Dos veces en Efesios 2:1–10 Pablo repite la frase “por gracia sois salvos” (vv. 5, 8). Eso, en pocas palabras, es todo el tema del pasaje y un resumen adecuado del evangelio según Pablo. ¿Se ha dado cuenta de que la gracia de Dios domina cada tema en cada contexto en que el apóstol Pablo explica el evangelio? No es de extrañar. La gracia es la fuente de la que fluyen todos los demás elementos de nuestra salvación. Spurgeon escribió:
“Puesto que Dios es clemente, los pecadores son perdonados, convertidos, purificados y salvados. No son salvados debido a que hubiere algo en ellos, o que pudiere hallarse algo en ellos jamás, sino gracias al ilimitado amor, a la bondad, a la piedad, a la compasión, a la misericordia y a la gracia de Dios. Entonces, deténganse un momento en el manantial. Contemplen el rio limpio del agua de vida al momento de brotar del trono de Dios y del Cordero. ¡Cuán grande abismo es la gracia de Dios! ¿Quién podría sondarlo?”[1]Charles Haddon Spurgeon, ¿Qué es la Fe? ¿Cómo se Obtiene?. Sermón No.1609 en El Pulpito del Tabernaculo Metropolitano, Tran. Allan Roman..
Si hay una verdad que surja claramente de Efesios 2 es el hecho de que nuestra salvación no se gana o se merece en grado alguno. La salvación no es una recompensa por algo bueno que Dios detecta en el pecador. Es precisamente lo contrario. Él entrega libremente su amor redentor a pecadores que merecen una condenación total. Esa, como usted ya sabe, es la definición misma de gracia.
“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida” (vv. 4, 5). La gracia de Dios es la causa que origina la regeneración; la fe del pecador es el efecto inmediato.
Desgraciadamente, muchos cristianos piensan y hablan como si esto funcionara al revés, como si un acto voluntario de fe del pecador fuera el factor determinante que permite que Dios otorgue Su gracia salvífica. En otras palabras, piensan que la fe es la causa y la regeneración es el efecto.
Aquí en Efesios 2, el apóstol Pablo está diciendo precisamente lo contrario. Se trata de la primacía de la gracia de Dios como la raíz del despertar espiritual del pecador. El punto de Pablo no es oscuro en modo alguno: la persona que está espiritualmente muerta no tiene capacidad para ejercer la fe.
Para expresar este punto con otras palabras, la desesperanza de la depravación humana explica por qué es absolutamente necesaria la gracia divina. También nos apunta a las verdades de la soberanía de Dios y la doctrina de la elección. Si Dios no interviniera para salvar a Sus elegidos, nadie podría ser salvo. Los cadáveres no resucitan solos.
Muchos cristianos retroceden ante el lenguaje y el concepto de la elección divina, pero la doctrina es absolutamente bíblica. Las Escrituras se refieren a los creyentes como “escogidos de Dios” (Col. 3:12; Lc. 18:7; Ro. 8:33). Los elegidos son escogidos, no —como muchos suponen— porque Dios mire a los corredores del tiempo para predestinar quién podría ser digno de Su favor. Más bien, ellos son “predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su [propia] voluntad” (Ef. 1:11). Pablo señala específicamente al propósito libre y soberano de Dios mismo como respuesta a la pregunta de cómo son escogidos los elegidos. Él dice que Dios “habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (v. 5).
Si el propio libre albedrío del pecador en vez de la gracia electora de Dios fuera el factor determinante en la salvación, nadie sería salvo jamás. “Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Ro. 9:16). Por eso, cuando Lucas registró la conversión de los gentiles en Antioquía de Pisidia, no dijo que los que creyeron fueron por tanto ordenados para vida eterna. En su lugar, escribió: “Todos los que estaban ordenados para vida eterna creyeron” (Hch. 13:48). Repetidamente, la Palabra de Dios nos dice que la fuente y la razón para la regeneración es puramente la gracia de Dios, no la propia fe del pecador. No debemos confundir el efecto con la causa.
Quienes batallan con la doctrina de la elección y el principio de la soberanía divina aún no han pensado lo suficiente en el horror de la depravación humana y lo que significa estar “muertos en nuestros delitos y pecados”. Solamente Dios podría rescatar a un pecador de esa condición y después elevar a esa persona a un lugar de privilegio en los lugares celestiales. ¿Quién más podría haber logrado esto? A fin de cuentas, la resurrección y el renacimiento de un alma espiritualmente muerta:
“Es una creación. ¿Quién puede crear sino aquel que habló y fue hecho? Es una resurrección. ¿Quién sino Dios puede resucitar a los muertos?... El alma resucitada después es iluminada, y ¿quién sino aquel que ordenó que brillara la luz de las tinieblas podría brillar en nuestra mente, ‘para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo’ (2 Corintios 4:6)?[2]William Paxton, “Salvation as a Work”, en Princeton Sermons (Nueva York: Revell, 1893), p. 83..
Sería imposible enfatizar demasiado la importancia de la gracia divina en la salvación de los pecadores. De nuevo, cada aspecto de la salvación, comenzando por la regeneración e incluyendo la fe del pecador y sus buenas obras, todo ello, es puramente por gracia. Se hace por nosotros gratuitamente, “pues es don de Dios, no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8, 9). La gracia de Dios no solamente nos sitúa de inicio en el camino hacia la salvación y nos deja ahí para que terminemos el proyecto. Desde nuestra predestinación en la eternidad pasada, a lo largo de nuestro llamado y justificación en esta vida, todo el tiempo hasta el futuro infinito de la gloria eterna, Dios garantiza soberanamente el triunfo de Su gracia en cada etapa de nuestra salvación (Ro. 8:29, 30). “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (v. 31).
No perdamos de vista la realidad de que si recibiésemos lo que merecemos, habríamos sido condenados para toda la eternidad; sin embargo, Dios no solo concede a los creyentes un indulto del juicio que merecemos, sino que los exalta hasta una posición incomprensible en Cristo. Este no es un beneficio temporal, sino una bendición eterna, hecha “para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Ef. 2:7). Dios ciertamente “es rico en misericordia” hacia los pecadores (v. 4).
Piense en eso cuando oiga el himno “Sublime Gracia”. La gracia de Dios es muchísimo más maravillosa de lo que usted podría imaginar con una mente finita. La palabra en español rico que aparece en Efesios 2:4 solo es una pizca del sentido del original. La palabra en verdad sugiere una riqueza espectacular y sobreabundante. (La forma nominal de esa misma palabra se usa en el versículo 7 con un modificador superlativo que acentúa la abundante grandeza, “abundantes riquezas” de la gracia divina). La verdad es que ningún lenguaje humano podría expresar adecuadamente el concepto. La gracia sin duda es asombrosa. Dios salva a pecadores indignos para honrarlos para siempre “en Cristo Jesús”.
(Adaptado de El Evangelio Según Pablo )