¿Por qué Jesús tuvo que hacerse hombre? ¿No podría Él, en Su omnipotencia, haber logrado nuestra redención sin dejar el cielo? La respuesta a estas preguntas la encontramos en la obra sacerdotal de Cristo.
Un sacerdote tiene que participar de la naturaleza de las personas por las que oficia. Un verdadero sumo sacerdote, por lo tanto, tenía que ser “tomado de entre los hombres”, es decir, tenía que ser un hombre. Dios no escogió ángeles para ser sacerdotes. Los ángeles no tienen la naturaleza de los hombres. No pueden entender verdaderamente a los hombres, y no tienen comunicación abierta con los hombres. Solo un hombre podía estar sujeto a las tentaciones de los hombres, podía experimentar el sufrimiento como los hombres, y por lo tanto ser capaz de ministrar a los hombres de una manera comprensiva y misericordiosa. Solo un hombre podría ministrar correctamente en favor de los hombres.
“Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres es constituido a favor de los hombres en lo que a Dios se refiere, para que presente ofrendas y sacrificios por los pecados; para que se muestre paciente con los ignorantes y extraviados, puesto que él también está rodeado de debilidad; y por causa de ella debe ofrecer por los pecados, tanto por sí mismo como también por el pueblo. Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón” (He. 5:1–4).
Recordando a quién fue escrito el libro de Hebreos, podemos ver más fácilmente la importancia del punto que se hace aquí sobre Jesucristo. para ser el Sumo Sacerdote perfecto, es más, para ser un sumo sacerdote, tenía que ser un hombre. Esto, por supuesto, era completamente claro y aceptable para los judíos. Su problema era la encarnación —que Dios se hiciera hombre. El Espíritu Santo responde muy sencillamente al problema de la encarnación con un punto básico: El Mesías, que es Dios, no podía ser un verdadero sumo sacerdote a menos que fuera un hombre. A menos que Dios el Hijo pudiera experimentar lo que experimentan los hombres y pasar por lo que pasan los hombres, no tendría comprensión experimental de aquellos a quienes representaba.
Bajo la antigua economía, incluso después de los pactos con Abraham y con Moisés, Dios era inaccesible. En la caída, Dios había expulsado a Adán y Eva del jardín, y el hombre ya no tenía acceso a la presencia del Señor. En el desierto, se advirtió al pueblo que no se acercara demasiado al Sinaí, donde Dios decidió manifestarse a Moisés al dar el pacto de la ley. En el tabernáculo y en el templo, Dios estaba detrás de un velo y solo se podía acercar a Él a través de un sumo sacerdote.
Pero al enviar a Su Hijo, Jesucristo, Dios ya no se mantuvo alejado, trascendente y separado de los hombres. Entró en el mundo humano y experimentó todo lo que los hombres pueden experimentar —por eso es nuestro Sumo Sacerdote compasivo, misericordioso y fiel. Si Dios el Hijo no se hubiera hecho hombre, nunca habría podido ser Sumo Sacerdote, Mediador o Intercesor. Él nunca podría haber ofrecido el sacrificio perfecto y absoluto por los pecados de Su pueblo que la justicia divina requería. La encarnación no era una opción; era una necesidad absoluta. Era indispensable para la salvación de los hombres.
Juan Calvino dijo:
“Se deduce que era necesario que Cristo fuera un hombre de verdad; porque, como estamos muy lejos de Dios, nos encontramos ante él de una manera en la persona de nuestro sacerdote, lo que no podría ser, si él no fuera uno de nosotros. Por lo tanto, que el Hijo de Dios tiene una naturaleza en común con nosotros, no disminuye su dignidad, sino que nos la recomienda más; porque él está preparado para reconciliarnos con Dios, porque él es hombre”[1]Juan Calvino, Comentario bíblico de Juan Calvino, https://www.bibliatodo.com/comentario-biblico/?&co=juan-calvino&l=hebreos&cap=5, enero 21, 2025.
Dios el Hijo tenía que bajar hasta donde estamos nosotros para recogernos y llevarnos de nuevo hasta Él.
Pero un verdadero sacerdote no podía ser cualquier hombre. Tenía que ser designado por Dios. No era un cargo que un hombre pudiera ocupar simplemente por sus propios planes o ambiciones. Tenía que ser el Hombre de Dios —no solo en el sentido de ser fiel y obediente a Dios, sino en el sentido de ser elegido por Dios. Él fue designado en representación de los hombres, pero por Dios. “Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón” (He. 5:4; cp. 8:3).
Cuando se estableció por primera vez el sacerdocio, se ordenó a Moisés: “Harás llegar delante de ti a Aarón tu hermano, y a sus hijos consigo, de entre los hijos de Israel, para que sean mis sacerdotes; a Aarón y a Nadab, Abiú, Eleazar e Itamar hijos de Aarón” (Éx. 28:1). Desde el principio del sacerdocio, los sacerdotes no solo debían ministrar para Dios, sino por Su designación. Cuando Coré, Datán, Abiram y On insistieron en tratar de democratizar el sacerdocio y afirmaron que cualquier israelita podía ser sacerdote, el Señor hizo que la tierra se los tragara (Nm. 16).
En Cristo tenemos al Sumo Sacerdote perfecto para representarnos ante Dios Padre. Él cumple totalmente cada requisito divino y entiende completamente cada fragilidad humana. Él conoce y entiende completamente por lo que pasamos como Su pueblo viviendo en este mundo caído, ya que Él también lo vivió.
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(Adaptado y traducido de Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: Hebreos)