Después de haber escuchado a Jesús decir que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios (Mt. 19:23–24), los discípulos quedaron sorprendidos e hicieron la pregunta: “¿Quién, pues, podrá ser salvo?” (Mt.19:25). Esa es la pregunta que hemos estado contestando en esta serie.
En efecto, Jesús les miró y les dijo: “Creo que han captado el mensaje. Para los hombres es imposible, pero para Dios todas las cosas son posibles” (Mt.19:26).
Nadie, en ningún momento, podría salvarse por sus propios méritos. Eso solo es posible con Dios. No disponemos de los recursos por nuestra cuenta. No podemos hacerlo. Por eso debemos estar dispuestos a confiar en la misericordia de Dios.
El hombre rico quería aprovecharse de su situación, trayendo consigo su bagaje de materialismo, pero no podía hacerlo con semejante carga porque en lugar de ser una ayuda, era una maldición.
La única manera de que alguien entre en el reino es reconociendo que no puede hacerlo por sí mismo, cuando se despoja de todo y vuelve a Mateo 5:3 quebrantado en espíritu, llorando, con hambre y sed de una justicia que nunca podrá alcanzar por sí mismo.
La mayoría de las personas no quieren cumplir esas condiciones, quieren llegar al cielo por su propio camino. Quieren subirse al carro trayendo consigo todas sus cargas. Son la clase de personas que van de viaje llevando cuatro maletas: su mundanalidad, el pecado, a Satanás y a ellos mismos. Están diciendo: “Jesús: quiero la felicidad que me vas a dar, quiero mantenerme alejado del infierno. ¡Aquí voy!”. Pero no sueltan ninguna de sus maletas.
Por cierto, hay un camino para estas personas. En Mateo 7:13, los discípulos junto con la multitud, posiblemente se estaban diciendo a sí mismos: “Con esta clase de normas, ¿quién cumple los requisitos?”. Jesús dijo: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella”.
¿Por qué? Porque usted puede pasar por ella con todo su equipaje. Es una puerta muy ancha. Llévese todo el equipaje que usted quiera, todas sus obras, toda su justicia, su “lo haré a mi manera” y su enfoque de “quiero a Jesús, pero también quiero las demás cosas”. El versículo 14 dice: “Estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan”.
¿Alguna vez ha intentado pasar con cuatro maletas por un torniquete? Tiene que soltar todo su equipaje para poder pasar con las manos vacías. El camino ancho que lleva a la destrucción no está señalizado como “Camino al infierno”. Todo lo contrario, está engañosamente señalizado como “Camino al cielo”. Muchos están siguiendo este camino porque es ancho y no tienen que dejar nada atrás. No tienen que vivir de manera diferente o pensar de manera distinta. ¡No tienen que hacer nada! Todo lo que tienen que hacer es decir: “He tomado una decisión”; “he sido bautizado”; “me acerqué al altar”; “pasé al frente”; “puse mi firma en la tarjeta” o “cuando era niño mi madre me ayudó”.
El asunto es que hacerlo de cualquiera de estas maneras es seguir el camino equivocado que lleva a la destrucción. Y lo más triste del caso es que muchos están siguiendo este camino y no se dan cuenta de que es el camino equivocado.
No es que las decisiones o los bautismos sean algo malo, ya que Dios ha ordenado que se lleven a cabo. Pero con frecuencia, esos actos se realizan de forma rutinaria. Entonces, no existe una conversión genuina del corazón. Los mismos “muchos” en el camino ancho son aquellos que escucharán de los labios de Jesús: “Nunca os conocí; apartaos de mí hacedores de maldad” (Mt. 7:23; véase también 25:41).
Algunos han tomado “decisiones” pero nunca han cortado la cuerda que les unía al mundo. Nunca han renunciado a su malvada manera de vivir y siguen pensando que esa decisión o esa experiencia es suficiente. Están siguiendo el camino ancho y algún día llegarán a la puerta del cielo y descubrirán, según dijo John Bunyan, que hay una entrada al infierno desde los portales del cielo. Ese camino es fácil y hay muchas personas vendiendo entradas para ese camino.
Cuídese de los falsos profetas. Jesús dijo:
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mt. 7:21–23).
Seguir el camino ancho en lugar del estrecho es estar condenados, tal y como lo ilustró nuestro Señor en la imagen de los dos cimientos. Las dos casas daban la impresión de poseer la misma estructura, pero sus fundamentos eran diferentes. Una casa se mantuvo firme, pero la otra se derrumbó. Muchos en el camino ancho están construyendo una casa sin Cristo como el fundamento. Sus propias obras demostrarán ser arena (Véase Mt. 7:24–27).
Este es un pensamiento vívido de la paciencia de Dios y del juicio venidero, de lo cual continuaremos hablando la próxima semana.
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(Adaptado de El único camino a la felicidad)