El legalismo es más difícil de evitar de lo que usted piensa. No asuma que no es un legalista sólo porque no está tratando labrar su camino al cielo. No es así de simple.
Como vimos la última vez, los fariseos creían que podían cumplir la ley mosaica con sus propios esfuerzos. Pero eso no era todo lo que su legalismo significaba. También tomaron elementos simples de la ley de Dios y los enterraron bajo una montaña de leyes insignificantes. El pastor John MacArthur explicó:
“Fue Dios quien definió el día de reposo en Génesis 2:3, al cesar por completo la obra de la creación. Y así, el día de reposo pasó a referirse a ese día en que la gente dejaba de trabajar. Eso es todo lo que dice el Antiguo Testamento. Simplemente dice que no se debe trabajar…
“Pero los hipócritas fariseos y escribas habían desarrollado todo tipo de cosas para hacer que el día de reposo fuera peor que cualquier otro día debido a sus increíbles restricciones…
“No se podía viajar más de tres mil pies. Algunos dicen que usted no podía dar más de mil novecientos noventa y nueve pasos; si usted daba dos mil pasos, usted había violado el día de reposo. Éste comenzaba desde el viernes, al ponerse el sol, y terminaba al anochecer…
“No se podía llevar ninguna carga que pesara más que un higo seco o medio higo llevado dos veces… Si usted lazaba un objeto al aire y lo atrapaba con la otra mano, era pecado. Pero si lo atrapaba con la misma mano, no lo era. Si una persona estaba en un lugar y extendía el brazo para coger comida, y el día de reposo empezaba, tenía que soltar la comida y no volver el brazo o estaría llevando una carga; y eso sería pecado. Un sastre no podía llevar su aguja. El escriba no podía llevar su pluma. Un alumno no podría cargar sus libros… La lana no se podía teñir. Nada se podía vender. Nada se podía comprar. Nada podía lavarse. No se podía enviar una carta… No se podía encender fuego. El agua fría podía verterse sobre la caliente, pero la caliente no podía verterse sobre la fría. Y así sucesivamente”[1]John MacArthur, Jesus Is Lord of the Sabbath, Part 1, https://www.gty.org/library/sermons-library/41-11..
La costumbre de los fariseos de promulgar leyes tan absurdamente detalladas provocó una fuerte amonestación del Señor. Basándose en Isaías 29:13, Jesús rechazo a su agobiante sistema legal: “En vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres” (Marcos 7:7).
Afortunadamente, no tenemos que vivir bajo la opresiva exigencia de las reglas farisaicas. Sin embargo, muchos cristianos viven sus vidas en la esclavitud de una cepa similar de legalismo, una en la que su identidad cristiana se define en gran medida por las reglas hechas por el hombre.
Ese fue ciertamente el caso de mis primeras experiencias como nuevo creyente. La iglesia a la que asistía tenía sus raíces en el movimiento de santidad, y el pastor era ciertamente de la vieja escuela. Él creía que la salvación se obtenía únicamente por medio de la gracia de Dios, pero conservarla era algo totalmente distinto.
Mi formación temprana como cristiano giraba principalmente en torno a lo que no debía hacer. Tomar bebidas alcohólicas, apostar, bailar y acercarme al sexo opuesto eran tabúes estrictos. Mantener ese código de conducta me convirtió en un miembro de buena reputación de mi congregación local. Reconozco que seguir esas normas me evitó muchos problemas personales en mi juventud. Pero tratar de vivir esas prohibiciones fue perjudicial para mi teología: desarrollé una visión invertida de la santificación, creyendo que las buenas obras eran el requisito y no el fruto natural de la regeneración espiritual.
Ese tipo de santificación conductista se ha convertido en sinónimo del movimiento fundamentalista en los Estados Unidos. Es lamentable, porque el fundamentalismo tiene orígenes mucho más nobles. Fue el baluarte contra la teología liberal que invadió los Estados Unidos un siglo después de destruir las iglesias protestantes en Europa.
Lamentablemente, casi inmediatamente después de su mayor triunfo, el movimiento fundamentalista comenzó a dividirse y a transformarse en un animal completamente diferente. Una parte del movimiento comenzó a ir en pos de la credibilidad académica hasta un grado enfermizo y comprometedor. La otra parte reaccionó de forma exagerada, rechazando por completo la erudición bíblica seria y centrándose en cuestiones de comportamiento y apariencia externos.
Hoy en día, la mayoría de los cristianos se burla de los fundamentalistas tildándolos de legalistas y el mundo incrédulo, los considera aguafiestas. Ese es un resultado trágico para un movimiento por el que todavía siento un gran afecto, con fundadores a los que considero mis antepasados espirituales.
No obstante, la trayectoria del fundamentalismo nos proporciona una poderosa lección sobre los peligros del sigiloso legalismo. La identidad espiritual no debe estar ligada al comportamiento o a la apariencia externos. Sin embargo, eso es lo que vemos cada vez que pasamos por una comunidad amish. Es lo que oímos cada vez que un Adventista del Séptimo Día nos amonesta sobre el culto dominical. Y es lo que mostramos cada vez que empezamos a legitimar nuestro cristianismo basándonos en las cosas que hacemos o dejamos de hacer.
¿Significa esto que no debemos preocuparnos por la justicia externa? En palabras del apóstol Pablo: “En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6:2). Nuestro crecimiento en santidad le importa a Dios. Pero como dije antes, nuestra santificación es el resultado de la verdadera conversión, no la garantía. Eso no quiere decir que la santidad ocurra pasivamente, sino que cuando usted “se ocupa en su salvación” (Filipenses 2:12) sólo puede hacerlo porque Dios “produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13). Él dice: “buena voluntad” y no “nuestro autocontrol”; si nuestras buenas obras sólo surgen a través de nuestros propios esfuerzos, bien pueden apuntar a un corazón que aún no ha sido regenerado por el Espíritu Santo.
Ezequiel señala maravillosamente la justicia externa que se manifiesta en las vidas de aquellos que son transformados internamente por el Espíritu Santo: “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:27). Debemos dar gloria a Dios incluso por las cosas buenas que hacemos. Como sostiene John MacArthur, la justificación no es donde termina la obra de Dios, sino donde comienza:
“Los que argumentan en contra del señorío de la salvación con frecuencia basan su teología en la suposición errónea de que la obra de Dios en la salvación se detiene con la justificación. El resto, creen muchos, es únicamente el propio esfuerzo del creyente: la santificación, obediencia, entrega y todos los aspectos del discipulado se dejan en sus manos para hacerlos o no según su propio criterio. Por lo tanto, mientras pregonan la salvación por medio de la gracia aparte de las obras, en realidad han establecido un sistema que es casi totalmente dependiente de las obras humanas para cualquier grado de justicia práctica.
“Afortunadamente, el evangelio según Jesucristo no abandona a los creyentes a sus propios méritos. La justificación gloriosa de la que nuestro Señor habló es solo el comienzo de la vida abundante que él prometió (ver Juan 10:10): “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Juan 7:38). La salvación que él prometió no solo nos da justificación, sino también santificación, unión con Él, la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida y una eternidad de bendición”[2]John MacArthur, El Evangelio Según Jesucristo, 223-4..
Dios es el autor de nuestra salvación y la fuente de poder para una vida transformada. La verdadera libertad de las cadenas del legalismo nos espera a los que encontramos nuestra identidad y valor cristianos no en lo que hacemos o dejamos de hacer, sino en Aquel a quien le pertenecemos. En otras palabras, nuestra posición en Cristo es un indicador mucho más fiable de nuestro estado espiritual que nuestro comportamiento.