obras, nuestro conocimiento y prudencia, para depositar nuestra confianza en la obra de Cristo, consumada y perfecta”[1]John MacArthur, Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: Romanos (Grand Rapids: Portavoz, 2010), 85..
No hay nada que los pecadores puedan hacer para tener una buena relación con Dios. Pablo lo dijo en Efesios 2:8-9: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (énfasis añadido). Dios no sólo proporciona los medios de salvación, sino que otorga la capacidad de aferrarse a esa salvación mediante la fe en Su Hijo.
Esa invitación a creer en el sacrificio sustitutivo de Cristo se repite en las palabras de los evangelistas del Nuevo Testamento. Cuando Jesús habló con Nicodemo, un erudito judío de alto rango, le dijo: “Para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Cuando el carcelero de Filipos clamó a Pablo y Silas: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:30-31). Pablo escribió que Dios es a la vez: “Justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:26). El propósito específico de Juan al escribir su evangelio fue: “Para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31).
La Palabra de Dios es clara: sin la fe en Cristo la salvación es imposible. Como declararon Pedro y Juan en el juicio ante el Sanedrín: “No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
El Arrepentimiento
Desde una perspectiva evangelística, es de vital importancia distinguir la verdadera fe salvífica de una simple afirmación mental. La fe no es simplemente un reconocimiento de Cristo; es una dependencia activa de Él, que se manifiesta en la vida del creyente en forma de arrepentimiento.
Las Escrituras a menudo se refieren a la fe y al arrepentimiento paralelamente, y ambos se corresponden estrechamente en la vida del creyente. Alejarse del pecado en arrepentimiento es la consecuencia natural de volverse a Cristo en fe.
Al mismo tiempo, existe una importante distinción entre ambos. En su libro El Evangelio Según Jesucristo, John MacArthur explica que el arrepentimiento nunca debe ser considerado como otra simple palabra para “creer”:
“La palabra griega para arrepentimiento es metanoia… Que literalmente significa ‘reflexión’ o ‘cambio de mente’. Sin embargo, su significado no acaba ahí, pues el uso de metanoia en el Nuevo Testamento siempre alude a un cambio de parecer y, específicamente, a un arrepentimiento del pecado. En el sentido en que Jesús lo usaba, el arrepentimiento requiere repudiar la vieja forma de vivir y acudir a Dios en busca de salvación.
“Un cambio de propósito así es lo que Pablo tenía en mente cuando explicaba el arrepentimiento a los tesalonicenses, diciendo: ‘Os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero’ (1 Tesalonicenses 1:9)”[2]John MacArthur, El Evangelio Según Jesucristo (El Paso: Mundo Hispano, 1991), 199-200..
A través de las Escrituras, vemos el llamado a arrepentirse del pecado y volverse a Dios. Cristo advirtió a sus seguidores de las consecuencias eternas de la rebelión pecaminosa, diciendo: “Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:5). Pablo concluyó su sermón en el Areópago con el mandato de arrepentirse a la luz del juicio de Dios diciendo: “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia” (Hechos 17:30-31).
Algunos argumentan que llamar a los pecadores a arrepentirse es añadir obras al Evangelio. Pero la Palabra de Dios es clara al decir que el verdadero arrepentimiento no puede surgir del alma no regenerada. Por el contrario, al igual que la fe, el arrepentimiento es un don de Dios (Hechos 11:18; 2 Timoteo 2:25).
Fe y Arrepentimiento
Es crucial que el evangelista bíblico comprenda y comunique claramente la relación vital entre la fe y el arrepentimiento, especialmente en el panorama teológico en el que vivimos.
A lo largo de la historia de la Iglesia, ha habido quienes han predicado un evangelio de creencia fácil y gracia barata—un evangelio que no requiere arrepentimiento por parte de los conversos. Ese pseudo-evangelio está prosperando en las iglesias de hoy, dando una falsa seguridad de fe a las personas que no tienen ningún interés en la obediencia, la pureza o la santificación. Esta noción antibíblica de la fe sin arrepentimiento sería cómica si no estuviera llevando trágicamente al infierno a hombres y mujeres que han sido engañados.
En el libro El Evangelio Según Jesucristo, John MacArthur explica la naturaleza correspondiente entre la fe verdadera y el arrepentimiento:
“Claramente, el concepto bíblico de fe es inseparable de la obediencia: ‘creer’ es tratado como sinónimo de ‘obedecer’ en Juan 3:36: ‘El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que desobedece al Hijo no verá la vida’. Hechos 6:7, muestra cómo se comprendía la salvación en la iglesia primitiva: ‘El número de los discípulos se multiplicaba… obedecían a la fe’. La obediencia está tan estrechamente relacionada con la fe salvadora que Hebreos 5:9 la usa como sinónimo: ‘habiendo sido perfeccionado, llegó a ser Autor de eterna salvación para todos los que le obedecen’.
“La obediencia es la manifestación inevitable de la verdadera fe. Pablo reconoció esto cuando escribió a Tito: ‘los impuros e incrédulos. Profesan conocer a Dios, pero con sus hechos lo niegan’ (Tito 1:15, 16). Para él esta desobediencia continua era prueba de su incredulidad, pues sus actos negaban a Dios con voces más fuerte que la de las palabras con que lo proclamaban. Esto es característico de la incredulidad, no de la fe, porque la verdadera fe siempre incorpora las buenas obras. A los reformadores les gustaba decir que la fe sola trae salvación, pero la fe que trae salvación nunca está sola”[3]El Evangelio Según Jesucristo, 212..
El testimonio bíblico es claro. El llamado del evangelio es un llamado a creer y arrepentirse. No se puede tener una sin la otra y no se puede hacer ninguna sin que Dios nos capacite para responder apropiadamente.
Si hemos de proclamar fielmente el mensaje de salvación, debemos establecer el problema de la santidad de Dios en contraste con la depravación del hombre. Debemos presentar la solución a ese problema humanamente insuperable predicando la vida, muerte y resurrección del Señor Jesucristo. Es en ese momento cuando debemos exhortar a la persona a arrepentirse y creer, y dejar la obra milagrosa de la conversión en las manos soberanas de Dios.