by
La canción “Jesús es la respuesta” siempre me ha resultado problemática por la sencilla razón de que nunca nos aclara cuál es la pregunta. En muchos sentidos, esta canción tan popular de Andraé Crouch es emblemática como muchas de las estrategias evangelísticas modernas, en las que el predicador en su prisa por alcanzar la cruz se salta los detalles indispensables.
En el mejor de los casos, esa estrategia es confusa, pues deja que el incrédulo descubra por sí mismo la razón por la que Jesús tuvo que vivir, morir y resucitar. En el peor de los casos, es francamente peligroso, especialmente cuando se considera que los incrédulos creen que sus problemas más graves son la infelicidad, las dificultades y el victimismo. Si los pecadores entienden la cruz simplemente como el remedio a estos problemas temporales, realmente no han entendido el evangelio en absoluto.
Una comprensión bíblica de Cristo es fundamental para el evangelio, pero es el lugar equivocado para empezar. Sin entender primero la santidad absoluta de Dios y la depravación total del hombre pecador, la persona y la obra de Cristo no tienen sentido.
Hasta que el pecador no comprenda el abismo infinito entre la santidad de Dios y la culpabilidad del hombre, no puede apreciar adecuadamente su necesidad de la redención que solo Cristo proporciona. La evangelización poderosa hace que el inmenso peso de esas verdades asombrosas recaiga sobre el incrédulo para llevarlo a invocar al Salvador.
La salvación que Cristo brinda no tiene sentido para el pecador que no entiende su propio pecado. En lugar de ofrecer a Cristo demasiado pronto como remedio a las pruebas temporales y a las preocupaciones de este mundo, tenemos que ayudarle a ver el precio eterno de su pecado y rebelión. Tenemos que cultivar en él la convicción del ladrón en la cruz, que confesó que “a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos” (Lucas 23:41). Esta es un alma que está lista para escuchar acerca de Jesús y el valor infinito de Su vida, muerte y resurrección.
Una Vida Sustitutiva
¿Alguna vez se ha preguntado por qué el Salvador tuvo que vivir treinta y tres años en la tierra antes de expiar nuestros pecados? ¿Por qué no vino como adulto y se dirigió directamente a la cruz? La respuesta a esa pregunta se encuentra en Gálatas 4:3-5:
“Así también nosotros, cuando éramos niños, estábamos en esclavitud bajo los rudimentos del mundo. Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos”.
Comentando sobre la expresión de que Cristo "naciera bajo la Ley", John MacArthur explica:
“Jesús no solo vino a la tierra como hombre, sino que también nació bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley. Como Pablo explica en Romanos: ‘Lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condeno al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros’ (Rom. 8:3-4).
“Como cualquier otro hombre, Jesús nació bajo la ley. Como cualquier otro judío, estaba obligado bajo la ley escrita de Dios para obedecerla y ser juzgado conforme a ella. Sin embargo, a diferencia de cualquier otro judío, Él satisfizo los requisitos de la ley del Antiguo Testamento al llevar una vida de obediencia perfecta a la ley divina. Además, por cuanto Él vivió en obediencia perfecta tuvo la capacidad necesaria para que redimiese a todos los demás hombres que estaban bajo la ley, pero no eran obedientes a ella, con la única condición de que tuviesen fe en Él para salvación”[1]John MacArthur, Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: Gálatas (Grand Rapids: Portavoz, 2010), 143..
El Nuevo Testamento no deja la ley del Antiguo Pacto como un proyecto fracasado y abandonado. La Ley de Dios—Sus justos estatutos y mandamientos—exponen nuestra culpabilidad y necesidad de una justicia ajena (Gálatas 3:23-24). Así como el pecado original de Adán fue representativo para todos sus descendientes, la vida justa de Cristo es representativa para todos Sus elegidos (Romanos 5:19).
La misión de toda la vida de Cristo hasta el Calvario fue cumplir la Ley de Dios en favor de Su pueblo pecador. Por eso le dijo a Juan el Bautista que era necesario que Él "cumpliera toda justicia" (Mateo 3:15) y predicó que Él "no había venido a abolir, sino a cumplir" la Ley (Mateo 5:17).
Pero la vida justa de Cristo aún debe aplicarse a las personas que Él representa. Se necesita un pago satisfactorio para hacer frente a nuestra inmensa culpabilidad, y eso es exactamente lo que ocurrió en la cruz.
