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¿Cuál debería ser su prioridad máxima en la vida?
El salmista responde a esa pregunta con un llamado sincero a adorar a nuestro Creador: “Dad a Jehová la gloria debida a su nombre; adorad a Jehová en la hermosura de la santidad” (Sal. 29:2). Ese es el deber supremo de toda persona, tanto en el tiempo como en la eternidad: honrar, adorar, deleitarse, glorificar y disfrutar de Dios por encima de toda Su creación, ya que Él es digno de ser adorado.
Mi propio corazón ha sido perseguido insistentemente por el león de la adoración a lo largo de los años, mientras recorría las páginas de las Escrituras. Mi mente ha sido cautivada repetidamente por la impresionante majestad de Aquel a quien adoramos, por la gloria inefable de Su perfecta santidad y por la patética realidad de lo lejos que estamos habitualmente de darle el honor que se merece.
Sé que la historia redentora avanza por un camino muy estrecho que algún día se ensanchará hasta convertirse en lo que Isaías llama “Camino de Santidad”. Allí, “los rescatados del SEÑOR” adorarán para siempre con “gritos de júbilo” y “alegría eterna sobre sus cabezas” (Is. 35:8‒10, NBLA). Anhelo ese día y quiero saborearlo incluso ahora. Ese debería ser el deseo del corazón de todo creyente.
En mi ministerio, siempre he anhelado llevar a las personas a un encuentro personal con la majestad de nuestro Dios santo. Pero durante años no logré comprender plenamente qué era la adoración y cómo debía llevarse a cabo. Frustrado por mis propios fracasos en la adoración, y con una profunda y creciente preocupación por una iglesia contemporánea que parecía saber tan poco como yo sobre la verdadera adoración, busqué una mejor comprensión del mensaje de la Biblia sobre el tema.
Una de las primeras cosas que descubrí es que la adoración auténtica no es una actividad estrictamente definida y relegada al servicio religioso del domingo por la mañana, ni restringida a un solo momento y lugar, para el caso. La adoración es cualquier expresión esencial de servicio rendido a Dios por un alma que lo ama por lo que es. Por lo tanto, la adoración verdadera debe ser la actividad incesante de todo creyente y el objetivo del ejercicio debe ser agradar a Dios, no simplemente entretener al adorador.
En enero de 1982, mientras predicaba Juan 4, me di cuenta de que yo debía perseguir al león y no al revés. Fue un punto de inflexión significativo en mi ministerio y en la vida de nuestra iglesia. La nueva conciencia de que la adoración incesante debía ser la prioridad máxima de todo cristiano revitalizó a nuestra gente.
Anhelo ver estas verdades liberadas en la cosmovisión de cada cristiano evangélico. Una comprensión sólida y bíblica de la adoración verdadera sería el antídoto perfecto para la mentalidad pragmática, impulsada por programas y obsesionada con la prosperidad que tantas iglesias evangélicas cultivan ahora. Al esforzarse tanto por satisfacer las necesidades humanas, satisfacer los deseos humanos, manipular las emociones humanas y masajear el ego humano, la iglesia parece haber perdido de vista lo que se supone que es la adoración. La iglesia típica de hoy en día practica en realidad una especie de religión populista que se basa en el amor propio, la autoestima, la realización personal y la vana gloria. Todas esas cosas alejan a las personas de la verdadera adoración.
Hoy en día parece haber poca preocupación por adorar a nuestro glorioso Dios en Sus propios términos. En un extremo del espectro, la “adoración” parece significar poco más que una liturgia rutinaria en un entorno rígido y sofocante, con vidrieras y música de órgano. En el otro extremo, la “adoración” pretende ser lo más informal y relajada posible, reflejando una familiaridad fácil con Dios que no se ajusta a Su trascendente majestad. Este tipo de “adoración” parece tener como objetivo principal hacer que los pecadores se sientan cómodos con Dios, purgando de nuestros pensamientos cualquier cosa como el temor, el temblor, la reverencia o la profunda verdad bíblica.
En la mente de muchos evangélicos contemporáneos, la palabra adoración significa la parte musical del orden del servicio, en contraposición al sermón o la ofrenda. El músico principal se denomina “líder de adoración” para distinguirlo del pastor (cuya función aparentemente se percibe como algo distinto a guiar a las personas en la adoración).
La música es, por supuesto, un medio maravilloso para la adoración. Pero la verdadera adoración es más que solo música, y la música, incluso la música cristiana, no es necesariamente adoración auténtica. La música puede ser un instrumento para expresar la adoración, pero hay otras disciplinas espirituales que se acercan más a la esencia de la adoración pura, como la oración, la ofrenda, la acción de gracias y al escuchar la Palabra de Dios tal como se proclama y se expone. Es significativo que Jesús hablara de la verdad, y no de la música, como la marca distintiva de la verdadera adoración (Jn. 4:23‒24).
Sin embargo, muchas personas no sienten que han adorado en absoluto hasta que han sido arrastrados a un estado de trance de pasión nebulosa, normalmente por una serie de coros. Por eso, tantas canciones escritas para cantar en la iglesia son largas y repetitivas, y se cantan deliberadamente en un orden determinado para que el tempo, el ritmo y el volumen alcancen un clímax impresionante.
Muchos consideran que ese crescendo conmovedor es la esencia misma de la adoración. La sensación asociada a tal éxtasis emocional se considera a veces incluso más importante que lo que estamos cantando. El contenido veraz de la letra pasa a un segundo plano frente al dramatismo de la interpretación. Conozco una iglesia que comienza cada servicio con una banda de rock que toca canciones seculares a todo volumen; insisten en que esta práctica es una forma legítima de adoración porque carga el ambiente de emociones mucho mejor que los himnos clásicos.
En muchas iglesias, prácticamente todos los aspectos de la reunión colectiva se han rediseñado de manera similar para adaptarse a las preferencias de las personas que no asisten a la iglesia. El objetivo es atraerlas, entretenerlas, impresionarlas y hacerlas sentir bien consigo mismas. Es todo lo contrario a la adoración auténtica.
El declive de la adoración verdadera en las iglesias evangélicas es una señal preocupante. Refleja un desprecio hacia Dios y una apatía pecaminosa hacia Su verdad entre el pueblo de Dios. Los evangélicos han estado jugando a una búsqueda de lo trivial de la cultura pop durante décadas y, como resultado, el movimiento evangélico ha perdido casi por completo de vista la gloria y la grandeza de Aquel a quien adoramos.
Quizás aún más inquietante es que el deplorable estado de la adoración en las iglesias evangélicas revela la ausencia de verdadera reverencia y devoción en la vida privada de innumerables miembros de la iglesia. Después de todo, la adoración colectiva debería ser el rebosamiento natural de vidas que adoran juntas en comunión.
En los próximos días, buscaremos en las páginas de la Escritura para determinar qué es la verdadera adoración bíblica y qué no lo es.
Por lo tanto, esta serie de blogs es un llamado a la adoración personal del Dios tres veces santo. Es un llamado a un tipo de vida radicalmente diferente por parte del creyente: a una forma de vida que busca adorar a Dios continuamente, no solo los domingos. El llamado es nuevo en el sentido de que los cristianos de nuestro tiempo generalmente han pasado por alto el énfasis de Dios. El llamado es antiguo en el sentido de que repite la invitación del salmista:
“Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor. Porque él es nuestro Dios; nosotros el pueblo de su prado, y ovejas de su mano” (Sal. 95:6‒7).
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(Adaptado de Adorar: ¡La máxima prioridad!)