Una Muerte Sustitutiva
Ningún versículo resume mejor la transacción realizada en el Calvario que 2 Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. John MacArthur extrae profundas riquezas de este texto:
“El beneficio de que Dios impute los pecados de los creyentes a Cristo junto con Su justicia, es como estos llegan a ser justos ante Él. El creyente es ‘hallado en él, no teniendo [su] propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe’ (Fil. 3:9). La justicia que Dios exige antes de que pueda aceptar al pecador es la misma justicia que Él provee…
“Dios trató a Jesús en la cruz como si hubiese llevado nuestra vida con todo nuestro pecado, para que ahora Dios pueda tratarnos como si hubiéramos llevado la vida de Cristo en santidad pura. Nuestra vida de iniquidad se atribuyó a Él en la cruz, como si Él hubiera vivido así, para que su vida justa pudiera acreditarse a nosotros, como si la hubiéramos vivido. Tal es la doctrina de la justificación por imputación; el punto culminante del evangelio. Tal verdad, expresada tan concisa y poderosamente en este texto, es la única cura contra la plaga del pecado”[2]John MacArthur, Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: 2 Corintios (Grand Rapids: Portavoz, 2015), 212-13..
La muerte expiatoria de Cristo proporciona una perfecta armonía entre la inflexible justicia de Dios y la rica misericordia que en Su gracia, Él extiende hacia los pecadores. El calvario nunca ha consistido en que Dios nos dé una segunda oportunidad después de nuestro fracaso inicial. Dios no puede ser persuadido a la indulgencia y a ignorar nuestros crímenes. Su ira debe ser satisfecha.
Nunca debemos olvidar que la cruz estaba destinada para nosotros. La ira de Dios, que apuntaba directamente a nosotros, fue sufrida por nuestro justo sustituto, que fue colgado en nuestro lugar, “a fin de que él sea el justo, y el que justifica” (Romanos 3:26). Ahora Dios puede mostrar misericordia hacia los pecadores que creen sin violar Su justicia. Su ira contra ellos ha sido satisfecha en Su perfecto sustituto. Dios es al mismo tiempo perfectamente justo y gloriosamente misericordioso.
Una Resurrección Garantizada
Aunque la historia de la redención alcanza su clímax en la cruz, no termina ahí. El apóstol Pablo dijo que la predicación del Evangelio está vacía sin la proclamación de la resurrección de Cristo:
“Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe” (1 Corintios 15:12-14).
Nuestra predicación no tiene sentido y nuestra eternidad está condenada sin la resurrección. Esto se debe a que nuestra propia resurrección futura depende de la realidad de que Cristo resucitó de entre los muertos.
El hecho histórico de la resurrección tiene profundas implicaciones para todos los que están unidos a Él mediante el arrepentimiento y la fe. Cuando Pablo dice que Cristo: “Resucitó para nuestra justificación” (Romanos 4:25), nos recuerda a los creyentes que la resurrección de Cristo es la evidencia de que Dios Padre quedó satisfecho con Su pago por nuestros pecados. La resurrección es la declaración de Dios de que Cristo es precisamente quien dijo ser (Romanos 1:4). Esa seguridad también nos proporciona la certeza de nuestra propia resurrección futura de entre los muertos.
“Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida” (1 Corintios 15:20-23).
John MacArthur profundiza en lo que significa que “en Cristo todos serán vivificados”:
“Del mismo modo que Adán era el progenitor de todos los que mueren, Cristo es el progenitor de todos los que resucitarán para vida. En cualquier caso, la acción de un hombre causó que las consecuencias de ese acto se aplicaran a toda persona identificada con Él… Los que están identificados con Cristo…Están sujetos a la resurrección para vida eterna por causa de la obediencia de Cristo” [3]John MacArthur, Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: 1 Corintios (Grand Rapids: Portavoz, 2015), 481..
Predicando a Cristo
Andraé Crouch tenía razón cuando dijo que Jesús es la respuesta. Pero el evangelista debe ayudar primero al pecador a hacerse la pregunta correcta antes de ofrecerle la solución. Se debe predicar a Cristo cuando el pecador contempla la ira de Dios, procura el perdón de Dios y busca al Salvador. Y cuando proclamamos la persona y la obra de Cristo debemos incluir las tres facetas de Su ministerio terrenal. En primer lugar, Su cumplimiento de la Ley como sustituto de los pecadores que la quebrantaron. Segundo, el castigo que sufrió como sustituto de los pecadores que lo merecían. Y tercero, Su resurrección literal que asegura nuestra futura resurrección corporal.
Sin embargo, debemos recordar que no todos los pecadores experimentan los profundos beneficios eternos de la vida, muerte y resurrección de Cristo. La obra consumada de Cristo demanda algo de todos los que escuchan su predicación. Entonces, ¿cuáles son estas expectativas? ¿Cómo deberían responder los pecadores al Evangelio? La respuesta es simple: arrepintiéndose de sus pecados y con fe en Cristo. En nuestro próximo blog consideraremos esos requisitos del evangelio.